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– He llamado al parque de bomberos y he preguntado por Dylan.

– Si Dylan está herido, quiero saberlo.

– Me han dicho que está en el hospital, pero eso no quiere decir que esté herido.

– Voy a acercarme al hospital.

– ¿Quieres que te acerque?

– Iré en mi coche. No te preocupes, estoy bien -dijo, intentando relajarse-. No puede estar herido. No puede ser. Ya sé que es un oficio peligroso, pero él siempre me pareció… invencible.

– Anda, ve -le aconsejó Lana-. Y llámame en cuanto sepas algo.

Meggie se dirigió a su coche y, antes de poner el motor en marcha, respiró hondo.

– Bueno, supongo que estos son los riesgos de estar enamorada -se dijo.

Pero no podía estar herido. Y menos estar… No, no podía haber muerto. Seguro que no le había pasado nada.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en una cosa. En que nunca había tenido la oportunidad de decirle lo que sentía por él. Nunca le había confesado que lo amaba.

Dylan volvió a echar un vistazo al reloj de la sala de espera. Luego, se reclinó en la silla y cerró los ojos. Todos los bomberos del parque de Boyiston habían ido directamente al hospital después de sofocar el incendio. Dos de sus hombres, Artie Winton y Jeff Reilly, habían resultado heridos. Estaban trabajando en la segunda planta del almacén donde se había producido el incendio cuando el suelo se derrumbó. Ambos cayeron a la planta de abajo.

Y lo más extraño era que ninguno de ellos debería haber estado allí. Pero uno de los muchachos del turno de noche se había casado el día anterior y los hombres de Dylan se habían ofrecido a cambiarles el turno para que pudieran acudir a la ceremonia.

Por otra parte, Dylan se sentía responsable del accidente. Eran sus hombres y él les había ordenado subir a esa segunda planta, pensando que no había ningún peligro. De haber sabido que se iba a derrumbar, nunca…

Soltó una maldición. No podía sacárselo de la cabeza. ¿Por qué se habría derrumbado el suelo? No había fuego debajo, así que, ¿qué había provocado el derrumbamiento?

Abrió los ojos y volvió a mirar el reloj, temiéndose lo peor. Artie se había roto una pierna y quizá tuviera dañado un pulmón. En cuanto a Jeff, estaba inconsciente y tenía heridas en la cabeza y en la cara. Estaba impaciente por saber si estaban fuera de peligro o no. Volvió a cerrar los ojos.

– ¿Dylan?

Al abrir los ojos, se encontró con Meggie, que tenía los ojos llenos de lágrimas y se estaba mordiendo el labio.

– Yo… me he enterado de lo del incendio. Lana llamó al parque y le dijeron que estabas aquí. Solo quería asegurarme que te encontrabas bien.

Dylan se puso en pie y se la quedó mirando fijamente, tratando de averiguar por qué habría ido. Estaba exhausto y muy nervioso, así que tuvo el impulso de preguntarle si aquello también formaba parte del plan. Cerró los ojos y tomó aire profundamente para contenerse. Ella no podía haber adivinado de antemano que iba a ocurrir un incendio y solo una mala persona se aprovecharía de ello.

– Estoy bien -respondió finalmente-, pero no puedo decir lo mismo de Artie y Jeff.

Meggie se acercó y le agarró la mano, confortándolo de inmediato. Él comenzó a sentirse mejor y le entraron ganas de abrazarla y hundir el rostro en su cabello sedoso para respirar su perfume.

– ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

– Un par de horas -contestó él, impaciente-. ¡Maldita sea, y todavía no nos han dicho nada!

Meggie le apretó la mano.

– Voy a ver qué puedo averiguar -le dijo-. Tú espérame aquí sentado. Pareces muy cansado.

Dylan se quedó mirándola mientras ella se acercaba a la sala de enfermeras. Se sorprendía de seguir alegrándose de verla, después de lo que había averiguado. Pero tenía que admitir que su presencia lo había tranquilizado un poco.

Cuando ella regresó poco después, le tomó la mano y se la besó.

– El doctor va a venir ahora mismo -le informó Meggie-. ¿Quieres que me quede a esperarlo contigo?

Dylan asintió y ella se sentó a su lado. Ambos se quedaron en silencio, pero el hecho de tenerla a su lado era más que suficiente.

Volvió a cerrar los ojos y, una vez más, visualizó el accidente, tratando de averiguar lo que podía haberlo provocado. Pero estaba demasiado cansado para pensar. Lo único que le apetecía en esos momentos era acostarse con Meggie a su lado y dormir muchas horas.

Dylan sintió que ella le apretaba el brazo y, cuando abrió los ojos, vio que el doctor estaba entrando en la sala de espera.

– Sus amigos van a ponerse bien -les anunció el médico a los bomberos, que lo rodearon inmediatamente-. El señor Winton se ha roto una pierna, pero esta tarde le operaremos y se la fijaremos con tornillos. Los problemas respiratorios están provocados por varias costillas rotas, pero se recuperará totalmente.

El hombre hizo una pausa.

– En cuanto al señor Reilly, ha sufrido una conmoción cerebral, pero el escáner nos ha informado de que no hay daños internos. Mañana seguramente podrá irse a casa. Ahora mismo están los dos descansando y no podrán recibir visitas hasta más tarde, así que les sugiero que se vayan a casa a descansar -después de decir aquello, el hombre se despidió con un gesto y volvió a salir al pasillo.

Los bomberos respiraron aliviados y comenzaron a darse palmadas en la espalda unos a otros.

– Gracias -le dijo Dylan a Meggie, sonriéndole.

– ¿Me dejas que te lleve a casa? -le propuso ella-. Tengo el coche ahí fuera.

Dylan asintió y, después de recoger su casco, la siguió hasta el ascensor. Se sentía como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Artie y Jeff estaban bien, y Meggie estaba allí, a su lado.

Le había demostrado que se preocupaba de verdad por él, así que había esperanza para ellos. A pesar de que hubiera leído en aquella hoja que quería vengarse de él, había ido al hospital para asegurarse de que estaba bien.

Cuando llegaron al coche, Dylan se quitó la chaqueta y las botas del uniforme antes de meterse dentro. Dejó el casco y las demás cosas en el asiento de atrás y luego se sentó, apoyando la cabeza en el cabecero del asiento.

– Todo va a salir bien -le dijo Meggie mientras se sentaba al volante.

Dylan se volvió hacia ella y le sonrió débilmente.

– Lo sé.

Ella puso las manos en el volante, pero no hizo intención de poner el motor en marcha.

– Ya has oído al doctor. Tus amigos van a ponerse bien.

– Sí, pero me gustaría saber qué pasó – aseguró él-. No entiendo por qué se derrumbó aquel suelo.

– Seguro que mañana averiguas la causa. Hoy será mejor que te olvides del accidente.

Dylan comenzó a acariciarle el pelo. Después, la atrajo hacia sí y miró sus labios. Al principio vaciló como si no supiera qué hacer. Pero, luego, la besó y su sabor le hizo olvidarse de toda la confusión, de las horas de espera.

Y así tenía que ser el amor. A medida que el beso se fue haciendo más intenso, Dylan sintió cómo un agradable calor empezaba a confortarle el corazón.

Y en esos momentos, aquello era lo único que necesitaba. Lo único que le importaba, durara lo que durara, era el amor que sentía por Meggie.

La cocina del apartamento de Dylan era la típica de un piso de soltero. Había un cuenco de cereales de esos con más azúcar que nutrientes. En la nevera, tenía leche, cerveza, mostaza y algo de queso, que se había puesto mohoso. Pero Meggie encontró también un poco de pan y un lata de sopa, así que decidió hacerle un sandwich de queso y una sopa de tomate.

Después de quitar el moho del queso, quedó la cantidad justa para hacerle un sandwich. Mezcló la leche con la sopa y las puso al fuego. Luego echó un vistazo a su reloj, comprobando que Dylan llevaba aproximadamente media hora en la ducha.