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– Sí, y no quiero que ocurra. Porque esta vez te aseguro que iba en serio.

– ¿Y qué vas a hacer?

– No lo sé.

– Quizá podamos pensar algo mientras nos tomamos un café. Creo que han abierto una nueva cafetería aquí cerca -bromeó Conor.

– Muy gracioso. ¿Tienes algún otro comentario ingenioso que hacer antes de que te de una patada en el trasero?

– Mira, Dylan, solo te diré una cosa. Que si Meggie te gusta de verdad, no te rindas. Ve por ella.

– ¿Tú con Olivia tuviste alguna duda? Quiero decir, ¿nunca te preguntaste si te estabas equivocando de mujer?

– Nunca -respondió Conor sin dudarlo un momento-. ¿Tienes tú alguna duda respecto a Meggie?

– No, y eso es lo que más me asusta. ¿Me estaré engañando a mí mismo?

– No creo.

– Y entonces, ¿qué puedo hacer?

– Quizá deberías preparar también tú un plan de acción. Ella está esperando a que le expreses tus sentimientos, ¿no? Pues hazlo. Confiésale que la amas y reza para que ella también se haya enamorado de ti.

– ¿Y si no es así? -le preguntó Dylan-. Entonces se acabaría todo.

– Pues no le confieses todavía que la quieres. Si no se lo dices, ella quizá siga saliendo contigo indefinidamente. Al fin y al cabo, eres un tipo encantador y ella no podrá resistirse mucho tiempo.

– Gracias por el consejo -dijo Dylan, dándole a su hermano una palmada en el hombro.

– ¿Y qué pasa con la cena?

– Te contestaré más adelante. Dile a Olivia que tengo que comprobar si tengo un hueco en mi agenda.

Dylan se quedó mirando a su hermano mientras este se dirigía a la salida. Luego, empezó a darle vueltas a las palabras de su hermano.

Regresó a la sala donde estaban sus compañeros y fue por papel y lápiz.

– Voy a diseñar yo también un plan -se dijo.

Capítulo 7

Meggie contempló el vapor que salía de la cafetera. Se moría por tomarse una taza. Después de otra noche sin dormir, el único antídoto contra el cansancio era una buena taza de café hawaiano, extra fuerte.

Añadió una buena cantidad de azúcar y leche, lo removió y dio un trago. Pero a pesar de notar lo bien que le sentaba, sabía que la cafeína no acabaría con todas sus preocupaciones.

Lo suyo con Dylan se había terminado. Tres días después de la fiesta de cumpleaños de su abuela, todo había acabado entre ellos.

Porque, aunque no sabía qué había pasado aquella noche, lo cierto era que en un momento dado su relación con él había cambiado. Al dejarla en su casa, Dylan se había mostrado frío y distante.

Ella no debería haberle permitido que la acompañara a la fiesta. Sabía que presentarle a su familia tan pronto podía ser algo precipitado. Pero había sido él quien había insistido y hasta le había asegurado que estaban saliendo juntos.

Mientras tomaba otro sorbo de café, comenzó a masajearse la frente para ver si aliviaba así su dolor de cabeza.

En ese momento, sonó la campanilla de la puerta y Meggie se volvió y vio entrar a Lana. Necesitaba hablar con su amiga, pero como le había mentido respecto a Dylan, no podía hacerlo.

– ¡Buenos días! -la saludó Lana con las mejillas coloradas por el frío.

– Buenos días -respondió Meggie, tratando de disimular su estado de ánimo.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó entonces Lana, mirándola con el ceño fruncido.

Meggie sintió ganas de echarse a llorar, pero se contuvo. Sus lágrimas dejarían claro que Dylan Quinn había vuelto a romperle el corazón. La primera vez había pensado que no podría aguantarlo, pero aquello no había sido nada comparado con el dolor que sentía en esos momentos.

– ¿Ha pasado algo con Dylan? -le preguntó Lana, sentándose en un taburete junto a Meggie.

Meggie asintió y respiró hondo.

– Sí, ha pasado algo. De hecho, han pasado muchas cosas.

– ¿Quieres hablar de ello? Meggie se giró hacia su amiga.

– Creo que te vas a enfadar si te lo cuento todo.

– Te has enamorado de él, ¿verdad? Meggie carraspeó.

– ¿Qué?

– Ya me has oído -Lana tomó la taza de café de su amiga y bebió un trago.

– ¿Y cómo lo sabes? Lana la miró sonriente.

– Porque fui yo quien hizo que ocurriera.

– ¿Qué?

– Con mi plan, ¿recuerdas? Sin mi plan, nunca te habrías acercado a él. Y por otro lado, sabía que, si salías unas cuantas veces con Dylan, acabarías enamorándote de él.

– ¡Qué ingenua he sido! No puedo creer que me hayas manipulado de ese modo. Yo pensaba que lo estaba haciendo para vengarme y tú en realidad querías que me enamorase de él. Lana la abrazó.

– Pero me perdonarás, ¿verdad? Después de todo, gracias a mí estoy segura de que has tenido la mejor experiencia sexual de toda tu vida. Porque te has acostado con él, ¿verdad? Además, como seré tu dama de honor cuando os caséis, no puedes seguir enfadada conmigo eternamente.

– No vamos a casarnos.

– Por supuesto que os casaréis.

– No. Algo va mal entre nosotros a partir de la noche de la fiesta de cumpleaños de mi abuela. De pronto, lo sentí distante, y no me ha llamado en estos dos días. Imagino que ha decidido romper.

– Oh, cariño, pero si es algo normal. Todos los hombres pasan por unos días de crisis. Seguro que sus amigos solteros han empezado a decirle que ya lo han atrapado o que a partir de ahora ya nunca más será libre.

– ¿Crees que le habrán dicho eso?

– Siempre lo hacen. Pero seguro que él termina por no hacerles caso y vuelve a ti. Especialmente, si os lo pasasteis bien en la cama. Porque estuvo bien, ¿verdad?

– Fue increíble -admitió Meggie-. Pero, ¿estás segura de que no romperá conmigo?

– Ya sabes que conozco a los hombres, ¿no?

– Sí. ¿Y qué debo hacer entonces?

– Tener paciencia. Y en cualquier caso, no lo llames. Deja que sea él quien vaya a buscarte.

– ¿Y si no llama?

– Llamará -le aseguró Lana-. Igual que te llamó la primera vez. Eres una chica maravillosa. Eres guapa y divertida y, si él no es capaz de darse cuenta de ello, es que no te merece. Además, si no nos sale bien, aplicaremos el plan con otro hombre. He introducido algunas mejoras.

Meggie pensó en que no le apetecía nada ensayar aquel plan con ningún otro hombre.

En ese momento, sonó la campanilla de la puerta y entró el cartero. Lana se levantó y fue a prepararle un café, como todas las mañanas.

– ¿Ha pasado algo en la calle Boyiston, Roger? ¿Hay algún rumor interesante?

– He oído que van a subir las tarifas para aparcar -dijo, dándole la correspondencia a Meggie-. Y según parece, el conservatorio de Berkeley va a cambiar su logotipo.

Meggie comenzó a ojear el correo sin hacer caso de la conversación. Pero en un momento oyó la palabra «bomberos» y entonces levantó la vista hacia Lana.

– ¿No has oído? -le dijo su amiga-. Roger acaba de contarme que hacia las cinco de la mañana ha habido un incendio y algunos bomberos del parque de Boyiston han resultado heridos.

– Bueno, Dylan no trabaja de noche – comentó Meggie, tratando de tranquilizarse.

– Creo que los han ingresado en el Hospital General -dijo Roger-. Seguramente, allí os informaran de quiénes son los bomberos que han resultado heridos -el hombre se terminó su café y les hizo un gesto de despedida.

Meggie se quedó muy preocupada. Nunca hasta ese momento había pensado que Dylan pudiera correr peligro en su trabajo. Además, él parecía siempre muy seguro de sí mismo. Sin embargo, había situaciones en las que hasta los mejores bomberos podían tener accidentes.

– Creo que debería llamarlo a casa. O quizá sería mejor telefonear al hospital. Aunque lo más probable es que no quieran informarme por teléfono.

Lana agarró el listín telefónico y marcó un número. Meggie, de lo nerviosa que estaba, apenas entendió lo que decía. No podía haberle pasado nada, se dijo. Él no trabajaba de noche. Después de colgar, Lana se volvió hacia ella.