– ¿Ah, sí?
– ¿Lo ves? ¡Se te había olvidado!
– No, claro que no. Es que me gusta hacerte rabiar.
Gwyneth, que tenía treinta y cinco años, no paraba de decirle a Lily, que tenía veinticinco, lo que tenía que hacer.
– Sólo te lo digo para ayudarte.
– Pues no hace falta que lo hagas, puedo perfectamente con mi trabajo yo sola.
– Pero…
– Mira, si quieres perder el tiempo, vete a perderlo con otra persona. Por favor, relájate un poquito -dijo Lily poniéndose su cazadora roja del equipo de salvamento de esquí.
– ¿No has leído las estadísticas? -insistió su hermana-. Bueno, de acuerdo, ya lo dejo. Está bien -añadió al ver cómo la miraba Lily.
– Me parece que, en lugar de dedicarte a la contabilidad, deberías buscarte a alguien a quien le pudieras dar órdenes. ¿Por qué no tienes hijos? Así, podrías estar todo el día diciéndoles lo que tienen que hacer y te convertirías en una madre como mamá -añadió poniéndose el casco y decidiendo que aquel día utilizaría tabla en lugar de esquís.
A continuación, se calzó las botas, se cargó la tabla al hombro y miró a su hermana, que se había quedado de piedra.
Lily sacudió la cabeza y salió del vestuario hacia el vestíbulo, donde había un montón de huéspedes ataviados con ropa de esquiar.
Lily pasó ante la inmensa chimenea en la que el fuego que ella misma había hecho aquella misma mañana seguía tirando con fuerza. Alrededor de la chimenea, llenando todos los sofás que había, la gente charlaba y reía.
Aquella imagen tan acogedora hizo que Lily sonriera, pero su sonrisa le duró poco.
– Tenemos problemas de nuevo con los osos, se siguen comiendo la basura -le dijo su hermana, que la había seguido.
– ¿Cómo? ¿Después de que compraras esas cajas tan maravillosas con esas asas que los osos no pueden abrir por mucho que se lo propongan? -contestó Lily con sarcasmo.
– El problema es que no las pueden abrir ni los osos ni los clientes. Y lo peor es que la gente no se termina de creer que hay osos de verdad por aquí durante todo el invierno, así que deja la basura en el suelo y los animales vienen atraídos por el olor.
«Como imaginaba, ni pizca de sentido del humor», pensó Lily.
– No te preocupes, ya he pedido varios letreros de ésos de «No den de comer a los osos ni a nada que se los pueda comer a ustedes» -contestó Lily.
– Lily, estamos a final de mes y hay que pagar…
– Sí, Gwyneth, ya lo sé, yo también tengo un calendario encima de la mesa.
– Sí, pero es que…
– Por favor, Gwyneth -dijo Lily girándose hacia su hermana-. Vamos a ver, Gwyneth. ¿Te he pedido yo acaso que me estés recordando constantemente mis responsabilidades como si fuera una niña de cinco años?
– No, pero…
– Entonces, ¿por qué no me dejes en paz y me permites hacer las cosas como a mí me dé la gana?
– No es mi intención decirte lo que tienes que hacer, pero quiero ver este lugar funcionando correctamente -contestó Gwyneth.
Bay Moon Resort constaba de quince habitaciones, una cafetería espaciosa, un bar, una tienda de regalos y una tienda de alquiler de material de esquí. Además, tenía fama de ser un lugar acogedor al que a la gente le gustaba volver todos los años. Eso le había valido el título de «exclusivo» con el que lo describían los folletos publicitarios.
Para Lily, aquel lugar no era exclusivo sino su hogar.
Por supuesto, sus hermanas Gwyneth y Sara no lo veían así, pero eso era porque ellas habían vivido en la ciudad con sus padres mientras que a Lily, la hija problemática, la habían mandado a las montañas después de una serie de infortunados incidentes que habían tenido lugar cuando Lily, así lo admitía, había tomado una serie de decisiones no muy afortunadas.
Así había sido cómo sus padres la habían enviado con sus abuelos a la edad de dieciséis años para ver si «se enderezaba».
Por supuesto que se había enderezado.
Y no había sido por el genio de su abuelo ni por los sermones de su abuela, que seguramente también habrían influido, sino por la montaña, que le daba una sensación de paz y de fuerza insuperables.
– Bay Moon funciona estupendamente. Todo está bajo control -le aseguró a su hermana parándose ante la doble puerta de madera.
Al otro lado le esperaba el maravilloso viento de la sierra y las laderas nevadas, que eran su territorio personal.
Ya antes de terminar el colegio, era técnico de emergencias y estaba certificada como patrullera profesional, una buena excusa para trabajar como parte del equipo de emergencias en aquellas laderas que tanto amaba.
Eso era lo que había hecho hasta que la habían nombrado directora del hotel. Por supuesto, seguía trabajando para el equipo de emergencias, pero ahora las cosas eran diferentes, mucho más complicadas, no tenía tanto tiempo para esquiar como le hubiera gustado.
– Lily, estoy intentando hablar contigo.
– No, lo que estás intentando es volverme loca. Por favor, déjame en paz.
– ¿Cómo te voy a dejar en paz? Si no estoy encima de ti constantemente, no haces nada.
Lily no se lo podía creer.
Después de todo el tiempo que había transcurrido, Gwyneth seguía pensando que hacía las cosas única y exclusivamente porque así se lo mandaba ella.
En el pasado, era cierto que había funcionado así, siempre había tenido que haber una persona diciéndole qué tenía que hacer porque, normalmente, Lily no hacía nada por iniciativa propia.
Bueno, sí que hacía cosas por iniciativa propia, pero en cuanto utilizaba esa iniciativa propia los resultados eran terribles. Como aquella vez en la que se le había ocurrido encender los cañones de nieve artificial en el mes de julio o poner polvos verdes en los tanques de agua de la cafetería, lo que había motivado que tanto los empleados como los clientes se pegaran un susto de muerte.
Incluso había robado un vehículo. Bueno, si a tomar prestado un trineo motorizado para ir a deslizarse bajo la luz de la luna llena se le podía llamar robar…
Era cierto que había sido una chica difícil, pero ya había pagado por ello. Su familia nunca la había tomado en serio.
Ni siquiera ahora.
Muy bien, no tenía más remedio que aceptarlo y lo aceptaba.
– Llevo un año ocupándome de este lugar, desde que la abuela murió el año pasado, y no ha habido ningún problema.
Gwyneth se cruzó de brazos.
– Lo dices como si nunca hubieras hecho nada malo.
– ¿Te vas a poner ahora a recordarme todo lo que he hecho en mi vida? -se rió Lily.
– No, te aseguro que esto no tiene nada que ver con tu pasado -contestó Gwyneth.
«¡No, qué va!», pensó Lily.
Lo último que Lily quería en aquellos momentos, con una maravillosa mañana de enero ante sus ojos, era ponerse discutir con su hermana.
– Te propongo que hagamos un alto el fuego.
– ¿Cómo?
– Sí, yo siento mucho que la abuela me dejara este lugar a mí y tú sientes mucho ser tan seria y quisquillosa.
– ¡Pero si tú no sientes en absoluto que la abuela te dejara a ti el Bay Moon!
– ¡Me has pillado! -sonrió Lily.
Gwyneth no sonrió.
– Mira, este lugar es pequeño y acogedor y está bien como está -suspiró Lily-. La abuela sabía que yo haría todo lo posible para mantenerlo así. Así que ya lo sabes: lo que hago lo hago por ella.
Su hermana se quedó mirándola a los ojos con cara de pocos amigos.
El parecido entre ambas saltaba a la vista pues las dos tenían el pelo ondulado y de color castaño claro, los ojos marrones y los labios voluminosos.
Lo que las diferenciada era que Lily siempre sonreía.
– Sabes perfectamente que yo no habría hecho nada que pudiera contrariar los deseos de la abuela.
– Puede que conscientemente no, pero, tarde o temprano lo habrías hecho. Ya estamos a tope, no tenemos más capacidad y cada vez hay más esquiadores. Obviamente, si por ti fuera, construirías otro edificio con más habitaciones para dar cabida a más clientes. Al final, convertirías este lugar en un hotel grande e impersonal. Qué horror.