– A ti te traeré una hamburguesa.
Olivia se secó las lágrimas y se pasó los dedos por el pelo, esperando que al menos estuviera presentable para bajar a ver a Conor. No sabía por qué la preocupaba tanto su apariencia, dado que Conor la había visto en peores situaciones. Tal vez quería sentirse fuerte por él y verse bien de aspecto la ayudaba a conseguirlo.
Cuando llegó al camarote, llamó a la puerta. Conor estaba tumbado en la cama, con el torso desnudo y los ojos cerrados. Una enorme venda le cubría todas las costillas. Le habían quitado también los vaqueros y la cinturilla de los calzoncillos le asomaba por encima de la sábana. Tommy estaba acostado a sus pies.
Olivia acarició al animal sin dejar de mirar a Conor. Mientras dormía, dejaba que se viera un lado que mantenía siempre muy oculto y que solo se entreveía cuando sonreía. Ella se acercó a la cama y se arrodilló a su lado. El cabello le cubría la frente, casi tocándole las cejas. Se sorprendió de no haberse dado cuenta nunca de las hermosas pestañas que tenía. Era tan guapo…
De repente, sintió que el deseo se apoderaba de ella. Olivia siempre había sido muy cuidadosa con los hombres, pero con Conor todas sus resoluciones parecían derrumbarse con solo un ligero empujón.
Era un hombre arrogante pero afectuoso, peligroso pero vulnerable, unos contrastes que a ella le resultaban irresistibles. Nunca antes había sentido un vínculo tan fuerte con un hombre.
Extendió una mano y le apartó el cabello de la frente. Entonces, sin poder evitarlo, se inclinó sobre él y lo besó suavemente en los labios.
De repente, Conor abrió los ojos.
Durante un momento, le pareció que estaba soñando. Luego, su visión se aclaró y contempló a la mujer que había confundido con un ángel.
– Hola -murmuró.
– ¿Cómo te sientes? -preguntó Olivia.
– Muy mal, pero el médico dice que me pondré bien. Me dolerá durante un tiempo. También me ha dicho que tendré que olvidarme de las Olimpiadas -bromeó.
– Brendan ha ido a buscarnos algo de comer -comentó ella, todavía riendo-. ¿Tienes hambre?
– Sí -respondió Conor, tratando de incorporarse.
– Espera, déjame que te ayude… Conor sintió que ella le rodeaba los hombros con un brazo y que lo incorporaba. El pecho de Olivia le rozó el rostro. Tuvo que luchar contra las visiones que le evocaba la cálida carne que palpitaba debajo de aquel jersey. Cerró los ojos y se reclinó sobre los cojines que ella le había colocado, tratando de enfriar el calor que le atenazaba la entrepierna.
– ¿Qué vamos a hacer ahora? -quiso saber ella.
– Brendan ha llamado a mi hermano Liam, que va a ayudarlo a llevar el barco a Salem. Mis hermanos Sean y Brian nos esperarán allí con otro coche. Después de eso, nos perderemos hasta el juicio.
– ¿No crees que deberías llamar a tu jefe y decirle que estamos bien?
– No pienso volver a cumplir las reglas. Lo hice y casi conseguí que nos mataran. Si pensaban que antes no era un policía muy ortodoxo, no han visto nada todavía.
– De acuerdo, lo que tú creas que es mejor.
Alguien llamó a la puerta. Olivia se levantó para abrir. Era Brendan, con dos bolsas de papel, que le entregó a Olivia.
– También he comprado comida para gatos. Me llevaré a Tommy para darle de comer. Ya ha llegado Liam -dijo, refiriéndose a su hermano. Vamos a zarpar dentro de media hora.
Olivia dejó las bolsas en la cama y sacó al gato del camarote. Cuando Conor y ella volvieron a estar solos, abrió cuidadosamente los recipientes de plástico.
– Tenemos hamburguesa y hamburguesa con queso.
– Mi hermano tiene gustos muy básicos en lo que se refiere a la comida.
Olivia sacó una patata frita y la sostuvo delante de la boca de Conor, que la devoró rápidamente. Le pareció que era la mejor patata que había probado nunca. Se preguntó si tenía más que ver con la compañía que con la calidad del cocinero.
Cuando hubieron terminado, Olivia lo recogió todo y sacó la basura a la cocina. Cuando regresó, se quedó en la puerta.
– Bueno, creo que debería dejarte descansar. Voy a ver si encuentro algún sitio para…
– No. Quédate aquí. Dormiré mejor si sé que estás a mi lado.
– Me quedaré hasta que te duermas -dijo ella, sentándose en el borde de la cama.
– De acuerdo. Cuéntame una historia – pidió, tras cerrar los ojos-. Cuando éramos niños, mis hermanos y yo siempre escuchábamos una historia antes de dormir.
– ¿Sobre qué?
– De hadas, gnomos y duendes.
– Bueno yo me sé la historia de Thumbelina.
– ¿Es un hada irlandesa?
– No, creo que se trata solo de un cuento de hadas.
– Supongo que tendrá que servir. Adelante.
Olivia se secó las lágrimas y se pasó los dedos por el pelo, esperando que al menos estuviera presentable para bajar a ver a Conor. No sabía por qué la preocupaba tanto su apariencia, dado que Conor la había visto en peores situaciones. Tal vez quería sentirse fuerte por él y verse bien de aspecto la ayudaba a conseguirlo.
Cuando llegó al camarote, llamó a la puerta. Conor estaba tumbado en la cama, con el torso desnudo y los ojos cerrados. Una enorme venda le cubría todas las costillas. Le habían quitado también los vaqueros y la cinturilla de los calzoncillos le asomaba por encima de la sábana. Tommy estaba acostado a sus pies.
Olivia acarició al animal sin dejar de mirar a Conor. Mientras dormía, dejaba que se viera un lado que mantenía siempre muy oculto y que solo se entreveía cuando sonreía. Ella se acercó a la cama y se arrodilló a su lado. El cabello le cubría la frente, casi tocándole las cejas. Se sorprendió de no haberse dado cuenta nunca de las hermosas pestañas que tenía. Era tan guapo…
De repente, sintió que el deseo se apoderaba de ella. Olivia siempre había sido muy cuidadosa con los hombres, pero con Conor todas sus resoluciones parecían derrumbarse con solo un ligero empujón.
Era un hombre arrogante pero afectuoso, peligroso pero vulnerable, unos contrastes que a ella le resultaban irresistibles. Nunca antes había sentido un vínculo tan fuerte con un hombre.
Extendió una mano y le apartó el cabello de la frente. Entonces, sin poder evitarlo, se inclinó sobre él y lo besó suavemente en los labios.
De repente, Conor abrió los ojos.
Durante un momento, le pareció que estaba soñando. Luego, su visión se aclaró y contempló a la mujer que había confundido con un ángel.
– Hola -murmuró.
– ¿Cómo te sientes? -preguntó Olivia.
– Muy mal, pero el médico dice que me pondré bien. Me dolerá durante un tiempo. También me ha dicho que tendré que olvidarme de las Olimpiadas -bromeó.
– Brendan ha ido a buscarnos algo de comer -comentó ella, todavía riendo-. ¿Tienes hambre?
– Sí -respondió Conor, tratando de incorporarse.
– Espera, déjame que te ayude… Conor sintió que ella le rodeaba los hombros con un brazo y que lo incorporaba. El pecho de Olivia le rozó el rostro. Tuvo que luchar contra las visiones que le evocaba la cálida carne que palpitaba debajo de aquel jersey. Cerró los ojos y se reclinó sobre los cojines que ella le había colocado, tratando de enfriar el calor que le atenazaba la entrepierna.
– ¿Qué vamos a hacer ahora? -quiso saber ella.
– Brendan ha llamado a mi hermano Liam, que va a ayudarlo a llevar el barco a Salem. Mis hermanos Sean y Brian nos esperarán allí con otro coche. Después de eso, nos perderemos hasta el juicio.
– ¿No crees que deberías llamar a tu jefe y decirle que estamos bien?
– No pienso volver a cumplir las reglas. Lo hice y casi conseguí que nos mataran. Si pensaban que antes no era un policía muy ortodoxo, no han visto nada todavía.
– De acuerdo, lo que tú creas que es mejor.
Alguien llamó a la puerta. Olivia se levantó para abrir. Era Brendan, con dos bolsas de papel, que le entregó a Olivia.
– También he comprado comida para gatos. Me llevaré a Tommy para darle de comer. Ya ha llegado Liam -dijo, refiriéndose a su hermano. Vamos a zarpar dentro de media hora.