– Bueno, voy a hacer un poco de café – dijo de mala gana-. ¿Te apetece una taza? – añadió. Conor asintió y la siguió a la cocina. Tras comprobar metódicamente puertas y ventanas, se sentó en uno de los taburetes-. ¿Es que vas a seguirme todo el día?
– Si tengo que hacerlo… -respondió él mientras Olivia llevaba la cafetera de agua-. ¿Por qué saltó por la ventana?
– Tienes que comprender que estoy acostumbrada a tener mi propio espacio, mi propia vida. Yo nunca busqué esto, nunca quise implicarme de este modo. No debería estar aquí.
– Pero lo está.
– Traté de explicarle al fiscal que no quería testificar, pero…
– Señorita Farrell, tiene un deber que cumplir. Red Keenan es basura, un pez gordo en el mundo de la delincuencia. Con su testimonio, podremos encarcelarlo. Unas cuantas molestias por su parte no son nada comparado con el dolor que ese hombre ha causado a innumerables personas inocentes -añadió, levantándose y disponiéndose a salir de la cocina-. Y manténgase alejada de las ventanas.
El resto del día pasó en un aburrimiento absoluto. Olivia se mantuvo alejada de las ventanas y de Conor Quinn, pero él estuvo lo suficientemente cerca como para tenerla intranquila. Siempre que lo miraba, él la estaba observando, como si esperara que ella saliera corriendo. Quedaban doce días para el juicio, doce largos días en la compañía de Conor Quinn. Tendría que elegir sus armas muy cuidadosamente si quería sobrevivir.
El olor que salía de la cocina era delicioso. Conor levantó la vista de un número atrasado de Sports Illustrated y se incorporó del sillón en el que llevaba sentado más de una hora. Sin poder evitarlo, se dirigió a la cocina, donde se encontró a Olivia Farrell entre humeantes pucheros y cortando algunas hortalizas.
– Huele bien.
– Ayer le pedí al detective Wright que me comprara algunas cosas -replicó ella, apartando la atención de la ensalada que estaba preparando-. Estaba cansada de comidas preparadas y furiosa con mi situación, así que hice la lista de la compra todo lo complicada que pude.
– ¿Qué está preparando?
– Paella.
– ¿Que es eso?
– Es un plato de arroz y marisco originario de España. Probablemente les costó bastante encontrar gambas frescas y mejillones, pero yo tengo todo el tiempo del mundo, que es lo que hace falta para preparar paella.
Ella lo miró. Conor se dio cuenta de que Olivia Farrell tenía unos ojos muy hermosos. No llevaba mucho maquillaje, lo que permitía que su belleza natural resaltara por encima de todo lo demás.
– Hay una botella de vino en el frigorífico. Puedes abrirla, si quieres -añadió ella.
– No debería beber cuando estoy de servicio -dijo él, sacando el vino.
– Prometo que no volveré a intentar escaparme. Puedes tomar una copa pequeña, ¿no te parece? -dijo, sacando dos copas de uno de los armarios.
Si todo aquello hubiera ocurrido en diferentes circunstancias, Conor habría podido imaginarse que estaban en su primera cita…
– ¿Le gusta cocinar?
– No lo hago muy a menudo, o al menos, no así. Es una tontería preparar estas cosas para uno.
– En ese caso, no tiene…
– ¿Novio? Ahora no. ¿Y tú?
– No, yo tampoco tengo novio -respondió él, con una sonrisa.
– Lo que quería decir era si tenías novia. ¿Tal vez esposa?
Conor le sirvió una generosa copa de vino y luego vertió un poco en una copa para él. No bebía vino con frecuencia, pero tenía que admitir que aquel Chardonnay sabía muy bien.
– Los policías no somos buenos maridos.
– Ese acento… No puedo decir de dónde es…
– Del sur de Boston, con un ligero toque de Cork. Nací en Irlanda.
– ¿Cuándo te marchaste de allí?
– Hace veintisiete años. Yo solo tenía seis -dijo él, sin muchas ganas de hablar de sí mismo, sobre todo delante de una mujer tan sofisticada como Olivia Farrell-. ¿Dónde nació usted, señorita Farrell?
– Olivia, por favor. He vivido en Boston toda mi vida.
Un largo silencio surgió entre ellos mientras Conor observaba cómo ella preparaba la comida. Se movía con gracia, lo que hizo que él se sintiera fascinado por cada uno de sus gestos. Aunque iba vestida con un enorme jersey de lana y unos vaqueros, la elegancia y la clase parecían irradiar de su cuerpo.
– ¿Qué te hizo convertirte en policía? – preguntó ella por fin.
– Es una larga historia.
– Como dije antes, tengo mucho tiempo. Doce días, de hecho, y menos mal, porque intentar hablar contigo es como hacerlo con un… bol de verduras.
– Sí, supongo que no hablo mucho.
– ¡Vaya! Una frase con más de cinco palabras. Estamos haciendo progresos. Antes de que acabe la noche, espero por lo menos una de diez.
Entonces, metió la cuchara en la cazuela y saboreó la salsa. Luego, le extendió la cuchara a él. Conor le agarró la mano y se la sujetó mientras lamía la punta de la cuchara. Sentir su pequeña muñeca, la suavidad de su piel le provocó una descarga eléctrica que le subió rápidamente por el brazo.
Se miraron y, durante un largo momento, ninguno de los dos se movió. Si hubiera sido una primera cita, Conor podría haberle quitado la cuchara de la mano y la habría besado hasta que se hubiera perdido en el sabor de sus labios y en el tacto de su suave carne.
Sin embargo, aquella no era una primera cita. Estaba protegiendo a un testigo y tener fantasías sobre aquella mujer, por muy hermosa que fuera, solo serviría para hacerle olvidar los peligros que la acechaban.
– Voy a salir a comprobarlo todo antes de que oscurezca -murmuró, tratando de teñir su voz de indiferencia-. Quiero asegurarme que Danny no se ha dormido. No te acerques a las ventanas -añadió, antes de salir al exterior.
Conor saludó a su compañero, estacionado en un coche aparcado cerca de la carretera. Sentía la tentación de volver a cambiar de trabajo con él, darle paella y vino a cambio de interminables horas con solo café templado, donuts duros y la única compañía de la radio. Él siempre se había tomado muy en serio su trabajo, pero estaba empezando a resultarle muy difícil estando en la misma habitación que Olivia Farrell. ¿Por qué tenía que ser tan hermosa?
Había leído el expediente del caso, pero no se había molestado de hacerlo en detalle. La verdad era que no quería saber nada más sobre la atractiva y deseable Olivia Farrell. Sin embargo, después de pasarse tanto tiempo con ella, sentía curiosidad. Quería saberlo todo sobre ella y la relación que había tenido con Red Keenan.
Tal vez, después pudiera empezar a verla solo como una testigo y dejar de pensar en ella como una hermosa mujer.
La luz del fuego se había apagado. Conor se levantó para avivar las brasas. En el exterior de la casa, el viento aullaba y las olas se estampaban contra la costa. Había visto las predicciones meteorológicas y sabía que la tormenta iba a arreciar. El único consuelo era que los hombres de Keenan no se atreverían a ir hasta allí.
Dentro de la casa, los restos de la cena estaban esparcidos por la mesa de café, platos sucios, pan a medio comer y la botella vacía de vino. Al mirar al sofá, vio que Olivia estaba dormida, tapada por una suave manta, con las manos bajo la barbilla. Le recordaba a una ilustración que había visto en uno de sus libros de historias irlandesas, un dibujo de Derdriu, una mujer muy bella desposada con un rey, pero amada por un simple guerrero. El cabello de Olivia, como el de Derdriu, era de un delicado tono rubio. Ondas y rizos se esparcían por la almohada y su perfecta piel brillaba como la porcelana a la tenue luz del fuego.
Conor echó otro leño al fuego. Recordó que su padre le había contado que la belleza de Derdriu solo había llevado muerte y destrucción para su pueblo. Recordó el dibujo, la dulzura y vulnerabilidad de su rostro…
Lo habían enviado para proteger a aquella mujer, para que diera la vida por ella como si fuera un antiguo guerrero, pero, ¿qué sabía de ella? Se levantó y sacó el expediente de la policía de su bolsa de viaje. Entonces, se acercó al fuego y empezó a leer. Por lo que deducía, Olivia Farrell era una ciudadana normal y corriente atrapada en circunstancias fuera de lo normal.