Con eso, lo empujó y cerró la puerta, dejando a Conor apretujado en el pequeño recibidor, con solo una fina capa de cartón entre él y aquella fiera. Entonces, se giró y abrió la puerta de la calle.
– Vas a pagar por esto, Olivia Farrell. Mientras se dirigía al coche con el gato, este hizo un valiente intento por escapar. Aunque Conor sentía la tentación de abrir la tapa de la caja y dejar que el animal se escapara, después de todas las molestias que se había tomado no estaba dispuesta a hacerlo. Después de todo, el gato era una prueba, prueba que Olivia Farrell le había mentido y, de paso, había puesto su vida en peligro.
Uno de los hombres de Keenan podría haberlo reconocido y haberle disparado. Tal vez podrían haberlo seguido al motel, para así ocuparse también de Olivia. Conor comprobó la calle otra vez y se metió rápidamente en el coche, dejando la caja en el asiento del pasajero.
No dejó de vigilar por el retrovisor mientras hacía una serie de giros completamente ilógicos hasta que se aseguró de que no lo seguían. Entonces, se puso a repasar mentalmente la conversación que iba a tener con Olivia.
Aunque quería regañarla hasta conseguir que se disculpara, Conor se sentía aliviado en secreto. No tenía un hijo. Sin un hijo, no había nada que se interpusiera entre ellos. No había estado seguro de lo que pensar cuando había mencionado por primera vez a Tommy, pero había sentido una ligera envidia de que su corazón pudiera pertenecerle a otra persona.
¿Por qué envidia? Había tratado de convencerse de que lo que sentía por ella era algo simplemente profesional. Después de todo, lo que mejor se le había dado desde niño era proteger a los demás, Sin embargo, no podía ignorar la atracción que existía entre ellos, los repentinos deseos de tocarla y besarla.
Había oído historias de policías que se enamoraban de mujeres a las que tenían que proteger y siempre había pensado que un hombre tenía que estar loco para arriesgar su profesión por una mujer. De hecho, ya sabía cómo ocurría. Se sentía tan asustada y necesitaba que su primer instinto era protegerla… Algunas veces, no había mejor modo de demostrarlo que con un beso o una caricia.
Conor contuvo el aliento. Ya sabía cómo eran las reglas y los castigos por implicarse sentimentalmente con un testigo. Si lo descubrieran, sería el final de su carrera. Volvería a trabajar haciendo rondas o, peor aún, lo expulsarían del Cuerpo. Y todo por una mujer. Recordó las palabras de su padre. «Lo único que puede derribar a un Quinn es una mujer.
– Mantén las distancias con ella -murmuró.
A pesar de todo, mientras iba conduciendo, no pudo evitar preguntarse si Olivia Farrell merecía el riesgo. Tal vez lo afectaba tanto porque era muy diferente de las otras chicas con las que salía habitualmente. Olivia era sofisticada y refinada, elegante… el tipo de mujer que parecía completamente inalcanzable.
Solo había habido una mujer en su vida que se le hubiera escapado. Se había sentido destrozado cuando su madre se había marchado, pero seguía considerándola un dechado de virtudes. Se parecía mucho a Olivia. Era hermosa, delicada… Aunque habían sido muy pobres, la mesa siempre había estado bien puesta y se había tomado muchas molestias con su apariencia.
La aventura del deseo
De hecho, siempre se había preguntado porque se habría casado con su padre. Eran como el caviar y las sardinas. Sin embargo, entrelazado con aquellas imágenes, estaba el rostro de Olivia. Aquella vez, no lo apartó de su mente, sino que dejó que lo empapara, corno la lluvia sobre el cristal. A partir de aquel momento, aquello sería lo único que se permitiría: un pensamiento impuro sobre ella pero muy ocasional.
Para cuando estaba a punto de llegar al motel, la ira y la rabia habían desaparecido. No dejaba de pensar en Olivia. De repente, un repentino ruido lo distrajo de sus pensamientos. Miró por el retrovisor, preparándose mentalmente para un disparo, pero entonces se dio cuenta de que el revuelo provenía del interior del coche.
Miró la caja que contenía el gato y vio que estaba abierta y vacía.
– Maldita sea -murmuró.
Aquello era como un ciclón. Había pelo por todas partes. Tommy había empezado a dar vueltas por el coche, saltando del asiento trasero al delantero y viceversa. Conor trató de agarrarlo, pero el gato era demasiado rápido y sus garras demasiado afiladas. Arañó a Conor en la mejilla y en la barbilla en una de sus vueltas y en la otra le alcanzó en la mano.
– ¡Basta ya! ¡Ya he tenido más que suficiente! -exclamó. Se detuvo en el arcén y se preparó para enfrentarse al diablo-, ¡No pienso dejar que un felino se haga dueño de este coche!
Cuando el gato pasó la siguiente vez a su lado, Conor apretó los dientes y agarró al animal. Como pudo, volvió a meterlo en la caja, pero no antes de sufrir otra tanda de arañazos.
– Debería haberme limitado a abrir la ventanilla -musitó, mientras volvía a arrancar el coche, sin apartar la vista de la caja.
Para cuando llegó al aparcamiento del motel, la mayoría de sus arañazos sangraban profusamente, pero era su orgullo lo que más había sufrido. Le daba vergüenza que, después de haber detenido a terribles delincuentes y a hombres sin piedad, lo hubiera derrotado un gato.
Conor agarró la caja y se dirigió hacia la puerta de la habitación.
– Espero que por lo menos esté agradecida -musitó-. Que por lo menos esté agradecida…
No pensaba sentirse satisfecho con menos de un beso, un beso largo profundo y húmedo. Brendan apareció de entre las sombras y lo saludó con la mano.
– ¿Dónde está el niño? -le preguntó-. ¿Y qué te ha pasado?
– No había niño -respondió Conor, tocándose la mejilla para descubrir que la tenía llena de sangre.
– ¿Quieres decir que lo tienen esos hombres?
– Tommy es un gato -replicó, mostrándole la caja-. Échale un vistazo. Es salvaje.
Brendan extendió un dedo por uno de los agujeros y recibió un buen gruñido y un arañazo.
– ¡Vaya! ¿Qué le has hecho al pobre?
– ¿Que qué le he hecho? ¡Mira lo que me ha hecho él a mí!
Brendan se echó a reír y golpeó a su hermano cariñosamente en la espalda.
– Primero una hermosa mujer, luego un gato… Sabía que, cuando finalmente te enamoraras, lo harías bien, Conor. Buena suerte. Estoy seguro de que la vas a necesitar.
Conor se quedó de pie un momento mientras contemplaba cómo Brendan volvía a desaparecer en la oscuridad. Entonces, respiró profundamente y se sacó la llave de la habitación del bolsillo.
– Contrólate, muchacho -se dijo-. Y vigila tu lengua. Solo te quedan diez días con esa mujer y es mejor que hagas que sean lo más llevaderos posible.
Cuando entró en la habitación, la encontró vacía. El miedo se apoderó de él, impidiéndole respirar. Tiró la caja encima de la cama, sin prestar atención alguna a las protestas que surgieron del interior. ¿Habría conseguido Keenan pasar sin que Brendan lo viera? ¿O había Olivia salido sin que nadie la viera? Cuando fue a comprobar la ventana, se oyó el ruido de la ducha.
Con una suave maldición. Conor se dirigió a la puerta del cuarto de baño y pegó una oreja a la puerta. Al principio, sintió la tentación de abrirla para asegurarse de que ella se encontraba bien, pero cuando la oyó cantando, decidió esperar hasta que ella saliera por sí misma.
Se sentó en la cama, al lado de la caja, para esperar. Dentro de la caja, se oyó un profundo gruñido y luego silencio. Conor dio un golpe encima de la caja.
– Tú y yo vamos a poner algo en claro – murmuró-. Yo soy el que está a cargo aquí, o me escuchas o te veo comiendo tripas de pescado en un muelle del puerto. ¿Está claro?
Al asomarse a uno de los agujeros, vio una nariz rosada. Estuvo a punto de darle un golpe, pero se contuvo.
Unos minutos más tarde, Olivia salió del cuarto de baño, con una toalla encima de la cabeza, cubriéndole los ojos. Llevaba otra alrededor del cuerpo, sujeta entre los pechos. Conor contuvo el aliento, sin saber lo que hacer. La decencia le decía que anunciara su presencia, antes de que, accidentalmente, se quitara las dos toallas. Tal vez debiera darse la vuelta y mirar hacia la pared…