Bajó la escalera y, al torcer para dirigirse hacia donde estaban ellas, se chocó con Olivia. Esta sonrió y le dio un beso.
– Meggie es maravillosa. No lo estropees, ¿de acuerdo?
– ¿Por qué todo el mundo piensa que voy a estropearlo?
Encontró a Meggie apoyada en la barandilla de babor, mirando hacia el mar. La agarró por detrás y la apretó contra sí.
– ¿No tienes frío? Ella asintió.
– Sí, iba a entrar y… -en ese momento un pez apareció sobre el agua y volvió a sumergirse-… ¿Qué ha sido eso?
– Me imagino que habrá sido una sirena.
– No existen las sirenas. Excepto en Disneylandia.
– Te equivocas. Un antepasado mío, Lorcan Quinn, conoció a una sirena que se llamaba Muriel.
– Entonces tu antepasado Lorcan estaba tan loco como tú.
– Lorcan fue un chico salvaje y se merece una historia mágica -comenzó Dylan, incapaz de resistir el reto de convencer a Meggie-. Un chico valiente e irresponsable. Un día, su padre le dijo que tenía que convertirse en una persona útil, así que Lorcan se ofreció a salir a pescar con la barca. Bueno, la verdad es que no tenía intención de pescar nada y lo único que hizo fue tumbarse a descansar. Se quedó dormido, pero al poco rato abrió los ojos y oyó una canción muy hermosa. Cuando se incorporó, estaba lejos de la orilla.
– Parece un cuento irlandés.
Dylan no se había dado cuenta de que contaba el cuento con el acento de su país natal, pero así tenían que contarse las historias, como si fueran música.
– Bien, pues se asomó al mar y vio a una sirena nadando alrededor de la barca. Se llamaba Muriel y vivía en un reino que había en el fondo del mar. Le habló a Lorcan de la belleza de su reino y de su riqueza, animándolo a que se fuera con ella. Pero Lorcan no confió en ella porque había oído muchos cuentos acerca de sirenas que arrastraban a los pescadores a morir. Así que remó hacia la orilla.
– ¿Y qué pasó? ¿Era una sirena buena o mala?
– Ya lo verás -replicó Dylan, besándola en la nariz-. Pero lo cierto era que Lorcan no podía olvidarse de ella. Y cada vez que salía al mar, la oía cantar. Un día, se dio cuenta de que se había enamorado de ella por su belleza y el sonido de su voz. Pero ella pertenecía al mar y él a la tierra, así que era imposible que pudieran estar juntos. De todos modos, eso no impidió que Lorcan saliera al mar todos los días para reunirse con ella, hiciera el tiempo que hiciera.
Meggie lo escuchaba, mirándolo fijamente a los ojos.
– Un día hubo una gran tormenta y la barca de Lorcan se vio arrastrada por una enorme ola. Muriel intentó salvarlo, pero la tormenta era muy fuerte y los arrastró a ambos contra las rocas. Estaban medio muertos y Muriel pidió a Lorcan que la devolviera al mar, porque sería el único modo de salvarse.
Lorcan sabía que eso significaría su muerte, pero como la amaba, saltó al mar con Muriel en brazos.
– ¿Y murió?
– En la historia que siempre cuento, se muere y se queda en el fondo del mar. Y todo por ser tan estúpido de creer a una sirena.
– Es terrible -gritó Meggie, dándole un codazo.
– Pero en la versión de Brendan, Lorcan devuelve a Muriel a su reino y su padre, que es quien gobierna el océano, se pone tan contento de volver a ver a su hija, que le concede un regalo a Lorcan. Le da el poder de vivir bajo el agua. Así que, al sacrificar su propia vida por el amor, consigue una nueva vida debajo del mar. Allí, vivirá feliz con Muriel el resto de sus días.
– Esa versión me gusta más.
– Cuando papá estaba fuera, Brendan siempre cambiaba el final de las historias y acababan teniendo seis o siete finales. Nunca sabíamos cuál iba a contarnos. Eso mantenía el interés. A mí, las versiones de Brendan, siempre me parecieron algo blandas, pero esta en concreto sí me gustaba.
Entonces agarró a Meggie, que se había girado hacia el mar, y la hizo volverse hacia él. Luego la besó dulcemente hasta que notó que su sangre comenzaba a arder. ¿Cuántas veces había tratado de descubrir lo que lo atraía a ella? ¿Sería su belleza o quizá su fragilidad? ¿O el hecho de conocerse hacía mucho tiempo?
Abrazó su cuerpo esbelto y se abandonó en él. Entonces se dio cuenta de que nada importaba, salvo el que se hubieran reencontrado y estuvieran juntos en ese momento. Ya tendría tiempo más adelante de analizar sus sentimientos.
Capítulo 5
Meggie dio un suspiro y se apretó un poco más contra Dylan. Al salir de Gloucester, se había quedado dormida, apoyada sobre su hombro y, en ese momento, las luces de la autopista la avisaron que estaban llegando a Boston.
Había sido un día casi perfecto, cálido para estar en noviembre y con un cegador cielo azul. Aunque si hubiera llovido y las olas hubieran sido de diez metros, habría seguido pensando lo mismo.
Y en parte se lo debía a Olivia Farrell. Meggie no tenía ninguna hermana, pero si la hubiera tenido, habría querido que fuera como ella. Era guapa y elegante, pero también divertida. Había hecho que se sintiera como si fueran amigas de siempre y a los hermanos sabía ponerlos en su sitio.
Al despedirse, Olivia le había prometido que iría a la inauguración de la cafetería. Meggie, por su parte, había prometido ir a verla a su tienda de antigüedades en cuanto pudiera. Pero al decirle adiós con la mano desde el muelle, se dio cuenta de que posiblemente no volvería a verla más. La única conexión que tenía con ella era tan frágil como la que tenía con Dylan Quinn.
Aunque no sabía lo que le depararía el futuro, estaba segura de una cosa: si seguía intimando con Dylan Quinn, acabaría lamentándolo. Porque por mucho que siguiera el plan de Lana, un hecho era indudable: los hombres como Dylan no se enamoraban eternamente. Quizá sí en las películas románticas o en las novelas, pero no en la vida real.
De todos modos, eso no quería decir que no pudiera disfrutar del momento, como había hecho aquel día. Siempre había llevado una vida perfectamente ordenada. Había estudiado mucho en el instituto para obtener una beca, se había esforzado en la universidad para conseguir un buen trabajo y luego había ahorrado todo lo que había podido para montar la cafetería.
Parecía que sus sueños profesionales estaban a punto de hacerse realidad, así que, ¿por qué no podía permitirse alguna fantasía en el terreno personal? Estaba a punto de cumplir treinta años y, antes de cumplirlos, le gustaría experimentar al menos una vez la pasión que suele acompañar a una aventura breve con el hombre equivocado. Y si eso era lo que deseaba, Dylan Quinn era el candidato favorito.
– ¿Estamos llegando?
Meggie alzó la vista para mirarlo y, al ver el rostro de Dylan, iluminado por las luces de la calle, contuvo la respiración. A veces deseaba que el tiempo se detuviera para poder contemplar mejor su rostro, para memorizar cada una de sus facciones y examinar la línea de su mandíbula y su boca.
– Sí. Y ahora, antes de nada, tengo que pasarme por el pub. Les prometí a Brian y Sean que llevaría el dinero al banco. Sé que estás cansada, pero solo será un momento.
– Me lo he pasado muy bien -murmuró Meggie, ya totalmente espabilada.
– Yo también.
Pocos minutos después, llegaron al pub. Dylan apagó el motor y se inclinó sobre Meggie para darle un beso en los labios.
– Tengo que darme prisa, ya han cerrado. No quiero que te quedes aquí sola, ven.
– De acuerdo.
Dylan salió del Mustang y dio la vuelta para abrir la puerta de Meggie. Cruzaron la calle de la mano, Dylan abrió la puerta del pub y dejó que Meggie entrara primero. Luego encendió las luces y Meggie no pudo evitar mirarlo todo con curiosidad. Allí era donde Dylan pasaba la mayor parte del tiempo y, seguramente, en aquel lugar conocía a muchas mujeres guapas.
– Nunca había estado antes en un pub.
– ¿Qué?