Al entrar en el bar, se encontró en medio de una fiesta. Todo el mundo bailaba al son de la alegre música, charlando y riendo. Miró a su alrededor, rezando para que viera un rostro conocido o esperando que Conor apareciera entre la multitud y la tomara entre sus brazos.
– ¿Olivia?
Al darse la vuelta, vio a Brendan. El alivio se apoderó de ella. Entonces notó que todos los hermanos, menos Conor, estaban presentes. Cuando se acercó a ellos, Dylan se levantó para cederle su taburete.
– Estoy buscando a Conor. ¿Está aquí? – preguntó, muy nerviosa.
– No -respondió Brendan-, todos lo estamos esperando. Esta fiesta es en su honor.
– ¿Una fiesta para Conor? ¿Por qué?
– Han vuelto a admitirle en su trabajo – explicó Dylan-. ¿No te habló de la investigación a la que le estaban sometiendo?
– Sí, pero hace algún tiempo que no nos vemos. Ahora necesito hablar con él. ¿Puedes decirme dónde vive?
– Es mejor que te quedes aquí -sugirió Dylan-. Nosotros lo encontraremos por ti. Brendan, tú ve a su apartamento. Yo iré a la comisaría por si todavía sigue allí. Sean y Brian, id a los bares que frecuenta con sus amigos los policías. Y tú, Liam, quédate a hacerle compañía a Olivia. Dale algo de comer y de beber. Esta fiesta era en su honor y ya va siendo hora de que se presente, tanto si quiere como si no.
Olivia observó a todos los hermanos, todos ellos tan guapos como Conor, mientras iban a buscar al mayor de todos. Ella se volvió a Liam.
– Creo que tomaré un refresco mientras espero.
– Estás en un pub irlandés, mujer. O te tomas una Guinness o no nada.
Conor se bajó del coche frente al bar de su padre por segunda vez aquella noche. La calle estaba oscura y tranquila, pero Conor sabía el bullicio que lo esperaba en el interior del bar.
Había recorrido toda la ciudad en busca de Olivia. Incluso había hecho que dictaran una orden para localizar su coche inmediatamente, pero lo habían encontrado aparcado frente a su apartamento. Había pasado por el piso dos veces, por la tienda tres e incluso había llamado a casa de la señora Callaban. La mujer lo había mirado con sospecha y, tras asegurarse de que no le llevaba a Tommy, le había dicho que no había visto a Olivia desde la última vez que le pagó el alquiler.
También le pasó por la cabeza que estuviera con Kevin Ford, dado que él ya no tenía que ir a la cárcel, disfrutando en una playa caribeña. Había visto en los ojos del hombre que estaba perdidamente enamorado de ella.
Abrió la puerta del bar y entró en su interior. El aire estaba lleno de humo, pero ya solo quedaban unas pocas personas sentadas a la barra. Conor se sentó en un taburete y le hizo un gesto a Dylan, que le sirvió rápidamente una Guinness.
– Te has perdido tu fiesta…
– ¿Qué fiesta? -preguntó Conor con una triste sonrisa.
– ¿Dónde estabas? -le preguntó Sean-. Llevamos buscándote toda la noche. Resulta imposible localizarte cuando no quieres que te encuentren.
– Tenía algo de lo que ocuparme -dijo
Conor, tomando un largo sorbo de cerveza.
– Pues aquí también lo tenías -afirmó Sean, mientras se ponía a secar la barra.
– Lo siento, no estaba de humor para fiestas
– No está hablando de la fiesta, sino de Olivia -comentó Dylan.
– ¿Olivia?
– Brendan está jugando a los dardos con ella. Lleva esperándote toda la noche.
– ¿Esperándome?
– No, idiota, al Papa. Si fuera tú, yo iría a verla enseguida antes de que Brendan la seduzca y decida cambiar de Quinn.
Conor se quedó inmóvil. ¿Qué iba a decirle? Había cometido ya tantos errores, que lo único que se le ocurría era decirle lo mucho que la amaba.
– Lo único que tienes que hacer es decirle lo que sientes -sugirió Dylan, como si le hubiera leído los pensamientos.
– Ella te quiere, Conor -murmuró Sean-. No habría venido aquí si no fuera así. No seas idiota y ve con ella. Es hora de que demuestres que no es cierto lo de las mujeres y los
Quinn.
Conor se levantó del taburete y, tras tomar otro trago de cerveza, se dirigió a la parte trasera del bar, donde estaba el tablero de dardos.
Tanto Brendan como Olivia estaban de espaldas a él. Ella reía por las bromas de su hermano. Cuando se giraron para ir a reclamar sus dardos y contar la puntuación, Conor sintió que todo, menos ella, desaparecía de su campo de visión.
No oyó lo que Brendan le decía ni la música que sonaba en aquellos momentos. Solo vio el cálido reflejo de su cabello y el aroma de su perfume.
– Hola.
– Hola, Conor.
– Llevo buscándote toda la noche. He estado en tu apartamento y en la tienda, pero no estabas.
– Estaba aquí.
– Estás preciosa… Quería verte porque hay algunas cosas que necesito decirte.
– Yo también.
– Aquellos últimos días que estuvimos juntos, yo…
– Lo sé -replicó Olivia-. No fueron por tu trabajo, ¿verdad?
– ¿Cómo lo sabes?
– Me lo ha dicho Kevin Ford. Me ha explicado que consiguió un trato el día después de que tú fueras a visitarlo, nueve días antes del juicio. Tú me dijiste que yo estaba a salvo cuatro días antes del juicio. Entonces, me pregunté por qué me lo habías ocultado tantos días.
– Olivia, no se me ocurre mejor modo de explicártelo que hacerlo con dos palabras. Te quiero. Probablemente te he querido desde el día en que me pegaste aquella patada. Siento haber tardado tanto tiempo en darme cuenta, pero no hacía más que convencerme a mí mismo de que solo era parte del trabajo… Que había interpretado mal mis sentimientos protectores hacia ti. Pero ahora sé que no es cierto. Sé lo que siento y no quiero pasar otro día de mi vida sin ti.
Entonces, Conor le agarró las manos y la llevó a una de las mesas. Allí hizo que se sentara y luego se sentó frente a ella.
– Supongo que te estás preguntando cómo sé ahora que te amo -susurró él, entrelazando sus dedos con los de ella.
– No. Solo…
– Bueno, déjame explicarte. Cuando mi madre se marchó, se olvidó completamente de nosotros. Supongo que siempre creí que, si resultaba tan fácil para una madre, cualquier otra mujer podría hacerme lo mismo. Incluso tú.
– Yo nunca…
– Cuando nos conocimos, traté de mantener las distancias, pero tú me necesitabas. Al final, me di cuenta de que yo te necesitaba también a ti… Te habías apoderado de mi corazón, algo que ninguna otra mujer ha conseguido jamás. Yo…
– ¿Puedo decir algo, por favor?
Conor se quedó inmóvil. Estaba convencido de que ella iba a rechazarlo e iba destruir la imagen de un futuro juntos.
– De acuerdo -susurró él, muy triste.
– ¿Quieres dejar de hablar y besarme de una vez?
Atónito, Conor la miró durante un largo instante. En ese tiempo, vio todo el amor que sentía por ella reflejado en los ojos de Olivia. Entonces, se inclinó sobre la mesa e hizo exactamente lo que ella le había pedido. La besó y comprendió que ella nunca lo destruiría, sino que, a cada momento que pasara con ella, mejoraría como hombre. Ella lo amaba y con aquel amor y el que él sentía podían conquistar el mundo.
– Cásate conmigo -murmuró-. Haz de mí el hombre más feliz de la tierra.
– Sí.
– ¿De verdad? -preguntó, incrédulo. Había esperado una excusa, tiempo para pensarlo… Nunca una respuesta tan contundente.
– Sí, claro que me casaré contigo, Conor Quinn. Viviremos juntos, nos amaremos y prometo darte unos hermosos hijos e hijas. Y te prometo, que sean cuales sean los problemas que se ciernan sobre nosotros, nunca, nunca te dejaré.
Conor se levantó, la tomó entre sus brazos y volvió a besarla, larga y apasionadamente. Entonces, miró a su alrededor y descubrió que todos sus hermanos se habían acercado a ellos. Entonces, se echó a reír y abrazó a Olivia.
– Voy a casarme.
– ¿Sí? -preguntó Dylan-. ¿Y dónde has encontrado una mujer tan loca como para casarse contigo?