– Muéstreme la placa.
Conor se la sacó del bolsillo y se la enseñó. Debería haberse marchado. Evidentemente, aquella mujer no quería que la ayudaran.
– ¿Lo ve? Soy el detective Conor Quinn, del departamento de policía de Boston.
– ¿Quinn? -preguntó ella, mirando automáticamente al bar.
– Sí, mi padre es el dueño -respondió. De repente, la farola iluminó el rostro de la mujer y Conor sintió una extraña sensación de haber visto aquella cara antes-. Su cara me resulta familiar. ¿Nos conocemos?
– No.
Sin embargo, Conor tenía buena memoria para las caras y sabía que había visto antes a aquella mujer. No en la comisaría o en un bar, sino en la calle, en una situación similar a aquella.
– ¿Vive usted en este barrio?
– Sí.
– ¿Dónde?
– Por allí -respondió, señalando hacia el oeste-. Bueno, ¿cree que podría ayudarme a cambiar la rueda de mi coche? Tengo un poco de prisa…
Conor agarró la llave inglesa y centró su atención en las tuercas de la rueda. Entonces, se puso manos a la obra. Sin embargo, no podía concentrarse en la tarea. Trataba de recordar dónde había visto a aquella mujer…
No era una mujer hecha y derecha ni tampoco una jovencita. Seguramente parecía más joven de lo que realmente era. Tenía el pelo muy oscuro, casi negro, muy corto. No obstante, eran los ojos lo que más le llamaban la atención. Aunque sabía que era policía, seguía mirándolo con una gran aprensión.
– ¿Sabes una cosa? Podría entrar en el bar y utilizar el teléfono para llamar a alguien. No debería estar sola a estas horas en una calle tan oscura como esta.
– No tengo amigos. Es decir, no por esta zona. Además, no están en casa. Entonces, ¿ese bar es un negocio familiar?
– Sí. Yo y mis hermanos ayudamos a mi padre los fines de semana.
– ¿Hermanos? ¿Tiene hermanos? ¿Cuántos? Conor frunció el ceño. Para ser una mujer que vivía en el barrio, pero no sabía exactamente dónde, y que no tenía amigos mostraba demasiada curiosidad. De repente, lo entendió todo. Seguramente era una de las chicas de Dylan o tal vez de Brendan. Sus hermanos siempre tenían mujeres rondándolos. Seguramente la pobre chica estaba enamorada y estaba esperando a que saliera el Quinn al que tanto quería.
– Tengo cinco hermanos.
– Cinco hermanos… No me puedo imaginar tener cinco hermanos. ¿Cómo se llaman?
– Dylan, Brendan, Sean, Brian y Liam. Todos están esperándome en el bar. ¿Por qué no entra a tomar algo? -preguntó él, sacudiéndose el polvo de la ropa tras terminar con la rueda-. Así podrá lavarse las manos. Le invito a tomar algo.
– ¡No! -exclamó, como si aquella proposición resultara escandalosa-. Tengo que marcharme. Ya llego tarde.
Tras recoger sus herramientas, las echó en el asiento trasero del coche. Segundos después, se marchaba precipitadamente, sin la rueda pinchada y sin darle a Conor las gracias.
– ¡De nada! -le gritó él.
A pesar de todo, no podía dejar de pensar en lo familiar que le resultaba. De repente, lo recordó todo. La había visto en la acera que había delante del bar la noche antes de ir a Cape Cod. Lo raro era que entonces también le había parecido reconocerla.
Conor la apartó de sus pensamientos. La única mujer en la que quería pensar era Olivia Farrell. Su única preocupación era encontrarla y decirle lo mucho que la quería. Todo lo demás podía esperar.
– ¡Kevin!
Olivia estaba en su tienda de Charles Street, mirando al hombre que había sido su socio. ¡Era la última persona que esperaba ver!
Estaba un poco más delgado, pero seguía siendo el mismo hombre, solo que entonces, todos lo consideraban un delincuente.
– Hola, Olivia.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– He salido de la cárcel. Conseguí hacer un trato por testificar contra Keenan y contra los policías que él había comprado. Sin embargo, Keenan también hizo un trato y no tuve que subirme al estrado. Soy un hombre libre.
– Supongo que debería darte las gracias. Si no fuera por ti, yo habría tenido que testificar.
– Lo siento mucho, Olivia. Sé que debería haber aceptado mi responsabilidad mucho antes en vez de pasarte mis problemas. Fue culpa mía, pero pagaré el precio. Yo seré el que tenga que mirar constantemente por encima del hombro, preguntándome si uno de los hombres de Keenan anda siguiéndome.
– Supongo que esperas volver a retomarlo todo donde lo dejaste, pero yo no quiero eso. He repasado el inventario y he separado nuestras adquisiciones. Voy a llevarme mis muebles a otra parte a finales de mes.
– De eso quería hablarte. Creo que mi credibilidad ha bajado mucho en esta ciudad y quiero cederte mi parte de la tienda. Tú puedes hacerte cargo de la hipoteca. A ti siempre se te dio mejor este negocio. Puedes retirar mi nombre del escaparate. Yo solo te pido una cosa.
– ¿Qué?
– Que me permitas vender a través de tu tienda. Voy a mudarme frecuentemente y necesitaré un modo de ganarme la vida. Yo te enviaré artículos de todo el país y tú podrás venderlos, tras cobrar una comisión.
– ¿Por qué haces esto por mí? -preguntó Olivia, que estaba encantada con el trato.
– Porque es lo que debo hacer. Voy a hacer que te llame mi abogado y que lo prepare todo. Te mandaré todas las cosas que encuentre de interés.
Con aquello, Kevin se dio la vuelta y se dispuso a marcharse.
– ¿Qué te hizo cambiar de opinión sobre testificar contra Keenan?
– Una visita de un policía llamado Quinn
– ¿Conor Quinn? ¿El te convenció para que testificaras?
– Vino a verme diez días antes del juicio.
Estaba muy preocupado por tu seguridad. Cambié de opinión después de hablar con él.
– ¿Me estás diciendo que Conor sabía que yo no tenía que testificar una semana y media antes de que empezara el juicio?
– Sí. Su compañero y él me ayudaron a conseguir el trato. Mi abogado solo tardó un día en convencer al departamento de policía. Está muy enamorado de ti, ¿lo sabías?
– ¿Cómo dices?
– Por eso estaba tan decidido a evitar que testificaras. Te quiere. Créeme, conozco los síntomas. Y si yo no me equivoco, tú también estás enamorada de él.
En el momento en que oyó aquellas palabras, Olivia se dio cuenta de la verdad que había en ellas. Había sabido desde el principio lo que sentía por Conor, pero intentar analizar sus sentimientos era misión imposible. Sin embargo, él se lo había dejado muy claro con sus actos. Se había quedado a su lado después de que la amenaza hubiera desaparecido. Solo esperaba que lo hubiera hecho porque no soportara verla marchar.
– Tengo que hablar con él -dijo ella, agarrando precipitadamente su abrigo-. Tienes llave. Cierra antes de marcharte.
No sabía dónde vivía Conor, su número de teléfono no estaba en las guías telefónicas y no podía recorrer todas las comisarías de la ciudad. Solo se le ocurrió un lugar donde buscarlo. En el bar de su padre. Sacó la dirección de un listín telefónico y se marchó rápidamente de su tienda.
Se estaba arriesgando mucho. Solo llevaban diez días separados, pero tenía que creer que, si se enfrentaba a él, Conor tal vez se viera obligado a admitir sus sentimientos.
Como tenía el coche en su casa, tomó un taxi. Mientras tanto, pensó cómo podía comenzar. Solo se le ocurría confesarle que ella estaba locamente enamorada de él y esperar que él respondiera. También podía decirle las razones por las que deberían estar juntos. Tal vez la mejor estrategia sería arrojarse a sus brazos y demostrarle con sus besos por qué no podría vivir sin ella.
Cuando el taxi la dejó a las afueras del bar, vio que aquello estaba lleno de coches. Se oía el distintivo sonido de la música irlandesa. Antes de entrar por la puerta, se alisó el cabello y respiró profundamente. Ocurriera lo que ocurriera, aquel momento cambiaría su vida para siempre.