Miró a su alrededor para buscar algo que le quitara los acontecimientos del día de la cabeza. El bar de Seamus Quinn era famoso por tres cosas: por un ambiente auténticamente irlandés, por el mejor guisado irlandés de Boston y por la música irlandesa que se tocaba allí todas las noches. También por los seis hijos solteros que estaban siempre por el bar.
Dylan estaba jugando al billar con algunos de sus compañeros de la Brigada de Incendios, rodeados de mujeres que miraban embelesadas a Dylan. Brian estaba ocupado cortejando a la camarera. Liam estaba jugando a los dardos con una bonita pelirroja, mientras que Sean estaba bailando con una llamativa morena. Cuando Brendan estaba en la ciudad, tras terminar con otro encargo para una revista o regresar de otro viaje de investigación para un nuevo libro, lo primero que buscaba era una mujer. A pesar de las serias advertencias de su padre, los hermanos Quinn no habían querido privarse de lo que el sexo opuesto les ofrecía tan voluntariamente. Sin amor ni compromiso, por supuesto.
Sin embargo, últimamente, Conor se había cansado de todo de lo que había disfrutado en el pasado. Tal vez fuera el estado de ánimo en el que se encontraba, de indiferencia por la vida en general. La rubia del otro lado de la barra llevaba insinuándosele una hora y él ni siquiera le había dedicado una sonrisa. Por muy tentador que resultara tener una mujer calentándole la cama, estaba demasiado cansado como para hacer el esfuerzo de hablar con ella. Además, solo le quedaba media hora antes de tener que volver a la comisaría.
– Buenas tardes, señor. Tengo el coche fuera cuando usted quiera marcharse.
Conor se volvió para mirar a su compañero, Danny. Este se sentó a su lado, sobre uno de los taburetes. Los habían emparejado el mes anterior, para desolación de Conor. Aunque Wright era un buen detective, el muchacho le recordaba a un enorme cachorro.
– No tienes que llamarme «señor. Soy tu compañero, Wright.
– Pero los muchachos me dijeron que te gustaba que te llamaran «señor.
– Te estaban tomando el pelo. Les gusta hacer eso con los recién llegados. ¿Por qué no te tomas algo y te relajas un poco?
Ansioso por agradarle, Danny pidió un refresco y luego tomó un puñado de cacahuetes y empezó a comérselos.
– El teniente quiere que estemos en la comisaría en cuanto acabemos el turno. Dice que tiene un caso especial para nosotros.
– ¿Un caso especial? -preguntó Conor, soltando la carcajada-. Más bien será un castigo especial.
– El teniente está bastante enojado contigo. Los otros dicen que eres un buen policía, pero que tienes demasiado carácter. El teniente también dice que el detenido va a presentar cargos por brutalidad. Ya se ha conseguido un abogado.
– Ese cerdo le quitó a una anciana de ochenta y cuatro años sus ahorros de toda una vida. Cuando no quiso darle las tarjetas de crédito, le pegó hasta que estuvo a punto de quitarle la vida. Debería haberle sacado los dientes por la nuca. Tuvo suerte de llevarse solo un labio partido.
– Los muchachos dicen…
– ¿Qué es esto, Wright? ¿Es que nunca hablas por ti mismo? Déjame que te diga lo que están diciendo los muchachos. Están diciendo que esta no es la primera vez que me he pasado con un sospechoso, que Conor Quinn tiene fama al respecto y que esa fama no me ayuda a pasar a Homicidios. Combina ese labio partido con mis otros incidentes y te etiquetan como un poli que se pasa fácilmente de la raya.
– Yo… yo no quería…
– No tienes por qué preocuparte, Wright. No es contagioso.
– No me preocupo por mí. Llevas dos años esperando un puesto en Homicidios. Solo hay dos puestos vacantes Eres un buen detective. Te mereces uno de ellos.
– Ya ni siquiera estoy seguro de que me interese.
– ¿Por qué no?
– Llevo más años de los que quiero contar tratando de que esta ciudad sea segura. Pensé que podría mejorar las cosas, pero no creo que lo haya conseguido. Por cada delincuente que he metido entre rejas, ha salido otro más. ¿Por qué voy a pensar que los asesinos se me van a dar mejor?
– Porque sí.
– Diablos, es hora de que empiece a vivir mi vida. Quiero levantarme por las mañanas y mirar el día que me espera con ganas. Mira a mi hermano Brendan. Él mismo elige lo que escribe y cuándo lo escribe. Está viviendo la vida según sus términos. Y Dylan. Lo que él hace si que mejora la vida de las personas. Él les salva la vida.
– ¿Y qué vas a hacer? Eres policía. Siempre lo has sido.
– Tal vez ese sea el problema. Pasé de cuidar de mi familia a cuidar de esta ciudad. Tenía diecinueve años cuando entré en la Academia, Wright. Tenía responsabilidades en casa y necesitaba un trabajo fijo. Si no, tal vez hubiera elegido otra cosa. Creo que me habría gustado ir a la universidad…
– Te sentirás mejor cuando al teniente se le pase el enfado. No puede estar furioso contigo para siempre.
– Bueno, ¿qué clase de asunto nos tiene preparado para esta tarde? -preguntó Conor, antes de tomar un sorbo de su refresco.
– En realidad, es bastante interesante. Vamos a proteger a un testigo del caso de Red Keenan. Tenemos que llevarlo a una casa segura de Cape Cod y vigilarlo durante unos días. ¿No te parece que es un lugar un poco raro para una casa protegida?
– No. Supongo que se imaginan que se puede controlar a todos los que van y vienen en esta época del año. Solo hay una autopista, un aeropuerto. Resulta más fácil descubrir a los sospechosos.
Conor se levantó y se dirigió hacia la puerta, con Wright pisándole los talones. Se despidió de su padre con la mano y les gritó un adiós a sus hermanos. Al llegar a la calle, se subió el cuello de su cazadora de cuero. Por el olor del mar, sabía que se acercaba una tormenta. Durante un momento, pensó en Brendan, que estaba en alta mar, recogiendo material para un libro que iba a escribir sobre los pescadores cíe pez espada. Conor no entendía por que diablos tenía que escribir un libro sobre ese tema, que había causado que su madre los abandonara y que él hubiera tenido que hacerse cargo de sus hermanos.
Inclinó la cabeza y se metió las manos en los bolsillos. Entonces, echó a correr sobre el húmedo asfalto hasta el coche, con Danny detrás. Oyó que alguien se acercaba en su dirección y sus instintos se pusieron en alerta automáticamente. Vio que una mujer menuda, con el pelo oscuro, pasaba a su lado. Sus ojos se miraron solo durante un momento. Conor miró después por encima del hombro, pensando que la conocía. ¿Sería una prostituta? ¿Una policía camuflada?
Vio que la mujer se detenía delante del bar y que miraba a través de la ventana. Unos segundos después subió los escalones de entrada, pero, de repente, volvió a bajar y se perdió en la oscuridad. Conor sacudió la cabeza. ¿Estaba ya tan influenciado por su trabajo que veía delincuentes en una inocente desconocida? Tal vez unos días de soledad en Cape Cod lo ayudaran a poner todo en perspectiva.
La comisaría del distrito número cuatro estaba hirviendo de actividad cuando Conor y Danny llegaron. Conor estaba acostumbrado a hacer el turno de día, pero, dado que le habían asignado proteger a un testigo, los días se mezclarían con las noches. Le esperaba el aburrimiento y las malas comidas.
Según Danny, el testigo había sido trasladado aquella misma noche desde la comisaría de centro. El teniente no les había dado muchos detalles sobre el caso y había preferido hablarles en persona del caso. Sin duda, aprovecharía la oportunidad para hacer que la reunión fuera una lección para un policía demasiado arisco.