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– ¿Dylan? ¿Y por qué haría algo así? ¿Es una broma o qué?

– No, es un gesto romántico -le explicó Lana-. Quiere hacerte revivir aquella noche, pero esta vez sí será tu acompañante.

– Pero, ¿por qué?

– Seguramente porque te quiere -comentó Kristine-. Los hombres solo hacen este tipo de cosas cuando están enamorados.

Lana y Meggie miraron a su encargada. Meggie, al oírselo decir a ella, que era una observadora imparcial, empezó a creer que podía ser verdad.

– Pero no puedo ir -protestó-. Hoy es la inauguración de la cafetería.

– Por supuesto que puedes ir -aseguró Lana-. Durante los primeros días no habrá mucho trabajo y, además, esto es más importante que el Cuppa Joe's.

Meggie se quedó mirando el vestido y pensó en todas las molestias que debía de haberse tomado Dylan para darle aquella sorpresa. Habría ido a ver a su madre para que le diera el vestido y habría alquilado el gimnasio del instituto. Luego, estaba lo de la limusina. Dio un suspiro y reconoció para sí que Lana estaba en lo cierto. Era un gesto muy romántico.

– Está bien, supongo que tendré que ir -dijo finalmente.

– Pruébate el vestido -le propuso Lana-. Me gustaría ver cómo te queda.

– Seguro que no me queda bien. Por aquella época parecía un esqueleto.

– Anda, pruébatelo -le insistió su socia, agarrándola por un brazo y llevándola al despacho-. Y si no te está bien, conozco a una costurera que podría arreglártelo.

Meggie entró en el despacho y cerró la puerta. Se quitó el uniforme del Cuppa Joe's y se puso el traje. Para su sorpresa, le quedaba bien. Pero al mirarse por detrás y ver el lazo, frunció el ceño.

– Está bien. Llevaré el vestido, pero lo que no estoy dispuesta es a ir con este lazo.

Agarró unas tijeras que había en un cajón del escritorio y salió del despacho.

Lana y Kristine la miraron fijamente en silencio. Meggie se miró de nuevo al espejo y pensó que, salvo el color y el lazo, no le quedaba nada mal.

– Ya lo sé. Parezco una de esas bolas de algodón dulce.

– Nada de eso -aseguró Lana-. De hecho, te está muy bien. Seguro que te sienta mejor ahora que cuando eras una adolescente. Entonces no debías llenarlo como ahora.

Meggie se fijó en el generoso escote que quedaba a la vista.

– Tengo unos pendientes de diamantes de imitación y una gargantilla en casa -dijo Kristine-. Puedo ir por ellos a la hora de comer.

– Y también necesitarás unos guantes – añadió Lana-. De esos largos tan sensuales.

– ¿Y por qué no también una tiara? -dijo Meggie-. Así pareceré una idiota integral.

– ¿Meggie?

Todas se volvieron hacia la puerta, comprobando que la voz era la de Olivia Farrell.

– ¡Olivia! -gritó Meggie, echando a correr en dirección a ella-. Me alegro de verte. ¿Qué te parece? -le preguntó, haciendo un gesto hacia el vestido.

– Es maravilloso -dijo Olivia-. Totalmente retro. Si llegas a decirme que ibas a vestirte así, podría haberte traído varios complementos que parecen de lo años cincuenta. De todas maneras, me resulta raro verte así vestida.

– Bueno, creo que es cosa de Dylan. Me parece que quiere recrear aquella fiesta de instituto a la que se suponía que debía llevarme.

– ¡Así que era eso lo que estaba tramando! -exclamó Olivia, sonriendo.

– ¿Qué?

– Últimamente no paraba de hacerme extrañas preguntas. Ayer mismo estuvo en la tienda buscando… -Olivia no terminó la frase-. No, no debo decírtelo. Seguro que quiere darte una sorpresa.

Dylan, ya frente al Cuppa Joe's, consultó su reloj.

– Las ocho menos cuarto -murmuró. De pronto, se preguntó si no habría cometido un error. Quizá debería haber solicitado respuesta al entregar la invitación. Así sabría con seguridad si Meggie pensaba acudir a la cita o no. Porque lo cierto era que todo aquello era bastante ridículo. Aunque, por otra parte, sabía que a las mujeres les gustaba que los hombres enamorados hicieran tonterías por ellas.

Debía de haber sido por ese mismo motivo por lo que había escogido el esmoquin más pasado de moda que había encontrado. Era de un horroroso color rojo oscuro, con unas cintas de terciopelo en las solapas.

Se acercó al chofer, que estaba de pie junto a la limusina.

– Volveré en seguida.

Se arregló la pajarita y se dirigió a la cafetería. Dentro había bastantes clientes, que se volvieron hacia él extrañados. Dylan se alegraba de que el negocio de Meggie empezara así de bien, pero al mismo tiempo se sentía incómodo por su aspecto.

Lana estaba de pie junto a la barra, mirándolo con una enorme sonrisa en los latebios.

– Tienes aspecto de… idiota -dijo, yendo hacia él y dándole un abrazo-. Espero que Meggie sepa apreciar todo esto. Porque supongo que lo estarás haciendo por ella. ¿O es simplemente que tienes muy mal gusto para la ropa?

– Bueno, es más bien lo primero.

– Espera un momento, que voy a buscarla. Está escondida en el despacho.

– No, déjame ir a mí.

Dylan fue hasta el despacho y llamó a la puerta.

– ¿Ya ha llegado la limusina? -se oyó preguntar a Meggie.

Dylan no contestó nada, pero a los pocos segundos la puerta se abrió y apareció Meggie con el vestido rosa que él había pedido a su madre.

– Hola… Estás preciosa.

– Tú también estás muy guapo -contestó ella, sonriendo.

– ¿Estás lista?

Meggie asintió y él le ofreció el brazo. Fueron hacia la puerta bajo la mirada de todos los clientes, que rompieron a aplaudir cuando llegaron a la puerta. Entonces Meggie se volvió e hizo una reverencia.

Seguidamente fueron hasta la limusina y se sentaron atrás.

– Me sorprendió mucho tu invitación. Después de nuestro último encuentro pensé que…

Él puso un dedo sobre sus labios y contuvo el deseo de besarla apasionadamente.

– Nada de eso ha ocurrido todavía. Nuestra relación empieza en este preciso instante. Esta noche es como debería haber sido aquella noche, hace trece años -le dio una caja-. Ten, esto es para ti.

– Has pensado en todo, ¿verdad? -comentó ella al ver que era un ramo de flores.

El aroma de las gardenias impregnó el aire de la limusina.

– Pues te aseguro que es una experiencia nueva para mí -comentó él-. Esta es la primera vez que llevo a alguien a un baile de instituto.

– ¿De veras? Dylan asintió.

– Hasta ahora no había podido permitírmelo, pero ahora tengo un trabajo muy bien pagado -dijo, agarrando la botella de champán que había en una cubitera y sirviendo dos copas.

Después de beber un trago de champán, sintió que empezaba a relajarse. Y es que aquella cita y los preparativos le habían hecho sentirse como un adolescente inseguro y nervioso. Había estado preguntándose continuamente si saldría bien y si aquello les permitiría empezar de nuevo.

Se volvió hacia Meggie, que lo estaba mirando en silencio. Había preparado toda aquella velada romántica para ella, pero en esos momentos lo único que le apetecía era besarla. Sin embargo, sabía que no podía hacerlo hasta después de…

– Quería esperar un poco más para hacer esto -empezó, buscando algo en el bolsillo de la chaqueta-, pero no puedo. Toma, esto es para ti -añadió, mostrándole un anillo con la insignia del instituto South Boston.

– ¡Tu anillo del instituto!

– Sí, quiero dártelo para formalizar nuestra relación.

– ¿Para formalizarla?

– Sí, y espero que me digas que sí, porque no sabes lo que me ha costado encontrarlo. Tuve que revolver toda la casa de mi padre hasta que finalmente lo encontré en el desván.

– Pero, ¿qué quieres decir exactamente con formalizar nuestra relación?

– Te estoy pidiendo que salgas conmigo. Meggie se puso el anillo mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

– Eso suena bien. Pero creo que este anillo me está un poco grande -añadió, soltando una risita.