Tiró el papel encima de la cama y fue a su armario por unos pantalones y una camisa limpios. Aquello había ido ya demasiado lejos y tenía que acabar. Si Meggie lo amaba de veras, la obligaría a admitirlo. Y si no era así, rompería con ella inmediatamente.
Se metió el papel en un bolsillo, se puso una chaqueta y salió del dormitorio. No sabía qué le iba a decir exactamente, pero desde luego no iba a ser blando con ella. Por primera vez en su vida, se había enamorado de una mujer y no estaba dispuesto a que ella jugase con él.
– Quizá debería haber hecho más caso de todos aquellos cuentos de los Quinn -se dijo mientras agarraba el casco, la chaqueta de bombero y las botas.
Salió y fue hacia su coche, pensando en que él no podía aspirar a una relación como la que tenían Conor y Olivia. Él no era la clase de hombre que pudiera a aspirar a ser feliz junto a una mujer.
Fue al parque de bomberos a dejar su equipo y luego se dirigió a la cafetería de Meggie. Decidió que lo mejor sería confesarle lo que sentía por ella y pedirle que fuera sincera con él. Si lo amaba, estupendo; y si no, no la volvería a ver. Pero en cuanto entró en el Cuppa Joe's, desapareció toda su resolución.
Meggie estaba delante de la caja registradora golpeando los botones y maldiciendo porque parecía no querer abrirse. Dylan contuvo el aliento y esperó a que ella se diera cuenta que había llegado. Quería ver su reacción.
Pero finalmente se acercó a ella y tiró el papel encima de la barra.
– Cuéntame qué significa esto -dijo, apretando la mandíbula.
– ¿Qué? -preguntó sorprendida.
– No juegues conmigo, Meggie. Ya he visto tu plan y sé lo que pretendes.
Ella se quedó mirando el papel sin poderse creer lo que estaba ocurriendo. En seguida reconoció la hoja de papel.
– ¿Dónde la has encontrado?
– Eso no importa.
– No… no sé qué decir. Esta hoja no significa nada.
– Bueno, dime que el juego ha terminado. ¿O no puede acabarse hasta que reconozca que te quiero? -él respiró hondo y continuó mirándola enfadado-. Bueno, pues muy bien. Te quiero. Te quiero más de lo que he querido nunca a ninguna mujer.
Soltó una maldición.
– De hecho, nunca había querido a ninguna mujer. Tú eres la primera. ¿Te hace sentirte eso mejor?
Ella trató de agarrarle la mano, pero él la apartó.
– Lo siento, pero te aseguro que se trata de un malentendido…
– Lo que más me apena es que podríamos haber tenido un futuro juntos -aseguró él.
– Todavía podemos tenerlo.
– Lo dudo.
– Lana y yo confeccionamos ese plan la primera noche que viniste. Fue una tontería y yo nunca me lo tomé en serio. Sin embargo, cuando me llamaste para salir, me sentí insegura, porque apenas tenía experiencia con los hombres. Así que decidí seguir el plan.
– ¿Esperas que te crea? Todo lo que ha ocurrido entre nosotros está aquí escrito. El que esperaras a que te llamara tres veces, lo de las flores de David… Además, en la fiesta de cumpleaños de tu abuela, Tommy me dio la clave de por qué estabas haciéndome esto. Me contó lo de aquella fiesta en el instituto.
Meggie se quedó mirándolo fijamente a los ojos y él vio en ellos el dolor y el arrepentimiento. De pronto, sintió el deseo de acercarse y consolarla, pero también sabía que no podía hacerlo. Si la tocaba, estaría perdido.
– Aquello fue una equivocación y, desde que lo descubrí, me olvidé de ese absurdo plan.
Pero Dylan no podía creerla.
– Pensé que lo nuestro era real y resulta que todo era parte de un juego.
– Empezó siendo un juego, pero luego todo cambió -insistió Meggie.
Dylan quería creerla. Quería convencerse de que había sido real lo que habían compartido. Pero le parecía que todo estaba contaminado, que todo había sido una manipulación de ella.
– Por otra parte, Dylan, te conozco desde que tenía trece años y sé que no soy la mujer adecuada para ti. Así que imagino que si ahora mismo crees que estás enamorado de mí, es solo producto de este plan. Que tarde o temprano, acabarás cansándote de mí.
Las palabras de ella lo hirieron profundamente. Una vez más, volvían a acusarlo por su reputación con las mujeres. ¿Pero no se había portado bien con ella? ¿Qué quería Meggie que no le hubiera dado? Él no podía cambiar su pasado. Si pudiera, lo haría. Él era así, pensó, sintiendo una enorme rabia. Él estaba dispuesto a perdonarla y que el pasado no influyera en su futuro. ¿Por qué ella no podía hacer lo mismo?
– Quizá tengas razón -murmuró él. Sí, quizá todo hubiera sido una fantasía. Quizá se hubiera engañado a sí mismo, empujado por el deseo de encontrar a una mujer, igual que su hermano Conor había encontrado a Olivia. Pero él no era como Conor y nunca podría llegar a serlo.
– Ahora tengo que irme -dijo, todavía sin creerse que aquello pudiera ser el fin.
– Nunca quise hacerte daño -le aseguró Meggie con voz temblorosa-. Y si te lo he hecho, lo siento mucho.
Sus disculpas no hicieron que Dylan se sintiera mejor. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. En un momento, estuvo tentado de darse la vuelta, pero finalmente se lo impidió el orgullo. Sabía que le iba a costar mucho olvidarla, pero ella no le había dejado otra opción.
– ¿Qué te pasa, muchacho? Ven y tómate otra Guinness. Ya verás cómo te animas.
Dylan apartó la botella que se acababa de beber y agarró otra Guinness a la que dio un buen trago. Si bebía lo suficiente, conseguiría olvidarse de Meggie Flanagan.
– ¿Es por una muchacha? -añadió Sea-mus.
Su padre era la última persona con la que quería hablar de su vida amorosa. No quería sus consejos ni sus opiniones respecto a las mujeres.
– No me pasa nada, papá. Solo estoy un poco preocupado por mis compañeros.
– ¿Por los dos tipos que salieron heridos en ese incendio? ¿Cómo están?
– Están bien -aseguró Dylan-. Winton saldrá en unos días del hospital y Reilly se va ya mañana a su casa -agarró la Guinness y se alejó de la barra-. Voy a ver qué hace Brendan.
Su hermano, sentado cerca de la mesa de billar, estaba trabajando con un ordenador portátil. Tenía una cerveza y la mesa llena de papeles.
– ¿Puedo sentarme? -le preguntó Dylan.
– Claro -contestó Brendan, levantando la vista-. No sabía que estabas aquí. ¿Cuándo has llegado?
– Hace un rato.
– Me enteré de lo de ese incendio. Varios de tus compañeros vinieron a tomarse una cerveza antes de ir a casa. Me contaron que te fuiste del hospital con Meggie. Bueno, ¿y qué te trae por aquí?
– Necesitaba tomarme una cerveza o, mejor aún, unas cuantas cervezas. Creo que voy a emborracharme -hizo un gesto hacia el portátil-. ¿Qué estás haciendo?
– Estoy escribiendo un artículo para la revista Adventure sobre el viaje que hice por el Amazonas la primavera pasada. Y esto de aquí -añadió, agarrando unas cuantas hojas- es para mi libro. Creo que necesito una secretaria. Tengo toda la información revuelta y, si no consigo ordenarla, nunca escribiré ese libro… -Brendan se detuvo-. ¿Me estás escuchando?
– Sí.
– No te creo. ¿Qué te pasa? ¿No te habrás peleado con Meggie?
A Dylan no le apetecía hablar de sus problemas, pero ya que Brendan lo había sacado, pensó que quizá estaría bien conocer su punto de vista al respecto.
– No solo nos hemos peleado, hemos roto -sacudió la cabeza y luego dio otro trago de cerveza-. No sé que me hizo pensar que mi relación con ella iba a funcionar. Nunca en mi vida me ha durado ninguna relación, así que, ¿por qué iba a ser diferente con ella?
– Porque estás enamorado de ella.
– ¿Es tan obvio? Bueno, en cualquier caso, ella solo quería vengarse de mí. Quería que me enamorara de ella para luego dejarme.