El placer se apoderó de ambos, dejándolos sin aliento. Entonces, Olivia se dejó caer en brazos de Conor y cerró los ojos.
Él supo que aquella vez había sido muy diferente. Habían compartido algo que nunca antes había experimentado con una mujer, una intimidad profunda y deliciosa. Olivia había derribado sus barreras y le había llegado al corazón. En aquel mismo instante, Conor comprendió lo que era amar a una mujer.
Cerró los ojos y trató de dormir, pero no pudo. Tenía miedo de que, cuando se despertara, ella hubiera desaparecido como un sueño. Hundió el rostro en el fragante cabello de ella y le acarició suavemente el muslo. Olivia era real, al igual que todo el placer que habían compartido.
Y no quería perderla. Nunca.
Olivia se despertó al amanecer, algo confundida por lo que la rodeaba. Entonces, oyó la suave respiración de Conor y su miedo desapareció. Estaba segura, entre sus brazos. Durante largo tiempo, estuvo observándolo. La tensión que le rodeaba habitualmente la boca había desaparecido. Ella le acarició suavemente las mejillas para borrarle las últimas líneas de dolor.
Una fuerte emoción la embargó de repente. ¿Cómo había podido sentirse tan unida a aquel hombre en tan poco tiempo? Hacía menos de setenta y dos horas que se conocían, pero le parecía que llevaba toda una vida con él. La adversidad los había ayudado a construir lo que en ocasiones llevaba años.
Tenía un hermoso cuerpo, esbelto y firme. Sus anchos hombros y su amplio torso se estrechaban para convertirse en un firme vientre y en unas estrechas caderas.
No tenía por costumbre hacer el amor con un hombre al que hacía tan poco tiempo que conocía, pero Conor era diferente. Confiaba en él a toda costa, ¿por qué no le iba a confiar su cuerpo? Fuera lo que fuera lo que les deparara el futuro, estaba segura de que nunca se arrepentiría de lo que había hecho.
Recordó que la primera vez que Conor la tocó se había sentido perdida. Lo que había ocurrido entre ellos era algo inevitable, al igual que los sentimientos que estaba experimentando. Estaba tratando de convencerse de que podía separar sexo de amor. Tal vez con otro hombre lo hubiera conseguido, pero con Conor sus sentimientos eran tan intensos, tan fuertes, que no sabía decir dónde empezaba el amor y dónde el sexo.
Durante los siguientes diez días, vivirían juntos en un mundo propio. Cuando llegara el momento de regresar al mundo real, tendría que enfrentarse a las consecuencias, pero hasta entonces, disfrutaría de cada momento.
El olor a café empezó a llegar desde la cocina. Al mirar el reloj, vio que eran las seis de la mañana. Aunque quería despertar a Conor con lánguidos besos y descubrir de nuevo la pasión que habían compartido, sabía que él tenía que descansar.
Lentamente, se levantó de la cama, con cuidado de no molestarlo. Se vistió y fue a al cuarto de baño. Tras cepillarse los dientes con los dedos y pasarse las manos por el cabello, fue a la cocina, ansiando una taza de café.
Olivia esperaba encontrar a Brendan, pero se encontró con un puñado de hombres. Todos estaban reunidos alrededor de la mesa. Incluso Tommy estaba allí, aceptando lo que le daban los demás.
– Buenos días -murmuró, preguntándose si lo que había pasado la noche anterior se notaría en su aspecto.
– Hola, Olivia -dijo Brendan-. ¿Qué tal va el paciente?
– Sigue durmiendo. Creo que se encuentra… Bien -respondió, sonrojándose ligeramente.
– No creo que conozcas a todo el mundo. Bueno, conociste a Dylan hace algunas noches -replicó, señalando al más joven de todos-. Ese es Liam Y estos Sean y Brian.
– ¿Sois gemelos?
Los dos muchachos asintieron rápidamente. Olivia, que había sido hija única, siempre se había preguntado por los vínculos entre hermanos. Todos debían querer mucho a Conor para acudir en su ayuda tan rápidamente.
– Venga -dijo Brendan-, toma un poco de café. Liam nos ha traído unos donuts. Espero que no te moleste que haya dado de comer a tu gato…
Olivia se sentó entre los gemelos. Tommy la miraba muy atento. Nunca había creído que su gato fuera un animal muy social, pero parecía sentirse muy a gusto en el barco. Al notar que había una lata de atún encima de la mesa, dedujo que se lo habían ganado por el estómago.
– ¿A qué te dedicas? -le preguntó Dylan-. Es decir, cuando Conor y tú no estáis esquivando balas.
– Vendo antigüedades. Tengo una tienda en Charles Street. De hecho, así fue como empezó todo. Mi socio estaba blanqueando dinero para un mañoso.
– ¿Y cómo es vivir veinticuatro horas al día con Conor? -quiso saber Sean.
– Agradable.
– ¡Venga ya! -exclamó Brian, riendo-. ¿Estamos hablando del mismo Conor?
– No es tan malo. Me cuida muy bien. Algunas veces se pone algo impaciente, pero es solo porque se preocupa por mi seguridad y yo…
– ¿Qué estáis haciendo, muchachos? Todos se volvieron para mirar a Conor, que acababa de entrar en la cocina. Había conseguido ponerse los vaqueros, pero llevaba el botón superior sin abrochar. Tenía el cabello revuelto. La venda resaltaba contra su piel.
– ¿Qué estás haciendo fuera de la cama?
– preguntó Olivia, acercándose rápidamente a él.
Conor le pasó un brazo por los hombros y se acercó hasta la mesa. No se sentó. Olivia dedujo que le dolía bastante, pero que no quería mostrar ninguna debilidad.
– Bueno, decidme qué tenéis para mí – dijo Conor, mirando a sus hermanos.
– Brian ha traído un coche -respondió Dylan-. Está aparcado al final del muelle. Es muy feo, pero funciona. Yo te he traído ropa limpia.
– Toma. Puedes llevarte mi teléfono móvil
– añadió Brendan-. No estoy seguro de si pueden rastrear las llamadas del tuyo, pero es mejor no correr riesgos.
– Deberíamos quedarnos aquí un poco más -sugirió Olivia-. Tú necesitas descansar.
– No -replicó Conor, sin molestarse en mirarla-. Nos marcharemos dentro de media hora.
– Pero…
– No pienso discutir esto. Lo haremos a mi modo.
Olivia sintió una gran tristeza al escuchar aquel tono de voz, tan distinto del que había utilizado la noche anterior. Entonces, sin decir nada más, Conor volvió al camarote.
– Debería descansar. Está herido -murmuró de nuevo.
– Con siempre hace las cosas a su modo -dijo Brendan, encogiéndose de hombros.
Olivia se levantó y se fue detrás de Conor al camarote. Él estaba tratando de ponerse una camisa.
– ¿Por qué tenemos que marcharnos? Aquí estamos seguros y tú necesitas descansar. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Es que estás decidido a matarte solo para demostrar a tus hermanos lo duro que eres?
– No creas que por lo que pasó anoche voy a dejar de realizar mi trabajo. Me pagan para protegerte y, si eso significa que tenemos que marcharnos, nos marchamos.
Atónita por el tono de indiferencia con el que la había hablado, Olivia se quedó sin palabras. ¿Se habría imaginado lo que habían compartido la noche anterior? ¿Acaso era tan ingenua como para creer que aquello cambiaba las cosas entre ellos?
Olivia lanzó una maldición y, tras recoger sus zapatos y su abrigo, abrió la puerta del camarote.
– Perdóname. No me había dado cuenta de que lo que pasó anoche entre nosotros era parte de tu trabajo.
Tras decir aquello, se marchó y no se molestó en regresar cuando él la llamó. Tal vez todo aquello fuera lo mejor. Se habían divertido un poco y era hora de volver al trabajo. Ella era una testigo y él un policía. Sería mejor que no olvidara aquello en el futuro.
Sin embargo, Olivia sabía que tardaría mucho tiempo en olvidar la noche que había pasado con Conor. Eso, si podía olvidarla…