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– ¡Danny!

Los dos hombres se giraron para mirar a Olivia, que estaba de pie al lado de la puerta de la cocina. Iba vestida con la camisa de franela de Conor y tenía el cabello revuelto. Él hubiera querido tomarla entre sus brazos y darle un beso, para empezar bien el día, pero se contuvo. La noche anterior había sido la última vez.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -añadió-. ¿Has venido para protegerme?

– En realidad, Danny ha venido para darme un mensaje de mi jefe. Y ya se marchaba, ¿verdad, Danny?

– Pero puedes quedarte a tomar un café, ¿verdad? No hemos tenido mucha compañía últimamente -explicó Olivia-. Quería darte las gracias por traer mis cosas de la casa de Cape Cod.

– No tienes por qué dármelas -replicó el muchacho inmediatamente embelesado con ella-. Además, me llevé a mi casa ese guiso de marisco.

– ¿La paella?

– Sí. Estaba muy buena. Eres una buena cocinera.

– ¿Se ha puesto el fiscal del distrito en contacto contigo, Danny?

– ¿El fiscal del distrito?

– Danny tiene que marcharse, Olivia. Ya llega tarde a trabajar.

– Pero, ¿no debería yo hablar con el fiscal del distrito antes de testificar? -preguntó ella mientras se servía un café-. Al menos eso es lo que hacen en las películas. No puedo presentarme en el juicio y responder así como así a sus preguntas. ¿No tiene que prepararme?

– Sí… -respondió Danny-. Bueno, no sé… Supongo que eso depende -añadió. Conor le dio la vuelta y lo sacó a empujones de la cocina en dirección a la puerta-. ¿Es que no vas darle las buenas noticias?

– Vuelve a la comisaría -murmuró Conor-. Yo iré después.

Tras abrir la puerta, empujó a Danny suavemente hacia el exterior. Luego, se apoyó en ella, mientras pensaba en las muchas formas que tenía de decirle que ya no tenían que seguir estando juntos. Sin embargo, no podía hacerlo todavía. Necesitaba un día o dos más, lo suficiente para ver si lo que habían compartido sería capaz de sobrevivir en el mundo real, para ver si había algo de verdad en las palabras que él le había hecho repetir la noche anterior.

Quería creer que Olivia podía amarlo, pero tenía la pura verdad delante de los ojos. Eran de dos mundos diferentes. Él era policía, con un sueldo de policía y con la vida de un policía. Olivia se merecía mucho más que eso. Tenía que tener un hombre que la llevara a fiestas de sociedad, que le hiciera conocer amigos ricos y con el que pudiera tener una conversación inteligente, no un policía que hubiera tenido que tomar clases nocturnas para terminar sus estudios y que prefería los informes de policía a la buena literatura.

– Probablemente no debería haber salido mientras Danny estaba aquí…

– No pasa nada.

– ¿Y si dice algo?

– Danny sabe cuándo tiene que mantener la boca cerrada -respondió él. Entonces, fue al comedor a recoger su ropa. Tenía miedo de volver a mirarla, de volver a tomarla entre sus brazos y de hacerle el amor durante el resto del día.

– Puedo prepararte algo de desayunar.

– No hace falta. Lo siento. Tengo que marcharme. Mi jefe quiere verme esta mañana y no puedo tenerlo esperando.

Olivia asintió y lo observó mientras se vestía. Para cuando se puso los calcetines y los zapatos, se sentía muy preocupada. Conor agarró su cazadora. Luego, se inclinó sobre ella para darle un casto beso en la mejilla.

– No salgas. Volveré enseguida. Cuando llegó al vestíbulo del edificio, se apoyó contra una pared y murmuró:

– Deberías dejarla marchar mientras todavía puedes.

Sería tan fácil. Lo único que podía hacer era enviarle a alguien al piso para darle las buenas noticias. Ella recogería sus cosas y se marcharía. Así, él no tendría que volver a verla. Sin embargo, no pudo convencerse para hacerlo. Le haría demasiado daño a Olivia.

No. Esperaría. Un par de días más era todo lo que necesitaba para asegurarse. Entonces, podrían marcharse de aquel lugar y seguir con sus vidas. Tanto si terminaban juntos como separados, Conor sabría que les habría dado una oportunidad. Aquello era lo único que pedía. Una oportunidad.

Capítulo8

– ¿Por qué no podemos salir? -protestó Olivia-. Hace un tiempo precioso y no ha intentado matarme nadie desde hace días. ¿Por qué no podemos ir a dar un paseo, aunque sea en coche? ¡Podríamos salir a comer! Iríamos al campo, donde nadie nos reconocería. Me conformo hasta con uno de esos restaurantes en los que comes en el coche.

Conor la miró desde detrás del periódico. Llevaba muy callado varios días, distante, como si algo le pesara en la mente. Había ido en algunas ocasiones a la ciudad y había regresado aún más distraído, más tenso. Olivia había pensado que su preocupación se debía a que ella tuviera que declarar, pero no quería estropear los pocos días que les quedaban juntos, así que había decidido no hacer preguntas.

Las noches no habían cambiado. Los dos se olvidaban convenientemente de sus promesas y caían en la cama cada noche con más pasión que nunca. De hecho, Conor le hacía el amor hasta que casi no podían moverse, como si estuviera con ella por última vez. Después de cada una de las noches, Olivia esperaba que desapareciera por la mañana, pero Conor estaba siempre a su lado cuando se despertaba.

Ninguno de los dos había hablado del futuro, pero Olivia sabía que cada día que pasaba los acercaba más al fin.

– Por favor, deja el periódico…

– De acuerdo -accedió Conor-. Iremos a dar un paseo en coche. Te mostraré mi rincón favorito de Boston.

Olivia aplaudió encantada y fue corriendo al dormitorio por su abrigo. No le importaba que estuvieran corriendo un riesgo. Además, necesitaba una oportunidad de ver cómo se defendían sus sentimientos en el mundo real, de ver si estaban a gusto el uno con el otro o aquel mundo irreal estallaba en pedazos.

Cuando salió de la habitación, Conor ya la estaba esperando en la puerta. Se la abrió galantemente y luego le ofreció el brazo.

– Su carruaje espera, señora -bromeó. De hecho, lo que más sorprendió a Olivia fue que accediera a salir con ella. Era siempre tan cuidadoso… sin embargo, últimamente le daba la sensación de que se había relajado un poco. Cuando salieron a la calle, ella extendió los brazos. Entonces, cerró los ojos y empezó a dar vueltas.

– Me siento como si me acabaran de soltar de la cárcel. Es un día glorioso…

Se montaron en el coche y se dirigieron en dirección a Concord. Olivia contemplaba el paisaje por la ventanilla. Aunque había visto los mismos lugares muchas veces, todo le parecía mucho más hermoso. No se había dado cuenta de lo aislada que había estado.

– ¿Dónde vamos?

– Ya lo verás.

– Sé que me voy a divertir, sea donde sea donde vayamos.

La mayor parte del camino transcurrió en silencio. Muy pronto llegaron al puerto de Boston. Allí, Conor aparcó el coche y fueron a pasear hacia el parque del puerto. Olivia entrelazó los dedos con los de él.

– Solía venir aquí de niño -explicó Conor mientras se sentaban en la hierba-. Sin embargo, ahora que me paro a pensarlo, nunca fui un niño.

– ¿No?

– No después de que se marchara mi madre. Cuando mi padre estaba pescando, yo tenía que ocuparme de mis hermanos. Solíamos venir aquí a contemplar los aviones. Si teníamos dinero, tomábamos el ferry e íbamos a Logan. Algunas veces, hasta entrábamos en el aeropuerto, aunque los de seguridad siempre nos detenían.

– ¿Y todo eso tú solo?

– Ya tenía entonces dieciséis años y mis hermanos estaban acostumbrados a obedecerme. Además, era mi excursión favorita. Si quería que mis hermanos hicieran algo, solo tenía que prometerles que íbamos a venir aquí para ver los aviones. Brendan se sabía memoria los horarios de los aviones y sabía el destino de todos ellos.

– Hiciste un buen trabajo con ellos. Todos son unos muchachos fenomenales. No los conozco muy bien, pero sé que es así.