Arrancó el coche y metió primera. Las marchas chirriaban. El coche dio una sacudida, pero empezó a moverse. Para cuando dio la vuelta, había conseguido utilizar tres de las cuatro marchas que tenía el coche sin que se le calara el motor.
– Tranquila -murmuraba, buscando señales que le indicaran donde había un hospital o un teléfono para llamar a una ambulancia.
¡No quería obedecer sus órdenes! Lo habían disparado mientras estaba protegiéndola y era responsable de salvarle la vida.
– Voy a llamar a una ambulancia. Dame tu teléfono móvil.
– No. Haz lo que te digo.
– Pero el barco está al menos a diez minutos. Podrías morir antes.
– No me voy a morir, te lo prometo -susurró él, acariciándole suavemente el cabello.
– De acuerdo -dijo ella-. Iremos al barco mientras sigas hablando conmigo. Si te desmayas, voy a parar para llamar a una ambulancia. ¿Trato hecho?
– Trato hecho
– Bien. ¿De qué hablamos? Hablemos sobre ti. Háblame de tu familia -dijo ella, muy nerviosa-. Háblame de Brendan y de Dylan.
– ¿Qué quieres saber sobre ellos?
– Lo que sea. O háblame de tus padres, o de tu infancia en Irlanda. Háblame del lugar en el que naciste, de cualquier cosa, pero háblame para que yo sepa que sigues vivo.
– Nací en una casa de piedra que daba a la bahía de Bantry, en la costa sur de Irlanda, en el condado de Cork. Mi padre era pescador y mi madre… mi madre era muy hermosa…
– ¿Cuándo vinieron a los Estados Unidos? -preguntó ella, mientras rezaba en su interior y trataba por todos los medios de concentrarse para no perderse.
– Murió…
– ¿Cómo? ¿Quién murió?
– Mi padre dice que murió, pero yo no lo creo, porque yo lo habría sabido. Pero si no murió, ¿por qué no regresó nunca?
– ¿No sabes si tu madre está viva o muerta?
– Se marchó cuando yo tenía siete años. Un día estaba con nosotros y al siguiente se había marchado. Mi padre no quería hablar al respecto. Más tarde, nos dijo que había muerto en un accidente de coche, pero estaba furioso y yo creo que lo dijo porque quería que nos olvidáramos de ella. Yo nunca la olvidé. Los demás, sí, pero yo no. Todavía puedo verla… Era muy hermosa, como tú. Solo que tenía el cabello oscuro y el tuyo es como el oro.
Aquel piropo era tan sincero, que Olivia sintió que se le saltaban las lágrimas. Tenía miedo y, cuando aquello le ocurría, Conor le hacía sentirse segura. Pensar que él pudiera desaparecer le producía un dolor terrible en el corazón.
Afortunadamente, encontró el barco sin errar ni una sola vez el camino. Pisó los frenos y se volvió hacia Conor.
– Ya hemos llegado. ¿Puedes caminar? Él asintió. Olivia salió rápidamente del coche y voló al otro lado del coche, lo sacó y lo puso de pie. Conor se apoyó en ella. No había dejado de hablar ni un momento y Olivia esperó de todo corazón haber hecho bien en llevarlo allí.
– ¿Qué es…?
Olivia levantó la mirada y vio a Brendan.
– Ayúdalo. Creo que ha recibido un disparo.
Brendan bajó corriendo del barco y ayudó a Olivia a meter a su hermano en el barco. A los pocos minutos, el herido estaba tumbado sobre una litera.
– Me duele mucho -murmuró Conor-, pero no creo que haya dado en ningún órgano vital.
Olivia se apartó mientras Brendan atendía a su hermano. De repente, había comprendido el alcance de lo ocurrido y empezó a temblar. Las lágrimas amenazaban con derramarse. Cuando Brendan le quitó la chaqueta a Conor, ella gimió también, como si sintiera su dolor.
– Dios mío, Conor -exclamó Brendan-. Hay mucha sangre. Olivia. Tráeme ese botiquín de primeros auxilios y unas toallas limpias.
Ella hizo lo que le había ordenado.
– ¿No crees que deberíamos llamar a una ambulancia?
La respuesta fue una serie de gritos de dolor, que Conor emitió cuando su hermano le aplicó alcohol a la herida.
– Es el alcohol. Parece que la herida no es demasiado profunda, pero estás perdiendo mucha sangre. Tengo un amigo aquí en la ciudad que es médico. Voy a llamarlo.
– Es una herida de bala. Tendrá que informar a la policía y sabrán dónde estamos -musitó Conor-. Cósemela como le cosiste la herida a papá cuando se enganchó con el anzuelo.
– Conor, en aquel momento, estábamos a cuatrocientas millas de la costa y tuve que utilizar una aguja vieja y un poco de sedal. Le explicaré a mi amigo que eres policía e informará de ello mañana por la mañana. Para entonces, ya nos habremos marchado -dijo Brendan, sacando un teléfono móvil. Enseguida se lo explicó todo a su amigo.
Mientras tanto, Conor miró a Olivia y le dedicó una débil sonrisa. Entonces, ella se acercó a la litera y se arrodilló en el suelo, para luego agarrarlo de la mano.
– Tenía tanto miedo… Todavía lo tengo.
– Todo saldrá bien. Has sido muy valiente. Olivia estuvo a su lado, agarrándolo de la mano, hasta que llegó el médico. Entonces. Brendan la sacó de la cabina para que pudiera tomar un poco de aire fresco en la cubierta. Estuvieron allí, contemplando la negra oscuridad del puerto y escuchando el suave murmullo del agua contra los cascos de las naves.
– Menuda noche has tenido.
– Pensé que, antes de ahora, mi vida era bastante emocionante. Viajaba, iba a fiestas estupendas, me tomaba lujosas vacaciones… Nada de eso puede compararse con los días que he pasado con tu hermano.
– Gracias.
– ¿Por qué?
– Por salvarle la vida. Por ocuparte de él -dijo Brendan, rodeándole los hombros con un brazo.
– Eso no resulta difícil. Es un buen hombre. Tal vez el mejor que he conocido nunca.
– Algunas veces, hace que eso resulte un poco difícil. Mantiene las distancias y, cuando alguien se acerca demasiado, se retira.
– Me habló sobre vuestra madre.
– ¿Que Conor te habló de nuestra madre? -preguntó Brendan, sorprendido.
– No creo que supiera de lo que estaba hablando. Solo lo hacía para mantenerse consciente.
– Creo que esa es la razón de que Conor sea tan reservado con las mujeres. Cuando ella se marchó, fue el que peor lo pasó. Era solo un muchacho y tuvo que criar a cinco hermanos. No creo que quiera volver a sentir que alguien lo abandona de ese modo, así que cierra todas las posibilidades y concentra toda su energía para que los que lo rodean se sientan seguros. Sigue creyendo que nuestra madre sigue viva.
– ¿Y tú no?
– No lo sé. Cuando éramos pequeños, Conor decía que un día iría a buscarla. Tal vez por eso se hizo policía, pero no creo que haya ido a buscarla.
– ¿Por qué no?
– Creo que tiene miedo de lo que podría encontrar. Era más feliz creyendo que ella estaba viva en alguna parte, viva y viviendo una buena vida. Bueno, voy a ver cómo van. ¿Te apetece algo? ¿Café, té, un poco de whisky?
Olivia sonrió y negó con la cabeza. Cuando estuvo sola, se dejó llevar por sus emociones y se echó a llorar. Lo hizo por la vida que había tenido una vez, tranquila y ordenada, y por todas las esperanzas del futuro, por la ira que sentía por su socio, pero lloró principalmente por Conor. Había arriesgado su vida por ella. Olivia sentía que se estaba enamorando muy rápidamente de él, de un hombre que tal vez nunca le correspondería.
– ¿Olivia? Se va a poner bien -le informó Brendan-. El médico le ha cosido la herida. Afortunadamente, la bala solo le arañó la piel -añadió. Al oír aquellas palabras, ella se echó a llorar aún con más fuerza-. Venga, venga… Va a ponerse bien. El médico y yo lo hemos llevado a mi camarote para que esté más cómodo. Y he sacado tu gato del coche. ¿Por qué no vas a ver a Conor? Yo tengo que ir a esconder el coche antes de que alguien lo reconozca. Entonces, iré a traeros algo de comer. ¿Te apetece algo en especial?
– No. Solo una lata de Friskies. De atún. Y arena para gatos. Para Tommy.