Meggie entró en el comedor; Tommy estaba charlando con Dylan. Cuando se acercó a ellos, Dylan la abrazó con un gesto despreocupado mientras le sonreía.
– Vaya, hermanita -le dijo Tommy, sonriendo-, eres una caja de sorpresas. Lo último que esperaba era que aparecieras aquí con mi viejo amigo Dylan.
– Es una fiesta estupenda -añadió Dylan-. Me alegro de que me invitaras a venir. Meggie fingió una sonrisa.
– Sí. Y ahora, Tommy, tienes que ir por hielo -dijo, agarrándolo por el brazo y yendo hacia la cocina-. ¿Por qué estás siendo tan amable con él? -le preguntó en voz baja.
– ¿Qué quieres decir? Es Dylan, mi viejo amigo. Y por lo que parece, vosotros también habéis intimado. Nunca me habría imaginado que…
– Por supuesto que no podías imaginártelo. Porque sabes perfectamente lo que me hizo en el instituto.
– ¿Qué?
– En aquella fiesta, ¿no te acuerdas? Se suponía que iba a acompañarme, pero luego envió a su hermano en su lugar. Yo le había contado a mis amigas que iba a ir con Dylan Quinn y él me dejó plantada. Fue muy humillante.
– Dylan nunca dijo que fuera a acompañarte. Era mucho mayor que tú.
– Pero tú me dijiste que sí iba a acompañarme.
– No. Lo que pasa es que, como tenías tantas ganas de ir a aquella estúpida fiesta, le pedí que le dijera a alguno de sus hermanos que fuera contigo. Yo pensé que se lo diría a Brendan, pero finalmente se lo pidió a uno de los gemelos.
Meggie se quedó mirándolo con los ojos abiertos de par en par.
– Además -añadió su hermano-, ¿de qué te quejas? Al fin y al cabo, conseguiste ir a la fiesta, ¿no?
– ¡Cómo puedes decir eso!
– ¿De verdad te enfadaste porque no te llevó él?
– ¡No! -contestó, consciente de que, para su hermano, el asunto era una completa estupidez de colegiala-. No, es solo que se suponía que tenía que llevarme -Meggie tragó saliva-. Y ahora, será mejor que le lleves el hielo a mamá.
Tommy se fue por el hielo y Meggie se dirigió a su dormitorio. Necesitaba reflexionar sobre todo aquello. ¿Habría estado todo ese tiempo equivocada con respecto a Dylan? Justo cuando iba a entrar a la habitación oyó la voz de Dylan detrás.
– ¿Meggie?
Se dio la vuelta y se forzó a sonreír.
– Hola -murmuró, sonrojándose.
– ¿Pasa algo?
Ella trató de mantener la calma, pero se sentía culpable por haberlo acusado durante todos aquellos años de algo de lo que él no tenía ninguna culpa.
– No. Solo quería sacar una cosa de mi bolso, que está en mi habitación.
– Enséñame tu habitación. Tengo curiosidad por verla.
Su dormitorio estaba exactamente igual que cuando se había marchado de casa. Era la habitación de una chica que se había dedicado solo a estudiar. No había signos de novios ni ninguna otra cosa que prefiriera mantener en secreto.
– Me pregunto a cuántos chicos habrás invitado aquí -bromeó Dylan.
– ¿Es una broma? -replicó ella, echándose a reír.
– No.
– Tú eres el primer hombre que entra aquí, aparte de mi padre y mi hermano. Dylan la abrazó y la besó en el cuello.
– O sea que soy como Neil Armstrong cuando pisó la luna o como Cristóbal Colón cuando descubrió América. Supongo que debería sentirme halagado -dijo, empujándola contra un tablón donde había varios recuerdos colgados-. Mira esto – añadió, señalando un boletín de notas-. Ninguna falta en asistencia a clase.
Ella no pensaba confesarle que, si no había faltado nunca, ni siquiera cuando había tenido gripe, había sido porque siempre iba al instituto con la ilusión de encontrárselo en el vestíbulo.
– Te parecerá estúpido.
– No, siempre he querido salir con una chica inteligente.
– ¿De verdad estamos saliendo? -preguntó ella.
Él se quedó mirándola fijamente a los ojos.
– Yo creo que sí.
– Eso debe de ser una novedad para alguien como tú.
– Bueno, contigo quiero que la cosa vaya en serio.
Meggie soltó un suspiro.
– No sé si creerte o no con la reputación que tienes.
Él se puso serio al oír aquel comentario. Pero justo entonces llamaron a la puerta.
– Quinn, mis primos y yo vamos a jugar un partido de fútbol en la calle. ¿Te apuntas?
El se apartó de ella y la miró como pidiéndole permiso.
– Anda, ve. Mientras tanto yo ayudaré a mi madre.
Cuando él salió de la habitación, Meggie respiró hondo. Luego, se tiró boca abajo sobre la cama y dejó escapar un gemido. Al día siguiente, tendría que confesarle a Lana todo lo que había pasado y tendrían que trazar un nuevo plan para ver qué iba a hacer con Dylan.
Dylan leyó la misma noticia en el periódico de la mañana una y otra vez. A pesar de sus esfuerzos, le resultaba imposible concentrarse. No podía quitarse de la cabeza a Meggie.
Al principio, no se había tomado en serio los comentarios de Tommy. Este, primero jugando al fútbol y luego mientras se tomaban una cerveza en el porche, le había dicho que le extrañaba que Meggie y él fueran amigos.
Pero cuando finalmente le habló del rencor que su hermana había sentido hacia él debido a lo de la fiesta, lo comprendió todo. Recordó la hostilidad de ella cuando se encontraron, su repentino cambio de actitud y el plan de venganza.
A partir de ese momento, se había pasado el resto de la noche observando a Meggie para tratar de adivinar lo que pensaba. Al final de la noche, al dejarla en la puerta, estaba tan ensimismado, que no le había dado un beso de despedida ni había quedado con ella para otro día.
Dylan seguía sin poder creerse que Meggie lo hubiera odiado todos aquellos años por no haberla llevado a la fiesta cuando él siempre había pensado que les había hecho un favor a Tommy y a ella al pedir a su hermano que la acompañara.
Se mesó el cabello mientras miraba fijamente el periódico. Por otra parte, estaba seguro de que la reacción de ella cuando habían hecho el amor sobre la mesa de billar no habían sido imaginaciones suyas. Era imposible que hubiera estado fingiendo.
Soltó una maldición y se puso en pie.
– Necesito un poco de aire fresco -les dijo a sus compañeros.
Pero, cuando estaba bajando las escaleras, vio a través de las puertas del garaje a su hermano Conor.
– Hola, Conor. ¿Qué estás haciendo aquí?
– Tenía que entrevistarme con un testigo en el centro y pensé en pasarme a hacerte una visita.
Dylan lo miró con el ceño fruncido.
– No me creo que vengas a verme sin un motivo.
– Bueno, vengo de parte de Olivia. Quiere que hagamos una cena para celebrar nuestro compromiso y hemos pensado invitaros a Meggie y a ti.
Dylan respiró hondo. Después de haberla invitado a El Poderoso Quinn, todos pensaban que eran novios.
– Sois muy amables, pero no estoy seguro de que podamos ir.
– Pero si todavía no hemos fijado el día -protestó Conor.
– Ya, pero es que no estoy seguro de que lo mío con Meggie vaya a funcionar.
Conor se le quedó mirando fijamente y Dylan vio la decepción que había en sus ojos.
– ¿Qué ha pasado?
Dylan se sacó del bolsillo de la camisa el papel que había encontrado en el apartamento de Meggie.
– ¿Qué es esto? -le preguntó Conor después de leerlo.
– Es un plan para que me enamorase de Meggie Flanagan. Después, ella me dejaría plantado para vengarse de algo que pasó hace trece años. Y lo más sorprendente es que el plan le ha funcionado.
– ¿Que ha funcionado?
– Sí, creo que me he enamorado de ella.
– Parece que no lo dices con mucho entusiasmo.
– Es que, en cuanto admita que estoy enamorado, Meggie me dejará -aseguró Dylan, levantando las manos-. Y si no lo admito, supongo que se acabará cansando y también me dejará plantado.
– ¿Una mujer dejándote plantado? Eso es nuevo.