Se le había pasado por la cabeza meterse también ella, pero no sabía cómo podía reaccionar él. De todos modos, no podía sacarse de la cabeza las deliciosas posibilidades de ducharse con él.
Sintió una oleada de deseo al imaginarse a Dylan desnudo en la ducha, mojado y excitado. Mientras el agua caía sobre los dos, él la apoyaría contra la pared y la agarraría por la cintura… Tragó saliva, tratando de concentrarse otra vez en la sopa que estaba preparando.
Meggie soltó una maldición mientras apagaba el fuego. Encontró un plato limpio para el sandwich y lo puso en una bandeja, junto con el cuenco de sopa. Luego, sacó una cerveza de la nevera y lo llevó todo al dormitorio de Dylan.
Llamó a la puerta, pero como él no contestó, abrió. Del cuarto de baño seguía saliendo una gran cantidad de vapor, así que pensó que en cualquier momento podría salir Dylan, desnudo y mojado. Pero de repente se fijó en la cama y lo vio allí, vestido únicamente con la ropa interior y con aspecto de estar dormido.
Meggie se acercó sonriendo y le dejó la comida sobre la mesilla. No quiso despertarlo. Parecía relajado después de la tensión que había sufrido. Le apartó un mechón de pelo húmedo de la frente y él no se inmutó, así que se sentó al lado de la cama y se quedó observándolo. Reparó en una pequeña cicatriz que tenía en el labio superior y admiró su nariz recta y su mandíbula ancha. Ningún hombre tenía derecho a ser tan guapo.
Se inclinó sobre él y le dio un beso breve en los labios. Cuando se echó hacia atrás, vio que él había abierto los ojos y la estaba mirando.
Lo cierto era que se moría de ganas por sentir una vez más la pasión que había habido entre ellos pocas noches atrás. Nunca le había dado mucha importancia al sexo, pero no podía dejar de pensar en volver a acariciar el pecho de él, en besar su vientre plano o en acariciar su miembro erecto. Incluso podía recordar perfectamente su olor, una mezcla de aroma a jabón, a loción para después del afeitado y a sudor, que resultaba irresistiblemente masculina. Y por otra parte, estaba su voz. No podía olvidarse de cuando había susurrado su nombre mientras alcanzaba el climax. -Te he traído una sopa y un sandwich -le dijo, forzando una sonrisa.
Pero en vez de darle las gracias, él la agarró y la acercó para besarla. Fue un beso tan apasionado, que a Meggie se le escapó un gemido. Intentó ponerse en pie, pero finalmente cayó encima de él, que se giró para situarla debajo. Inmediatamente, se despertó un gran deseo en ella.
Estaba impaciente por sentirlo dentro. Dylan le agarró el rostro entre ambas manos y la ayudó a que se incorporara hasta quedarse arrodillada enfrente de él. Luego, le quitó el jersey y la camisola que llevaba y comenzó a acariciarle los pechos desnudos. Seguidamente, le desabrochó el cinturón. Era evidente que él la deseaba tanto como ella a él. Su visible erección lo dejaba bien claro. Así que Meggie se apartó de él para terminar de desnudarse.
Se descalzó y se quitó los pantalones y las braguitas. Finalmente, se quedó desnuda enfrente de él, disfrutando anticipadamente de lo que iba a suceder a continuación.
Dylan se inclinó hacia ella y la agarró para que se tumbara en la cama, debajo de él. Meggie sintió el miembro erecto acercándose a su sexo y se arqueó para facilitarle la entrada, pero de repente se dio cuenta de que no habían tomado ninguna precaución.
Entonces miró a Dylan a los ojos y este pareció leerle el pensamiento. Sacó una caja de la mesilla y se la dio sin decir nada.
Mientras ella le ponía el preservativo, él no dejó de observarla. Una vez terminó, Meggie tiró la caja a un lado.
Dylan se tumbó sobre ella y la penetró de un modo casi violento. Hicieron el amor con brusquedad en aquella ocasión y Meggie suspiró de placer cuando lo sintió en lo más profundo de su cuerpo.
De pronto, todas sus dudas se disiparon y se abandonó. Lo único que sabía era que amaba a Dylan. Lo amaba con toda su alma y nada podría cambiarlo. Así que disfrutó del placer de sentirlo dentro.
Cuando ya se estaba acercando al climax, él murmuró su nombre. Fue como una promesa de que, si ella se abandonaba, él la seguiría. Entonces Meggie sintió un temblor dentro de si y luego varias oleadas de placer. Inmediatamente, él explotó también dentro de ella.
Cuando ambos volvieron a la tierra, Dylan se tumbó a su lado y la abrazó. Su respiración se hizo más lenta y Meggie pensó por un momento que él se había dormido. Pero entonces oyó la voz grave contra su oído.
– Prométeme que nunca me abandonarás.
– Te lo prometo -susurró ella. Pero sabía que eso no les aseguraba que siguieran siempre juntos. El que funcionaran tan bien en la cama no quería decir que fueran a compartir su futuro.
Meggie se apretó contra él y lo observó mientras él se dormía.
– Te quiero -dijo, acariciándole la mejilla-. Siempre te he querido y siempre te querré.
Aunque eso no cambiaba el hecho de que se había servido de una serie de artimañas para conseguir que él la deseara. Lana le había dicho que todos los hombres ansiaban lo que no podían tener. Pero, ¿seguiría Dylan deseándola después de haber conseguido lo que quería?, pensó, recordando su frialdad la noche de la fiesta de cumpleaños de su abuela.
Se levantó de la cama, sintiendo que no aguantaría volver a ver esa mirada. Sobre todo después de haber hecho el amor tan apasionadamente como lo habían hecho. Sí, no se quedaría para verlo despertar.
Así quizá él se preguntara si la había poseído de veras. Quizá hasta pensara que había sido solo un sueño. De ese modo, volvería por más.
Meggie se secó una lágrima y comenzó a recoger su ropa. Mientras se vestía despacio, no dejó de mirarlo y, antes de marcharse, sintió ganas de tocarlo una vez más. Se acercó a la cama y puso la mano sobre su corazón, que latía con fuerza, aunque con un ritmo lento.
Después de soltar un suspiró, salió de la habitación. Mientras se dirigía a su coche, decidió que, aunque se moría de ganas de seguir a su lado, estaba haciendo lo mejor. Necesitaba tiempo para pensar en lo que iba a hacer para conseguir que él se enamorase. Y estando cerca de él, era incapaz de pensar en nada.
Abrió el coche y, antes de meterse dentro, echó un último vistazo hacia la ventana de la habitación de Dylan. Se lo imaginó allí tumbado sobre la cama. Algún día, quizá pudiera quedarse con él. Algún día, esa cama quizá también fuera su cama.
Pero ese día todavía no había llegado.
Capítulo 8
Cuando Dylan se despertó al atardecer y vio que ella se había marchado, soltó un gemido. Aunque no le sorprendía. Nada podía sorprenderle ya respecto a Meggie. Ni cómo lo había consolado en el hospital, ni cómo lo había cuidado en el apartamento, ni cómo se había entregado a él cuando habían hecho el amor.
Pero todo aquello encajaba perfectamente dentro de su plan de venganza. Lo único que Meggie buscaba era que él se enamorase para luego abandonarlo.
Cerró los ojos y se pasó la mano por el rostro, tratando de no obsesionarse con todo aquello. Meggie debía de tener un corazón de hielo para utilizarlo de aquel modo. Aunque, por otra parte, mientras hacían el amor él había visto el deseo y el éxtasis que había llenado sus ojos. Si había estado fingiendo, sin duda era la mejor actriz del mundo.
Se levantó y agarró su camisa, que todavía olía ligeramente a humo. En el bolsillo llevaba la hoja de papel con el plan de Meggie. Trató de encontrar algún sentido en todo aquello, pero fue incapaz, y es que al fin y al cabo era consecuencia de un estúpido baile de instituto.
Se mesó el cabello y soltó una maldición. Contempló las sábanas revueltas de su cama y se la imaginó allí, desnuda y con la piel encendida por el deseo. Ella era todo lo que él había buscado siempre en una mujer, pero no podía seguir viviendo con aquella duda y aquella confusión. Ya no podía más.