Una vez de vuelta en el despacho, Lily se concentró en el trabajo burocrático, lo que menos de gustaba, durante varias horas.
Cuando levantó la cabeza eran las tres de la tarde y decidió que era un buen momento para salir con la excusa de comer algo.
– ¿Vas a comer? -le preguntó Carrie cuando la vio salir.
Carrie también había nacido allí y había esquiado toda su vida hasta que hacía dos años se había lesionado gravemente la espalda y ahora se conformaba con ver la nieve de lejos.
Lily siempre pensaba que, si a ella le sucediera algo parecido, se moriría.
– Sí.
– A ver si lo adivino. Seguro que vas por una hamburguesa a la cabaña de mitad de pista -sonrió la secretaria.
– Bueno, voy a la cabaña, sí, pero…
– Está nevando otra vez -la informó Carrie.
¿Cuándo había sido eso un impedimento? Lily volvió a su oficina, dejó las gafas de sol y las reemplazó por las de ventisca.
– Haz una bajadita por mí -sonrió Carrie al verla aparecer de nuevo.
– Eso está hecho -sonrió Lily saliendo.
Lily estaba llegando a la cabaña cuando vio un círculo de gente y en medio a dos personas que se estaban peleando.
Al acercarse, comprobó que eran dos hermanos gemelos que estaban discutiendo porque cada uno quería bajar por una pista.
– A ver -dijo metiéndose en medio y llevándose un codazo en el proceso-. ¡Quietos inmediatamente!
Los gemelos se quedaron quietos y la miraron confusos. No debían de tener más de veinte años.
– Tú vas a bajar por Calamita -le dijo a uno de ellos.
– ¿Calamita? ¡Eso es para niñas! -se mofó el aludido.
– Haz lo que te digo o te quito el pase de temporada -le advirtió Lily.
– ¿Cómo? ¡No me puedes quitar el pase de temporada! ¡Me ha costado una fortuna!
– Si no obedeces, te quito el pase de temporada -insistió Lily-. ¿Ha quedado claro? Tú por Calamita y tú por Abby.
Ninguno de los dos interpelados se movió y Lily se preguntó si iba a tener que pedir refuerzos por radio.
En aquel momento, un desconocido salió de la multitud y se situó a su lado. Sin decir nada, consiguió, con su mirada, que los dos chicos se giraran y se alejaran.
Era su guapísimo desconocido de negro.
Lily se relajó y lo miró a los ojos.
– Madre mía, qué dos -sonrió el desconocido.
– Sí, a veces, esto se convierte en un centro de idiotas.
– Pero te has hecho muy bien con la situación.
A Lily le encantó que se lo reconociera.
– ¿Estás teniendo un buen día?
– Sí -contestó el desconocido-. Volver a verte lo ha mejorado.
Lily se inclinó para atarse las ataduras de las botas y para darse un respiro porque aquel hombre la descontrolaba. Sobre todo ahora que sabía que no sólo era una cara bonita y un buen cuerpo.
Saber que era miembro del Servicio de Búsqueda y Salvamento de Ohio no hacía sino excitarla sobremanera porque no había nada que le gustara más en un hombre que saber que arriesgaba su vida por los demás.
Lily oyó cómo sus esquís se desplazaban sobre la nieve y, cuando se irguió, se lo encontró justo frente a ella.
El desconocido se quitó el guante y le tocó la mejilla, allí donde la habían golpeado.
– Estoy bien -le aseguró Lily.
El desconocido le quitó las gafas.
– ¿Qué pasa? -se extrañó Lily.
– Nada, que me apetecía verte los ojos.
Ya.
Lily hizo lo mismo.
El ambiente estaba tan cargado entre ellos que saltaban chispas.
– Vaya, no sabía si habían sido imaginaciones mías -comentó el desconocido mirándola a los ojos.
– ¿A qué te refieres?
– A esto -contestó el desconocido tocándole la base de la garganta con un dedo aprovechando que Lily llevaba la cazadora desabrochada.
Capítulo Tres
Lily oía el latido de su corazón por dentro. Fuerte, potente, alto. De repente, se le antojó que la ropa le apretaba. ¿O sería la piel que le tiraba?
El hombre volvió a acariciarle la base de la garganta con la yema del dedo y Lily se fijó en que él parecía tan agitado como ella.
– ¿Esto… qué?
El desconocido la miró con un brillo especial en los ojos.
¿Impaciencia?
– No sé si voy a poder explicarlo con palabras sin ponerme demasiado gráfico.
Lily sintió que se estremecía de pies a cabeza.
– Comprendo -contestó Lily-. ¿Te sucede a menudo?
– No. ¿Y a ti?
¿El qué? ¿Mirarse en sus ojos y sentir como si se estuviera ahogando de felicidad? ¿Querer desnudarse allí mismo para sentir sus manos por todas partes?
– No -consiguió contestar-. No demasiado a menudo.
El desconocido se quedó mirándola a los ojos con intensidad.
– Esta mañana, durante el salvamento, he oído que tus compañeros te llamaban «Slim», pero supongo que no te llamas así -comentó acariciándole la mandíbula.
– No, me llamo Lily Harmon.
– Logan White -se presentó el desconocido acariciándole la coleta en la que Lily llevaba el pelo recogido-. ¿Sigues de servicio?
– En realidad, hoy no estoy de servicio -contestó Lily-. Trabajo en el hotel.
Lily no solía decir que era la propietaria porque, entonces, la gente la miraba de otra manera y eso a ella no le gustaba.
– Me había tomado un descanso para comer algo.
– Perfecto.
Sí, perfecto para hacer unas cuantas cosas juntos.
– ¿Perfecto para qué?
– Para terminar la carrera. ¿Todavía te crees capaz de ganarme?
– Sé que soy capaz de ganarte.
Logan la miró desafiante.
– Vamos -lo animó Lily avanzando hacia la Endiablada.
– ¿Lista? -le preguntó Logan una vez allí.
– Espero que el que esté listo para perder seas tú -contestó ella.
Logan se rió de manera sensual.
– Eso ya lo veremos…
Lily no esperó. ¿Trampa? Bueno, sólo un poco. Después de haber visto cómo esquiaba aquel hombre, lo cierto era que no estaba tan segura de poder ganarlo a no ser que lo tomara por sorpresa.
Lily sentía el viento en la cara y, con la emoción de la carrera, su ritmo cardiaco se aceleró. Logan se puso a su altura rápidamente y durante un buen rato se deslizaron sobre la nieve en paralelo.
«Vamos a la par», pensó Lily sin poder evitar preguntarse si en la cama les iría igual de bien.
En aquel momento, se cruzó un esquiador. El hombre no los había visto y había un barranco muy cerca, así que Lily le gritó que se apartara. Al oír voces, el hombre se giró hacia ellos y, al comprender el peligro, se tiró al suelo.
Al hacerlo, se llevó a Lily por delante.
– ¿Estás bien? -le preguntó Logan.
«No, por supuesto que no estoy bien», pensó Lily.
Se había caído y ella jamás se caía.
Maldición.
Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que lo que había pasado en realidad había sido que Logan la había tirado adrede al suelo para evitar que cayera por el barranco. Al imaginarse el daño que podría haberse hecho, sintió náuseas.
– Menuda caída -comentó Logan poniéndole la mano en el brazo.
– Estoy bien -le aseguró Lily.
En realidad, lo único que le dolía era el orgullo.
– Menudo desagradecido -comentó Logan al ver que el esquiador que había provocado todo aquello se largaba sin decir nada.
– Ya ves -contestó Lily encogiéndose de hombros-. Vaya -se lamentó al ver que se le había roto una de las ataduras de la tabla.
– Espera -le dijo Logan abriendo su mochila y rebuscando en el interior.
– ¿Cinta americana? -se sorprendió Lily.
– Mira -contestó Logan atándole la bota a la tabla.
– Vamos -propuso Lily incorporándose.
Al hacerlo, sintió una punzada de dolor en la rodilla izquierda. Era una vieja lesión por la que había tenido que pasar dos veces por quirófano y que ahora le estaba molestando bastante.