– ¡Hola, cariño! -exclamó, poniéndose de pie para recibirla.
Conor miró a su alrededor y, entonces, plantó un beso en los labios de Olivia, lo que la sorprendió mucho. Las señoras se echaron a reír y Conor sonrió.
– Buenos días, señoras. ¿Cómo están? – les preguntó. Todas se echaron a reír, como colegialas-. ¿Puedo hablar contigo en el dormitorio? -añadió, refiriéndose a Olivia.
Olivia lo siguió y cerró la puerta del cuarto. Todas las cosas de Conor estaban esparcidas por todas partes, ya que las había tenido que recoger precipitadamente antes de que las mujeres llegaran.
– Lo siento, sé que no te gusta que entable relación con las vecinas, pero…
– No ese eso, ¿Dónde están mis llaves?
– ¿De verdad que no te importa?
– No -repitió él, revolviendo entre la ropa-. No me importa. ¿Sabes dónde están mis llaves?
– Estaban metidas en un zapato, bajo la de café -dijo ella, tras recogerlas de encima de la cómoda-. Tuve que limpiar antes de que llegaran las ancianas.
– Tengo que marcharme. ¿Te importa quedarte sola?
– Pensé que íbamos a salir a…
– No podemos. Tengo unos asuntos de los que ocuparme en la comisaría. Voy a ir a mi casa primero para darme una ducha y cambiarme. Probablemente estaré fuera la mayor parte del día.
– ¿Tiene que ver esto con el juicio?
– No. Es un asunto del que me tengo que ocupar -dijo él, abriendo la puerta del dormitorio y saliendo disparado en dirección a la puerta de la calle.
– Conor, espera.
Olivia hizo un gesto señalando a las ancianas. Entonces, él se inclinó sobre ella y volvió a besarla en los labios.
– Te veré dentro de un rato, querida – dijo. Entonces, tras hacer un gesto de despedida para las cinco mujeres, se marchó.
– Adiós -murmuró Olivia, volviéndose a sentar con sus invitadas.
– Supongo que la luna de miel tiene que acabarse en algún momento -suspiró Sadie.
Olivia sonrió y se sirvió un poco de zumo de naranja. Entonces, notó un pequeño centro de flores que Geraldine había llevado para adornar la mesa. Las margaritas estaban colocadas en un florero de imitación a plata. Olivia arrancó una margarita y empezó a quitarle los pétalos.
Las señoras continuaron hablando mientras ella las escuchaba sin mucho interés. Entonces, tomó el florero y estudió el diseño. Para ser una imitación, era de lo más notable. Pesaba casi lo que debería pensar si fuera de plata.
– ¿Dónde conseguiste esto? -le preguntó a Geraldine. Cuando miró la parte inferior, el corazón le dio un vuelco.
– En el supermercado. Me encantan las flores y venden ramos muy baratos. Duran casi una semana.
– No me refería a las flores, sino al jarrón.
– No sé. Solía ir a muchos mercadillos cuando me casé. No teníamos mucho dinero así que tuvimos que decorar la casa con cosas de segunda mano. Supongo que será de entonces.
– ¿En un mercadillo?
– ¿Y qué importa? Es solo una cosa sin valor, pero me pareció que resultaba muy bonito como jarrón.
– ¿Te importa si lo tomo prestado?
– Bueno, como si te lo quieres quedar.
– No, no creo que quieras dármelo. Tengo que ir a Boston, pero Conor se ha llevado el coche.
– ¿Es que pasa algo malo? -preguntó Sadie.
– No. De hecho, puede resultar algo muy agradable, pero quiero asegurarme primero. ¿Me puede llevar alguien a la estación?
– ¿Qué es lo que pasa, querida? -insistió Sadie.
– Es eso. Geraldine, creo que podría ser muy valioso -dijo Olivia, levantando el jarrón-, pero no estoy segura. Tengo que comprobar algunos libros.
– ¿Valioso? ¿Ese chisme? ¿Cómo de valioso? -preguntó Geraldine.
– Muy valioso. Bueno, ¿quién me lleva? – preguntó Olivia tras recoger su bolso y su abrigo.
– Bueno, yo te llevaré -afirmó Sadie, muy emocionada-. Un tesoro muy valioso. Venga, señoras, vayámonos. Ya nos lo contará todo en el coche.
Antes de salir, Olivia se preguntó si debía dejar una nota para Conor. Al final, decidió no hacerlo. Tardaría un par de horas como mucho. No, no dejaría una nota. Volvería mucho antes que él.
Por una vez en su vida, Conor deseó volver a estar en el coche patrulla. Al menos, tendría una sirena con la que abrirse paso. En vez de eso, estaba atascado con el montón de chatarra que le había dado su hermano.
Al llegar al apartamento, se lo había encontrado vacío. Al principio había pensado que Olivia estaba en el apartamento de alguna de las ancianas. Sin embargo, al llamar al apartamento de Sadie, esta le había dicho que la había llevado a la estación de tren porque quería ir a Boston.
Primero se le ocurrió que había averiguado algo sobre Kevin Ford y que sabía que no tenía que testificar. Seguramente se había enterado de que le había mentido y le había robado aquellos cuatro días,
Después de aquella noche tan maravillosa sobre la mesa del comedor, sabía que no podría dejarla marchar. Por eso le había ocultado la verdad y Olivia nunca lo perdonaría por ello.
Siempre había tenido un fuerte sentido de la moralidad. ¿Qué le había ocurrido? Desde el día en que la conoció, había hecho cosas que antes le hubieran resultado impensables. Sin embargo, lo había hecho todo con la esperanza de que Olivia pudiera querer un futuro con él.
Charles Street, como siempre, era un hervidero de vehículos, peatones y turistas. Conor aparcó en doble fila, pero, al llegar a la tienda de Olivia, la encontró cerrada. Se asomó por las ventanas, pero no pudo ver nada en la oscuridad. El corazón empezó a latirle a toda velocidad y sus instintos se pusieron en alerta, pero, entonces, recordó que ella ya no corría ningún peligro. Rápidamente, llamó a la puerta y esperó impacientemente. Sadie le había mencionado un jarrón de plata y por eso había dado por sentado que habría ido a la tienda, aunque podría estar en su casa o en la biblioteca.
Entonces, se oyó una voz desde el otro lado de la puerta. Era Olivia.
– Estamos cerrados.
– Olivia, déjame entrar. Soy Conor.
– ¡Conor!
Rápidamente abrió la puerta y lo dejó entrar. El miró a su alrededor, impresionado por la selección de antigüedades que allí había. Aquel era su mundo, un ambiente que a él le resultaba completamente desconocido.
– Siento haberme marchado sin decírtelo. Pensé que regresaría antes de que tú volvieras. Por favor, no te enfades conmigo. He tenido mucho cuidado.
– No estoy enfadado contigo.
– Es que tenía que venir. No estaba segura de la marca, pero sabía que tenía un libro donde podría consultarlo. Pensé que nunca más me volvería a sentir así, Conor. Cada vez que me acordaba de cómo me ganaba la vida, me entristecía porque todo hubiera terminado. Entonces, vi esto y recuperé mis antiguas sensaciones.
– ¿Qué sensaciones?
– Es como un pequeño cosquilleo en el estómago. Normalmente, me digo que no hay que ser optimista. Es como cavar en el jardín y descubrir oro.
– ¿Y todo por ese jarrón?
La aventura del deseo
– Es de plata. Y es de Reveré.
– ¿Reveré? ¿Te refieres a que lo hizo Paúl Reveré?
– Efectivamente. Sus piezas han aparecido en los lugares más insospechados. ¿Tienes idea de cuánto vale? Hay muy pocas piezas y, cuando se encuentra una original, la gente se vuelve loca.
Conor la miró. Su culpabilidad fue mayor al ver lo feliz que estaba haciendo algo para que lo que tenía talento y que adoraba. Aquel era su mundo. Era allí donde debería estar. Y él la había apartado innecesariamente de todo aquello.
– Olivia, tenemos que hablar.
– Geraldine lo usaba de florero. ¿Sabes lo que significa esto? Lo pondré a la venta y todo el mundo vendrá a verlo. Mi tienda volverá a ser lo que era. El prestigio de tener esto en mi tienda me ayudará a recuperar la reputación perdida. Por favor, no te enojes conmigo. Sé que me arriesgué, pero…