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El momento de tomar la decisión pasó en cuanto se quitó la toalla y echó la cabeza hacia atrás. Cuando lo vio sentado en el borde de la cama, se quedó atónita. Conor esperó, preguntándose lo ofendida que ella se sentiría. Después de todo, solo iba a cubierta por una toalla y no hacía mucho que se conocían. Él se puso de pie lentamente, sin apartar la mirada de la de ella.

Sin embargo, en vez de la esperada indignación, su rostro reflejó un profundo alivio. Dejó escapar un pequeño grito y se lanzó sobre él, rodeándolo con sus brazos y abrazándolo fieramente. Al principio, Conor no sabía qué hacer. Entonces, hizo lo único que se le ocurrió. Le rodeó la cintura con los brazos y la besó.

Olivia se había sentido tan aliviada, que no se paró a pensar en las consecuencias de besar a Conor. Echarse en sus brazos había sido la cosa más natural del mundo. Estaba vivo, había regresado sano y salvo y la culpa que había sentido por mandarle por el gato podría ser olvidada.

Olivia no estaba segura de quién había terminado el beso, aunque ninguno de los dos parecía muy ansioso por hacerlo. Cuando ella finalmente levantó la mirada, se encontró que los ojos de Conor estaban llenos de deseo. Entonces, notó la sangre que le cubría la mejilla.

– Estás herido…

– No es nada -susurró él, inclinándose sobre ella como si quisiera volver a besarla. Sin embargo, Olivia se escapó de entre sus brazos. La preocupación que sentía por sus heridas era más importante que el deseo.

– Siéntate -le ordenó Olivia, obligándolo a sentarse en el borde de la cama.

Entonces, fue corriendo al cuarto de baño y regresó con un trapo húmedo. Se arrodilló en la cama al lado de él y examinó sus heridas. ¡Se lo merecía! Lo había enviado por su gato y había estado a punto de recibir una bala en la cara.

– Lo siento -murmuró-. Fui muy egoísta. Sabía que pensabas que Tommy era un niño. Llevo sintiéndome culpable desde que te marchaste. Nunca quise que te ocurriera esto. ¿Fue Keenan?

– No exactamente.

– ¿Uno de sus hombres, entonces?

– No. Fue tu gato.

– ¿Que Tommy te hizo esto? -preguntó, incorporándose un poco.

– Sí. Y si me vuelves a hacer esto, te colocaré un par de zapatos de cemento y te tiraré al puerto de Boston yo mismo.

– ¿Me perdonas?

– Deberías haberme dicho que Tommy era tu gato. Podría haber ido mejor preparado. Ha desgarrado toda la tapicería del coche de Dylan. Además, yo aspiré tanto pelo que creo que voy a echar una bola dentro de un par de horas -bromeó él-. Y si vas a sacarlo de la caja, es mejor que lo mantengas alejado de mí.

Entre risas, Olivia se inclinó sobre la caja y empezó a llamar al gato. El animal maulló un poco hasta que Olivia retiró las pestañas de la caja. Como una bala, el gato, de pelaje naranja, saltó encima de la cama. Ella lo tomó entre sus brazos y apretó la cara contra la piel del animal, sorprendida de lo mucho que se alegraba de verla.

– ¿Te has portado mal con el tío Conor?

– Debería acusarlo de ataque a un oficial de policía.

Olivia dejó al gato en el suelo y le acarició la tripa antes de volverse a Conor. Al ver cómo la miraba, sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Notó que había algo mucho más peligroso que su ira latiendo entre ellos. Entonces, se puso a rebuscar en su bolsa de maquillaje y sacó un pequeño frasco de un líquido antiséptico.

– Esperaba que me fueras a arrancar la cabeza -Olivia dijo, mientras echaba un poco de líquido en el trapo.

– Créeme si te digo que lo pensé. Conor hizo un gesto de dolor cuando ella le aplicó el líquido en la mejilla. Olivia se inclinó sobre él y le sopló suavemente en la mejilla para aliviarlo.

– Ya está…

Él se volvió lentamente para mirarla. Sus miradas se entrelazaron durante un largo momento. Olivia no podía respirar. De repente, fue consciente de que solo iba cubierta con una toalla, que podía desaparecer con un simple gesto de los dedos de Conor. Otro temblor sacudió su piel. Sin poder evitarlo, miró fijamente los labios de él, duros y bien esculpidos.

Aquella mirada fue como una silenciosa invitación que él aceptó. Se inclinó y le tocó suavemente los labios. Aquella era la primera vez que la besaba solo por el gusto de besarla. Las veces anteriores había sido por impulso. Aquel beso fue lento y medido, deliberado. Conor se tomó su tiempo con ella, saboreándola y tentándola hasta que ella, poco a poco, se abrió a él.

A medida que sus labios fueron separándose, cualquier intento de resistencia se esfumó también. Olivia sabía que no estaba bien, ni por lo que la profesión de Conor dictaba ni por sus propias reglas. Él era un policía y ella una testigo. Hacía muy poco que se conocían. Aunque aquel beso no iba a costarle nada a ella, a Conor podría costarle su empleo.

Sin embargo, en aquellos momentos no podía pensar en nada. Conor lentamente la había colocado encima de la cama. Su boca se iba deslizando hacia la curva del cuello, trazando un cálido camino hasta el hombro. Olivia cerró los ojos y suspiró. Las sensaciones que le creaba la boca de él le hacían vibrar de la cabeza a los pies.

Hacía tanto tiempo desde que un hombre la había tocado, que no podía soportar que se terminara ni tampoco podía negar la atracción que sentía por Conor. Tal vez era una reacción típica entre la mujer vulnerable y el protector policía, pero la necesidad que ella sentía era fuerte y real.

Conor no se parecía a ningún hombre de los que había conocido. En un secreto rincón de su corazón, anhelaba poder conocerlo más íntimamente. Era valiente y volátil, divertido y vulnerable, silencioso y fuerte. Todas aquellas cualidades formaban un fascinante rompecabezas. ¿Que había debajo de aquel exterior de acero? ¿Qué le hacía vibrar? Un hombre con tanta pasión por su trabajo, debía ser igual de apasionado en otros aspectos. Pasarían juntos diez días y Olivia sabía que le resultaría imposible contener su curiosidad ni su deseo.

– ¿Por qué eres tan suave? -murmuró él contra su piel.

– ¿Y por qué eres tú tan fuerte? -replicó ella, enredándole los dedos en el pelo.

Conor levantó la mirada y ella lo leyó en sus ojos; como si el sonido de su voz hubiera hecho que, de repente, se diera cuenta de lo que estaban a punto de hacer. La mandíbula se le tensó y, entonces, maldijo suavemente y se levantó de la cama.

– Creo que es mejor que te vistas… El arrepentimiento se notaba claramente en su voz, pero, ¿era por lo que ya habían hecho o por lo que no podían hacer? Olivia se ajustó la toalla y se sentó en la cama, tratando de mantener la compostura. De repente, la toalla le pareció demasiado pequeña.

– Creo que no deberíamos volver a hacerlo -dijo ella, forzando una sonrisa.

– No sería recomendable. Creo que va contra todas las reglas del departamento de policía.

– ¿Y si no hubiera reglas?

– Soy policía y trato con hechos, no con hipótesis. ¿Qué te parece si voy por algo de comer? Tú puedes terminar… bueno, lo que tengas que terminar.

Olivia asintió y se metió rápidamente en el cuarto de baño. Cerró la puerta y se apoyó contra ella. Todavía tenía el pulso acelerado y un rubor le cubría todo el cuerpo. Se miró al espejo y suspiró.

¿Qué golpe de suerte, o de desgracia, era el culpable de todo aquello? ¿Por qué había tenido que asociarse con Kevin Ford? ¿Por qué había tenido que entrar en el despacho en el mismo momento en que su socio estaba reunido con Red Keenan? ¿Y por qué el detective al que se le había asignado su protección era Conor Quinn?

– Solías ser una chica con suerte. Y ahora te persigue la desgracia -le dijo a la imagen que se reflejaba en el espejo.