Cuando ella creía que no podría seguir andando, Conor la llevó por encima de un muro hasta llegar a una casa. En silencio, hizo que entrara en su interior y luego cerró la puerta.
Olivia sentía que las rodillas se le doblaban. Conor la agarró por la cintura para soportar el peso. Entonces, le frotó la espalda para hacer que entrara en calor.
– Tranquila -murmuro-. Aquí estamos a salvo, al menos durante un rato.
– También se suponía que estábamos a salvo en la otra casa. ¿Qué ocurrió?
– No lo sé. El teléfono no funcionaba había alguien merodeando por la puerta. Pudo ser el viento, pero no creo.
– No quiero seguir con esto -dijo Olivia, con lágrimas en los ojos-. Solo quiero marcharme muy lejos, donde nadie me conozca.
Sin embargo, si no testificaba y no metían a Keenan en la cárcel, ¿cómo iba a volver a sentirse a salvo?
Se pasaría el resto de su vida mirando por encima del hombro, esperando que él o uno de sus hombres fuera a silenciarla.
– Yo… quiero olvidar lo que oí. No puedes retenerme aquí. No voy a testificar.
– No hables así, Olivia. Te prometo que yo te protegeré. De ahora en adelante, solo estamos tú y yo. Y las personas en las que sé que puedo confiar.
Fueron a la cocina y sacó su teléfono móvil. Rápidamente marcó un número.
– ¿Dylan? Soy Conor. Sé que es muy tarde, pero esto es muy importante. Necesito que consigas un barco. ¿Cuándo ha llegado? – añadió, después de un silencio-. Quiero que los dos traigáis a El Poderoso Quinn a través de la bahía hasta el puerto de Provincetown. Si sales ahora mismo, podrás estar aquí antes de que amanezca. Amarra en el muelle de la gasolina e invéntate alguna excusa para estar allí. Espera hasta que yo llegue. Entonces te lo explicaré todo.
Tras colgar el teléfono, se volvió de nuevo a Olivia, y empezó a frotarle los brazos distraídamente.
– Necesito encontrar transporte para llegar a la ciudad. Vas a quedarte aquí tú sola, pero solo durante un rato.
– No. Yo voy contigo.
– De acuerdo. Esta casa tiene garaje. Esperemos que los dueños hayan dejado también un coche.
Avanzaron por la casa a oscuras, tratando de que sus ojos se adaptaran a la oscuridad. La puerta del garaje salía de la cocina. Cuando encendieron la luz, ambos se protegieron los ojos.
– Bingo -musitó él, señalando un todoterreno-. No tiene ni techo ni ventanas, pero tiene cuatro ruedas. Puede que pasemos un poco de frío, pero por lo menos no tendremos que ir andando a la ciudad. Pero primero descansemos un poco. No es necesario que nos marchemos todavía.
– ¿No deberíamos buscar las llaves?
– Si no están en el contacto, haré un puente. Venga, mis hermanos estarán aquí antes del amanecer y quien nos está buscando continuará la búsqueda cuando salga el sol.
– Yo… no creo que pueda dormir.
– Haremos que entres en calor y te sentirás mucho mejor -musitó él, entrelazando sus dedos con los de ella.
Volvieron al interior de la casa y Conor la condujo al sofá. Entonces, se sentó a su lado y la tomó entre sus brazos. ¿Cómo habían intimado tan rápidamente? ¿Era el peligro al que se enfrentaban o era simplemente una táctica policial para hacer que ella cumpliera con todo lo que él le pidiera? Olivia cerró los ojos y se apoyó contra su hombro.
Hacía mucho que no estaba con un hombre. Últimamente, la búsqueda de antigüedades le había resultado mucho más satisfactoria que el amor. Sin embargo, nunca se había sentido tan cercana a otro hombre como se sentía con Conor. ¿Cuánto tiempo había estado buscando aquel sentimiento, la seguridad de saber que otra persona, aunque fuera prácticamente un extraño, se preocupaba por ella?
Olivia respiró profundamente y trató de calmar sus caóticos pensamientos. Sería tan fácil enamorarse de aquel hombre… Pero dentro de once días él desaparecería de su vida, dejando que ella tratara de juntar las piezas de su rompecabezas como si nada hubiera ocurrido.
No quería pensar en el futuro. En aquellos momentos, solo podía pensar en el presente, en el siguiente minuto, en la siguiente hora. Si pensaba demasiado en el futuro, el miedo se adueñaría de ella, dejándola demasiado aterrada para abrir los ojos, demasiado aterrada para respirar.
– Háblame -murmuró-. Podré dormirme si oigo tu voz.
– Pero si me has dicho que no soy un gran conversador.
– Me gusta el sonido de tu voz. Tiene magia.
– Entonces, te contaré una historia mágica -dijo él, poniendo un fuerte acento irlandés.
Olivia escuchó a Conor mientras le contaba una fascinante historia de una hermosa hada llamada Etain. Le explicó pacientemente que las hadas, o las Sidh, no eran pequeñas criaturas aladas, sino de tamaño humano. Vivían en un mundo paralelo, un mundo que se reunía a veces con el mundo real cuando una cosa se convertía en otra, como el atardecer en noche, el amanecer en día, el verano en otoño…
Etain había embrujado a un rey con su belleza, pero cuando el hermano del rey la conoció, se enamoró de ella también. Conor llenó la historia de vivos detalles y, para cuando hubo terminado, Olivia se sentía completamente cautivada por las imágenes que él había evocado. Pensaba que era un hombre muy complejo, duro y calculador en el exterior y muy sensible en el interior.
– ¿Cómo sabes esa historia?
– Mi padre solía contárnosla. No estaba mucho en casa, así que tratábamos de memo-rizar todos los detalles para poder contárnosla nosotros mismos cuando él ya se había marchado. Era como una competición entre mis hermanos y yo para ver quién la podía contar mejor.
Sin pensar, ella levantó la mano y se la colocó en la mejilla. Conor la miró a los ojos y, durante un momento, Olivia estuvo segura de que iba a besarla. Pensó también en hacer ella misma el primer movimiento, curiosa por conocer cómo sería su sabor y sus labios.
– No deberíamos hacer esto -murmuró él, sin poder apartar los ojos de sus labios-. Tú eres testigo en un juicio y yo debo protegerte.
Olivia apartó la mano. No debería haber pensado que él se sentiría tan atraído por ella como ella por él. Era una fantasía desear al hombre que la estaba protegiendo y, al mismo tiempo, un modo de escapar de los problemas de su vida diaria.
– Lo siento.
– No tienes por qué -replicó Conor-, es algo bastante común. Tú tienes miedo, yo te protejo… Ocurre constantemente.
– Entonces, ¿te ha ocurrido antes?
– No, nunca.
– Bueno, entonces eso me hace sentir mucho mejor -dijo ella, levantándose del sofá-. Voy a ver si puedo encontrar una cama. Despiértame cuando sea hora de marcharnos.
Caminó por un largo pasillo, deseando poner tanta distancia como fuera posible entre Conor y ella. Cuando finalmente alcanzó la puerta de un dormitorio, la cerró tras ella y respiró aliviada. Todo parecía tan irreal como si se estuviera viendo en una película. ¿Qué le había pasado a su vida? Solo unos pocos meses antes había estado tan ocupada con su trabajo, que no había encontrado tiempo para ocuparse de su patética vida social.
En aquel momento, estaba en compañía del hombre más intrigante y guapo que había conocido nunca. Debería estar encantada, pero, cuanto más conocía al detective Quinn, más empezaba a creer que Red Keenan no era quien suponía un peligro para ella. Era Conor Quinn.
Conor contemplaba el puerto de Provincetown, vigilando el horizonte para captar cualquier señal de Brendan y Dylan. El sol estaba empezando a salir y el cielo estaba más despejado. Las estrellas eran visibles a través de los claros que se veían en las nubes, pero el viento había vuelto a soplar con fuerza. El pequeño pueblo estaba despertándose y Conor tenía miedo de que todavía siguieran esperando cuando saliera el sol.