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Después de examinar rápidamente la cocina, Olivia redactó rápidamente una lista de alimentos que necesitaban. Cuando había escrito lo necesario para los nueve días que iban a estar allí, Conor todavía no había salido del cuarto de baño.

– ¿Conor? ¿Te encuentras bien?

– Sí -respondió él, desde el otro lado de la puerta-. Bueno, no.

Olivia abrió la puerta y lo vio, sin camisa, tratando de ponerse una venda limpia.

– Necesito ayuda. No puedo yo solo. Olivia lo contempló durante un momento. A la dura luz de la lámpara parecía aún más impresionante que en el barco. Se le notaba cada músculo, cada tendón… Olivia habría querido tocarlo, pero el sentido común le dijo que lo que debía hacer era ayudarlo.

El cuarto de baño era tan pequeño, que se vio obligada a cerrar la puerta para tener suficiente espacio para trabajar,

– Levanta el brazo.

Cuando lo hizo, Olivia contempló por primera vez la herida. Era una línea muy enrojecida, unida por una larga hilera de puntos.

– Parece muy doloroso.

– En realidad, no lo es tanto. Lo he desinfectado con el alcohol y me he puesto un poco de esa crema antibiótica que me dio el médico. Solo me duele cuando me giro.

Olivia colocó hábilmente la venda y la sujetó con esparadrapo.

– Ya está…

El cuarto era tan pequeño, que no pudieron evitar tocarse. El cuerpo de él se frotó contra el de ella, cuyos pechos se apretaron contra el torso de Conor. De repente, se encontró entre sus brazos y, rápidamente, él le capturó la boca con un frenético beso. Sin embargo, justo cuando ella se estaba permitiendo gozar con el sabor de sus labios, Conor se apartó de ella igual de súbitamente, como si quisiera hacerle parecer que el beso no había ocurrido.

– No deberíamos hacer eso.

– ¿Por qué no? -preguntó ella, sin soltarse del cuello de Conor

– Simplemente no deberíamos. Lo complica todo.

– No tiene por qué ser así. Lo que compartamos aquí queda entre nosotros. Nadie más lo sabrá.

En los ojos de Conor, vio una batalla entre el sentido común y los placeres carnales. De repente, él se apartó de ella.

– Tengo que marcharme.

– ¿Adonde? -preguntó ella, sorprendida.

– Tengo cosas que hacer.

– Iré contigo.

– Estarás más segura aquí.

– ¿Es que no tienes miedo de que pueda escaparme?

– No. Ya sabes los peligros que hay fuera, pero, si quieres marcharte, no puedo impedírtelo. Sin embargo, me enfadaré mucho si regreso y veo que me hirieron por una mujer a la que le importa menos su vida que a mí.

– Sí. Estaré aquí cuando regreses -afirmó Olivia, sintiendo que sería una traición marcharse después de lo que él había hecho por ella-. No tienes que preocuparte.

Ella se quedó en el cuarto de baño y escuchó cómo se alejaba hacia la puerta. Durante unos minutos, había creído que comprendía a Conor Quinn, pero entonces, él había vuelto a crear murallas a su alrededor, decidido a mantener las distancias entre ellos. Sin embargo, sentía que no podía culparlo. Después de lo que sabía de su niñez, no le extrañaba que fuera muy cauteloso con las mujeres.

– Debería encontrarme un tipo normal – murmuró, mientras se sentaba en la bañera.

Sin embargo, no quería un hombre normal, sino uno peligroso. Si los últimos días habían demostrado algo era que estaba empezando a gustarle el peligro.

El oficial de guardia reconoció a Conor en el momento en el que entró. Se acercó al mostrador de la cárcel del condado de Suffolk y sacó su placa. Sin embargo, no firmó, saltándose los estrictos requerimientos para cuando se visitaba a un prisionero. Conor había contado con el código de silencio entre policías.

– Quinn -dijo el oficial.

– Mullaney -replicó Conor.

– No esperaba que te presentaras aquí. He oído que están a punto de cortarte la cabeza. Has secuestrado a una testigo.

– Solo estoy haciendo mi trabajo. Se supone que tengo que mantenerla con vida hasta el día del juicio, pero parece que alguien del departamento la quiere muerta.

– Supongo que debería olvidar que te he visto esta noche.

– Y, de paso, también puedes olvidarte de que llamaste a Kevin Ford a una de las salas de interrogatorios por error y que dio la casualidad de que yo estaba en esa sala cuando entró.

– Si se enteran de esto, tu carrera en la policía habrá terminado.

– Sigo siendo policía y él es uno de los chicos malos. Hasta que llame a su abogado, solo somos un par de amigos charlando sobre una amiga mutua.

– Si alguien pregunta, yo nunca te he visto. Asegúrate de que nadie más te vea. Sala siete.

El oficial llamó al agente que estaba de guardia y luego dejó que pasara Conor. Como había estado en aquella cárcel cientos de veces para interrogar a sospechosos, sabía cómo pasar desapercibido. Entró rápidamente en la sala de interrogatorios y, unos momentos más tarde, un oficial sin uniforme llevó a Kevin Ford.

Ford iba vestido con el uniforme de la cárcel, pero, a pesar de todo, parecía estar completamente fuera de lugar. Sus gafas le daban el aspecto de un profesor de Harvard.

– No pienso hablar sin mi abogado. Y no voy a testificar contra Keenan, así que es mejor que no pierda el tiempo.

– Sí. Estoy seguro de que tu calendario social está muy lleno. Nada de lo que digas va a salir de esta sala. Oficialmente, no estoy aquí y oficialmente, no estamos hablando.

– ¿Qué es lo que quiere? ¿Lo envía Keenan?

– ¿Keenan? Supongo que ya te ha enviado a sus polis para hablar contigo. ¿Te envió policías uniformados o detectives?

Ford no contestó, pero Conor lo leyó en sus ojos. Alguien del departamento había ido a hablar con él.

– Bueno, no tienes que responder. Si te hubiera enviado a los tipos de más rango, estarías todavía más implicado en este asunto, ¿Sabes lo que no entiendo? Que un tipo como tú, elegante, sofisticado, con buenos modales pueda haber implicado en esto a Olivia Farrell. Ella no ha hecho nada más que confiar en ti. Eras su amigo. Y ahora los hombres de Keenan quieren matarla. Testificará y su testimonio os meterá a los dos en la cárcel durante mucho tiempo. Sin embargo, ella se pasará el resto de su vida mirando por encima del hombro.

– Yo no quería implicarla -susurró Ford. Con aquella confesión, Conor vio la verdad. ¡Kevin Ford estaba enamorado de Olivia!

– Entonces, ¿por qué lo hiciste?

– Yo compré la tienda de Charles Street. La hipoteca me estaba matando. Hice algunas malas amistades y, de repente, estuve a punto de perderlo todo. Yo no podía defraudarla, así que cuando Keenan apareció en escena, acepté su oferta. Al principio, se suponía que sería un acuerdo por poco tiempo, pero cuando estuve metido, no pude zafarme.

– Has dicho que un policía vino a hablar contigo, ¿no? -dijo Conor. Ford asintió-. ¿Y si yo encontrara un modo de que pudieras testificar contra Keenan y lo metiéramos en la cárcel durante los próximos veinte años?

– No voy a testificar.

– ¿Y si no tuvieras que cumplir condena? Podría conseguirte eso.

– Mi abogado dice que tal vez no tenga que cumplir condena.

– Tu abogado es muy optimista. El testimonio de Olivia te meterá en la cárcel y me atrevo a decir que no eres la clase de hombre que se desenvuelve bien en la cárcel. Aunque solo sea unos pocos años, te pasarán factura.

– ¿Por qué se preocupa usted tanto por mí?

– No me preocupo por ti, sino por Olivia. Intercambiaron una larga mirada. Conor supo que se entendían a la perfección. Los dos se habían enamorado de la misma mujer y tenían el mismo instinto de protegerla.

– Si puede garantizarme que no tendré que ir a la cárcel, testificaré contra Keenan.

– No le digas a nadie que hemos hablado de esto, ni siquiera a tu abogado. Voy a enviarte un detective para que hable contigo. Se llama Danny Wright y trabaja para los policías íntegros. Él lo preparará todo. Puedes confiar en él.