Jill Shalvis
La aventura del amor
Prólogo
Denton, Ohio
– ¿Quién de vosotros, bombonazos, es el padrino?
Logan White, experto del Servicio de Búsqueda y Salvamento, levantó la mirada sorprendido y todo su equipo lo señaló.
La enfermera que había hecho la pregunta sonrió encantada.
– ¿Tú? Bueno, cariño, ésta es tu noche de suerte -añadió quitándose el uniforme azul pálido con un solo gesto.
Logan, un hombre que había visto y hecho casi todo y que se creía que casi nada lo podía sorprender, estuvo a punto de tragarse la lengua.
La enfermera sólo llevaba un tanga rojo y dos pezoneras a juego en los pechos.
Su mejor amigo, Wyatt Stone, el culpable de que aquella fiesta estuviera teniendo lugar, lo miró y sonrió.
– Es un regalito que yo te hago -le dijo-. En agradecimiento por ser el mejor padrino del mundo y el mejor amigo que he tenido jamás -le dijo levantando su copa de cerveza y brindando con los demás.
El grupo, compuesto por hombres normalmente serios y graves, como su profesión demandaba, brindó, bebió y rió como una pandilla de adolescentes.
La noche anterior habían tenido que salir a rescatar en la montaña durante una terrible tormenta a un adolescente que se había perdido al separarse del grupo con el que estaba haciendo senderismo.
Logan había dirigido la misión y, cuando el viento había comenzado a soplar con fuerza y las cosas se habían puesto extremadamente peligrosas, había incluso llegado a dudar de su habilidad para sacarlos de allí a todos con vida.
Ahora, estaban sentados en una suite privada de un hotel del centro de la ciudad, rodeados de muebles elegantes y con un bar bien equipado a su disposición, viendo un partido de baloncesto en una pantalla de televisión gigante y aullando como locos ante las tres enfermeras que habían llegado a buscar a alguien «para jugar a los médicos».
A Logan le costaba reconciliar las dos imágenes, sobre todo, porque llevaba mucho tiempo trabajando duramente y ya apenas se acordaba de cómo se respiraba sin estar sometido a mucha tensión.
Logan sabía perfectamente que iban a aparecer las tres bailarinas porque las había pagado él junto con el resto del equipo, pero, al verlas aparecer con aquellos uniformes, se había quedado con la boca abierta.
La enfermera rubia platino que estaba casi desnuda sonrió mientras sus dos acompañantes se quitaban también el uniforme, e hizo funcionar el aparato de música.
Al instante, la habitación se llenó de acordes.
La mujer que estaba frente a Logan comenzó a bailar. No debía de tener más de veintidós años y, de repente, Logan se sintió un viejo a sus treinta y uno y se giró hacia Wyatt.
– ¿No se supone que tendría que estar bailando para ti? ¡Vaya!
La bailarina se había sentado sobre su regazo y se estaba colocando a horcajadas sobre sus piernas para comenzar a moverse y a frotarse al ritmo de la música, buscando una reacción física por parte de Logan.
– ¿Preparado para recibir tu regalito, padrino? -le preguntó pasándole los brazos por el cuello y apuntándole con sus perfectos pechos de silicona.
– Eh…
La bailarina hizo unos movimientos de pelvis de lo más profesionales y Logan se percató de que la esquina de un sobre sobresalía de su tanga.
– Sólo para ti -ronroneó sin dejar de moverse-. No seas tímido, agarra tu premio, cuerpazo.
¿Cuerpazo?
Logan hizo una mueca de disgusto y sacó el sobre del tanga, descubriendo en el proceso que la bailarina no era rubia teñida.
Al instante, se sintió como un pervertido y agradeció poder concentrarse en abrir el sobre para disimular.
Lo que había dentro era un vale para irse ocho días al Lago Tahoe. Logan se quedó mirándolo con la boca abierta. Le encantaba esquiar, pero no le apetecía irse de vacaciones.
¿Para qué si él hacía normalmente todos los días cosas que la gente normal no hacía nunca? Se pasaba el día escalando montañas, volando en helicóptero y haciendo rapel. Seguro que el Lago Tahoe no tenía nada que envidiarle a su actividad diaria.
– Pero, esto no puede ser. Sois Leah y tú los que deberíais ir…
– No, de eso nada, nosotros preferimos un sitio mucho más calentito, de ésos donde apenas hay que llevar ropa. El viaje al Lago Tahoe es para ti, por todo lo que has hecho por mí.
Por supuesto, Wyatt se refería a que Logan les había salvado la vida a su futura mujer y a él hacía unos meses, pero Logan no quería que le pagara por ello porque eso era a lo que se dedicaba.
Él era así.
– No necesito irme una semana de vacaciones -insistió Logan apartando a la bailarina-. De hecho, no tengo una semana de vacaciones.
– ¿Pero qué dices? -se rió Pete-. Trabajamos para nosotros mismos, ¿no? ¿Quieres una semana de vacaciones? Pues te la tomas y en paz.
Sí, era cierto. Eran sus propios jefes. Wyatt y él eran los propietarios del helicóptero que utilizaban para los rescates. Además, también lo usaban para otros servicios que les permitían mantenerlo.
Así, Wyatt se lo alquilaba a una emisora de radio local y Logan hacía las veces de taxista para un par de millonarios de la zona.
Sin embargo, lo que más les gustaba a los dos era trabajar de manera voluntaria para el equipo de salvamento aéreo.
– No es tan sencillo -protestó-. Tengo trabajo que hacer y, como tú te vas de luna de miel, yo tendré que estar localizable las veinticuatro horas del día los siete días de la semana por si hay alguna emergencia.
– En eso tienes razón, así que tendrás que esperar a que yo vuelva de mi luna de miel para irte. Pero te vas a ir. Lo necesitas tanto como yo -contestó su amigo mirándolo a los ojos.
En ese momento, la bailarina se sentó en el regazo de Wyatt, que sonrió encantado, pero Logan conocía bien a su amigo y sabía que su mente estaba en otra parte.
Probablemente, estuviera pensando en Leah, la mujer con la que se iba a casar el día siguiente.
Logan se estremeció.
¿Casarse? ¿Por qué demonios habría elegido Wyatt estropear una relación maravillosa?
Wyatt y Leah tenían una conexión increíble, profunda y verdadera que no era fácil de encontrar y que Logan no había visto muchas veces ni había conocido en sus propias carnes.
– A lo mejor conoces a una esquiadora preciosa -bromeó Wyatt enarcando las cejas.
– ¿Tú crees que yo necesito una esquiadora preciosa? -rió Logan.
– Para empezar, lo que necesitas es una semana de vacaciones. Por favor, acepta el viaje. Tengo una buena corazonada con él.
– ¿Desde cuándo tienes corazonadas? Ahora resulta que hablas como una mujer.
– Mira, Logan, llevas todo el mes trabajando sin parar y si solamente hubiera sido este mes no diría nada, pero es que, en realidad, llevas así yo ya no sé cuánto tiempo. No sé qué te pasa, pero que no te importe arriesgar la vida por cualquier cosa es peligroso.
Logan tuvo que admitir que su amigo tenía razón.
Era cierto que necesitaba unas vacaciones.
La verdad era que eso de esquiar sonaba de maravilla.
– Está bien, acepto tu propuesta, pero te advierto que, si al final, tienes que venir a buscarme, será culpa tuya.
– Y la asumiré encantado -sonrió Wyatt-. Por favor, desconecta y diviértete.
Logan pensó que, si se empeñaba realmente en ello, tal vez, lo consiguiera.
Capítulo Uno
Lago Tahoe, California
– Lily Rose, te acuerdas de que hoy es día de pago, ¿verdad?
«Vaya por Dios».
Lily Harmon sintió que la cabeza le estallaba.
Si no conseguía tener unos momentos de calma inmediatamente no se hacía responsable de lo que fuera capaz de hacer.
Era consciente de que no tenía mucha paciencia, así que tomó aire para calmarse y se giró con una hermosa sonrisa hacia Gwyneth, su hermana mayor.