– Entonces tendré que darte otro que te quede mejor -comentó él, mostrándole otro anillo.
Meggie se quedó mirándolo con los ojos abiertos de par en par, incapaz decir nada. Una lágrima comenzó a correr por su mejilla. Dylan se la secó con el pulgar y luego le agarró el rostro entre las manos.
– Sé que es un poco pronto. De hecho, solo llevamos saliendo un minuto o dos, pero creo que este anillo te quedara mucho mejor que el otro.
– ¿Estás intentando…? -Meggie no acabó la frase-. Pero si hace muy poco que nos conocemos… Bueno, hace dieciséis años que nos conocemos, pero íntimamente hace solo unas pocas semanas.
Dylan le puso el anillo en la mano con un gesto tierno.
– Cuando decidas que estás lista, dímelo, y te lo pondré en el dedo.
Meggie asintió y luego se llevó la mano con el anillo al pecho mientras miraba a Dylan en silencio.
– Te quiero, Meggie -dijo Dylan, contemplando los labios de ella-. Ya te lo dije una vez, pero no fue en las circunstancias más adecuadas. Creo que he estado toda la vida esperándote y quiero pasar el resto de mi vida a tu lado.
Meggie trató de contener el llanto.
– Siempre había soñado con este momento, pero nunca había imaginado que sería tan… perfecto -dijo, acariciándole la mejilla-. Te quiero, Dylan. Y ya no es el amor de una adolescente, sino el de toda una mujer.
Dylan se inclinó hacia ella y la besó. Al principio, fue un beso leve, pero luego se fue haciendo más apasionado. Dylan se sintió el hombre más afortunado del mundo mientras se separaba de ella para mirarla a los ojos.
– O sea, que mi plan ha funcionado, ¿no?
– ¿Tu plan?
– Sí, he estado preparando concienzudamente todos los detalles de esta noche – aseguró él justo en el momento en que la limusina aparcaba frente a la puerta del instituto-. Y aún hay más.
El chofer les abrió la puerta y Dylan bajó el primero. Luego, ayudó a bajar a Meggie y se acercaron a la entrada del instituto, donde los esperaba el conserje.
– No había vuelto a estar aquí desde entonces -comentó ella en medio del vestíbulo tenuemente iluminado-. Pero el olor del instituto me sigue resultando familiar.
Dylan la condujo hasta el gimnasio, en el centro del cual había una mesa lista para cenar. Desde un altavoz, salía una música suave. De pronto, Dylan encendió un interruptor en la pared y el techo se llenó de pequeñas luces, que parpadeaban como si fueran estrellas.
– ¿Cómo has hecho esto?
– Es un secreto -respondió Dylan.
Lo cierto era que habían sido sus compañeros quienes lo habían ayudado a poner esas luces.
– Y ahora, ¿quieres bailar conmigo, Meggie Flanagan?
Meggie se volvió y lo abrazó. Luego, lo besó en los labios.
– Puedes bailar conmigo hoy y siempre que quieras -dijo ella, separándose.
Él contempló sus ojos. Entonces se dijo que los cuentos de los Quinn eran mentira. Que sí que era posible encontrar el amor. Y él lo había hallado con Meggie.
La pequeña iglesia de piedra estaba iluminada por cientos de velas, que daban un aire mágico a la ceremonia. Meggie estaba sentada junto a Dylan en uno de los viejos bancos de madera y ambos, de la mano, escuchaban las palabras del sacerdote. Estaba tan emocionada como debían estarlo Conor y Olivia.
Solo la familia y los amigos más cercanos habían acudido a la boda, que se estaba celebrando un viernes por la tarde en la costa de Maine. La iglesia estaba todavía decorada con los adornos del Día de Acción de Gracias y Olivia había añadido algunos ramos de flores.
Habían llegado todos por la mañana. Meggie, Dylan, Brendan, Sean, Brian y Liam. Incluso Seamus había asistido, pese a que hasta el último momento había intentado convencer a Conor de que estaba cometiendo un gran error. Por la noche, se hospedarían todos en una posada con vistas al Atlántico.
La ceremonia estaba siendo tan sofisticada y elegante, como había esperado de su futura cuñada. Olivia llevaba un traje de novia impresionante que remarcaba su perfecta figura. Y Conor, al igual que sus hermanos, estaba guapísimo con su esmoquin. Eso la hizo recordar la noche en que Dylan le había pedido que se casara con él.
Ella, desde entonces, llevaba siempre encima el anillo que le había dado, en espera del momento adecuado para aceptar su proposición de matrimonio. Seguramente sería aquella noche, después de la ceremonia, cuando se retiraran a la habitación.
Justo en ese momento se volvió hacia él y vio sus ojos llenos de amor. De pronto fue como si las palabras que estaba diciendo el sacerdote no fueran dirigidas a Conor y Meggie, sino a ellos. Dylan se llevó su mano a los labios y se la besó. Entonces ella decidió que el momento había llegado. Apartó la mano de él, sacó el anillo de su bolso y se lo dio sin decir nada.
Ambos se quedaron mirando un rato el diamante que centelleaba en el anillo. Finalmente, Dylan lo agarró y se lo puso sobre la punta del dedo. Luego levantó la vista hacia ella y la miró fijamente a los ojos; Ella asintió con los ojos llenos de lágrimas. Sí, aceptaba casarse con él y prometía amarlo siempre.
Mientras Dylan empujaba el anillo a lo largo de su dedo, el sacerdote declaró a Conor y Olivia marido y mujer. Cuando los recién casados se besaron, solo había dos personas en toda la iglesia que no tenían clavada la mirada en ellos. Dylan y Meggie estaban absortos el uno en el otro. Solo les importaba lo mucho que se amaban.
Kate Hoffmann