– ¿Se puede saber por qué siempre tenemos las reuniones de la mañana fuera? -gruñó Cari estremeciéndose de pies a cabeza.
– Porque Lily tiene hielo en las venas -contestó Debbie.
– Si no te importa, esto es una reunión de trabajo y te agradecería que no te metieras -la reprendió su sobrina.
– Perdón -se disculpó Debbie con cinismo.
Cari volvió a estremecerse.
Lily llamó al distribuidor de pan por teléfono y el supervisor le aseguró que habían recibido un mensaje en su nombre anulando el pedido.
– Vas a tener que hacer gala de tu creatividad hasta mañana -le dijo al jefe de cocina.
Cari se encogió de hombros.
– Anda, vamos a la cocina, que se está mucho más calentito, y te hago unos huevos revueltos con jamón de los que a ti te gustan -le dijo con una sonrisa-. Claro que no te voy a poder poner molletes de pan porque mi jefa no sé qué ha hecho que nos ha dejado a todos sin pan.
– Te vuelvo a decir que yo no he hecho nada -se defendió Lily.
Era cierto. Ella no había hecho nada, pero la verdad era que no había pan y tenían que averiguar quién era el culpable.
– Me encantaría ir a tomar unos huevos revueltos contigo, pero tengo muchas cosas que hacer -suspiró Lily-. Para empezar, tengo que hablar con tu hermano, que está ahora mismo lidiando con los ordenadores, y con Sara.
– Muy bien.
– Yo sí me apunto a los huevos -intervino Debbie.
Lily los siguió hacia la cocina, mirando a su alrededor mientras cruzaban la cafetería, diciéndose que lo hacía para comprobar que todo el mundo que estaba desayunando estaba a gusto, pero, en realidad, estaba buscando a un hombre alto y moreno de ojos maravillosos.
Pero Logan White no estaba.
Lily se preguntó si se habría ido a esquiar ya. Pronto tuvo que apartar a Logan de sus pensamientos y concentrarse en los problemas que tenían. Arreglar los ordenadores les llevó toda la mañana y, luego, tuvo que hacer el turno de la tienda de regalos porque el empleado se había puesto enfermo.
Lily no acababa de creérselo porque la noche anterior había caído una nevada estupenda y las pistas estaban más apetecibles que nunca. Si ella no hubiera sido la dueña del hotel, también estaría esquiando.
Por desgracia, no pudo salir del hotel durante el resto del día, lo que la ponía de mal humor porque no faltaba mucho para que terminara la temporada de esquí y no había podido esquiar todo lo que le hubiera gustado.
Por la tarde, sentada a su mesa, mirando ausente la cantidad de papeles con los que tenía que lidiar, se masajeó las sienes.
Llevaba casi un año trabajando a un ritmo frenético y aquello la estaba matando. Era cierto que salía a esquiar por aquellas montañas que tanto amaba, pero siempre pendiente de la radio por si la llamaba la patrulla o sus hermanas.
No tenía tiempo para sí misma.
Cuando su estómago protestó, se dirigió a la cafetería y, de nuevo, se preguntó dónde estaría Logan.
En ese momento, la llamaron por radio.
– Voy a llegar media hora tarde -anunció Matt.
– Pero si entras… ahora mismo -contestó Lily consultando el reloj.
– Sí, ya lo sé. ¿Me puedes cubrir?
– Sí, no te preocupes…
Lily sabía que su cuñado estaba haciendo un gran esfuerzo trabajando en dos sitios a la vez para pagar una sorpresa para Sara. La casa en la que vivían solamente tenía una habitación y un baño y su hermana estaba embarazada de siete meses y medio, así que Matt quería hacer una ampliación por sorpresa.
Lily se dirigió al bar, donde aquella noche había una orquesta especializada en música de los años ochenta.
Todo el mundo iba vestido con vaqueros y cazadora de esquiar. Excepto Debbie, que iba de punta en blanco.
Mientras servía a los clientes, no dejó de mirar hacia la puerta con la esperanza de que llegara un hombre en concreto.
Que no llegó.
«No pasa nada», se dijo Lily.
No era la primera vez que se quedaba con las ganas y, por lo menos, aquella noche llevaba vaqueros y un jersey y no estaba fría, húmeda y hambrienta. Lo malo era que la rodilla y el cuello le dolían muchísimo como resultado de la caída de hacía unos días, así que decidió que pasaría un rato en el jacuzzi antes de meterse en la cama.
– Lily.
Lily se giró para encontrarse con su hermana Sara. A diferencia de Gwyneth, a Sara no le importaba que Lily hubiera heredado el hotel familiar y, a diferencia de Gwyneth, a ella realmente le importaba la familia.
Por eso, era muy corriente que, cuando Lily se peleaba con Gwyneth, Sara pusiera paz entre ellas.
Últimamente, sin embargo, desde que se había casado con Matt, había dejado de hacerlo para concentrarse en su maridito.
– Tenemos que hablar. Ha ocurrido algo.
Lily asintió y se llevó a su hermana a la salida del bar.
– No me puedo creer que estés haciendo otra vez el turno de Matt -se lamentó Sara.
Lily se dio cuenta de que su hermana estaba apesadumbrada.
– Ha sido una cosa de última hora -contestó Lily tapando a su cuñado, a quien había prometido guardar el secreto sobre la sorpresa.
Sara asintió.
– Me parece que me está engañando.
– ¿Por qué no te sientas y nos tomamos un chocolate caliente?
– No me quiero sentar. ¿Me has oído? Te he dicho que mi marido me está engañando.
– Por el bien de tu bebé, siéntate y tómate un chocolate caliente -insistió Lily.
– No sé si es que me he puesto muy gorda con el embarazo… -se lamentó Sara con los ojos llenos de lágrimas.
– No digas eso…
– Entonces, ¿qué le pasa últimamente? ¿Dónde demonios está? Oh, Dios mío -se lamentó llevándose la mano a la boca-. Ya no me quiere, ¿verdad?
Matt le había advertido a Lily que Sara cambiaba de estado de ánimo rápidamente.
– ¿Será porque estoy de mal humor?
– Eh…
– Bueno, tú también estarías de mal humor si hubieras engordado tanto que el peso no puede contigo y, si pudiera hablar, gritaría «¡de uno en uno, por favor!»
– Sara…
– ¿Cómo estarías si supieras que dentro de un mes y medio te van a sacar por la vagina un bebé como un balón de baloncesto? ¿Verdad que entonces no estarías tan contenta?
Lily cerró los ojos y se imaginó la escena y, desde luego, le pareció que sacarse un balón de baloncesto por la vagina no era apetecible en absoluto.
– ¿De verdad estoy tan gorda? -le preguntó su hermana con tristeza.
Pregunta con trampa.
Lily sabía perfectamente, porque su cuñado también se lo había dicho, que las preguntas con trampa era mejor no contestarlas.
– Si me está engañando con otra, lo mato -prosiguió Sara muy seria-. Lo haré lentamente.
Lily miró por encima del hombro de Sara y vio que su marido acababa de llegar. Detrás de él, entró Logan y Lily perdió la concentración por un momento porque todas las hormonas de su cuerpo se pusieron a bailar de felicidad.
– Tú sabes dónde está -la acusó Sara-. Me estás mintiendo. Se te nota cuando mientes. Yo siempre te pillo, como aquel 4 de Julio en el que destrozaste mi cuarto de baño con aquellos fuegos artificiales ilegales que le compraste a un tipo. Entonces, me dijiste que Dios me estaba enviando un mensaje para que no me pasara tanto tiempo en el baño, pero siempre he sabido que fuiste tú.
– No se probó nada.
– ¿Dónde está, Lily?
Lily volvió a mirar a su cuñado, que la miró con cara de perrillo apaleado, y se masajeó el cuello.
– No lo sé, pero te aseguro que no le parece que estés gorda en absoluto y que sigue queriendo tener un hijo contigo. Tu marido está loco por ti.
Y eso era verdad.
Los padres de Lily viajaban mucho y, cuando estaban bajo el mismo techo, no paraban de pelearse y sus abuelos no sabían empezar el día sin una buena discusión.
Como resultado, Lily y sus hermanas habían desarrollado relaciones basadas en la jerarquía del grito y el insulto, pero, cuando Matt había aparecido en la vida de Sara, Lily había observado sin poder creérselo cómo entre ellos surgía un vínculo muy profundo basado en algo completamente diferente.