– Sí -dijo Reinona, a quien iba dirigida la última oración-, así fue punto por punto. Fui a ver a Pardalot, lo encontré muerto y borré la grabación. Y también es cierto que llevo en el bolso una Walter PPK calibre 7,65 cargada, arma excelente, ligera y precisa, que me regalaron cuando me casé y con la que te mataré si te empeñas en difamar a un pobre inválido como Agustín Taberner, alias el Gaucho.
– Señora -dije yo viendo que para corroborar mis barruntos sacaba del bolso la Walter PPK calibre 7,65, le quitaba el seguro y me apuntaba con ella-, Agustín Taberner, alias el Gaucho, le ha estado tomando el pelo desde el principio. Y no me refiero a su etapa de inválido, sino a mucho antes, cuando aún eran jóvenes los dos. Entonces pudo haberse casado con usted y no lo hizo. La dejó tirada con su hija en Londres. Seguro que ni un mal turrón por Navidad debía de enviarles. Y luego, ya ve, ha permitido sin el menor escrúpulo que usted vendiera sus joyas y, en general, las pasara canutas por un amor no correspondido. Y con respecto a Ivet, no digamos. Menudo padre le ha tocado a la pobre chica. Así ha salido ella. A las dos las ha sacrificado a sus mezquinos intereses. Este hombre no se merece ni su cariño ni su piedad. Es un malhechor, un canalla. Si esto no les importa, si lo dan todo por bien empleado, allá ustedes, pero a mí haga el favor de no apuntarme con esa pistola. Por un lado me apunta Santi y por el otro usted. Señora, así no se puede vivir. Yo no les he hecho nada malo. Sólo intentaba darles cuenta cabal de lo ocurrido la noche del crimen.
Este sensato razonamiento no hizo mella en los interpelados. Ellos me siguieron apuntando con renovada resolución y yo me quedé, como quien dice, entre dos fuegos potenciales. Así las cosas, dijo Ivet dirigiéndose a su madre y al resto de la concurrencia:
– Ahora que sabemos lo sucedido, ¿qué vamos a hacer? Si damos parte a la policía, a papaíto se le va a caer el pelo.
– Por otra parte -objetó el señor alcalde-, no podemos permitir que un crimen tan monstruoso quede impune. La seguridad ciudadana dentro y fuera del hogar es un leitmotiv de mi campaña.
– No olvide, señor alcalde -le recordó el abogado señor Miscosillas-, que si procesan a Agustín Taberner, alias el Gaucho, pueden salir a relucir algunas menudencias que no les van a favorecer ni a usted ni a su partido.
– Ospa -dijo el señor alcalde.
– Señores -dijo Ivet Pardalot dando un puñetazo en la mesa-, esta discusión carece de sentido. Hemos averiguado quién mató a mi padre y, como ustedes comprenderán, yo no voy a pasar por alto este detalle. De los entresijos de la empresa no se han de preocupar: lo tengo todo bajo control. Es más, la empresa, como tal, ha dejado de existir hace unos meses. No se lo comuniqué antes para no darle un disgusto a mi padre, pero a ustedes me da lo mismo si les da un infarto. Todas las acciones de El Caco Español han sido donadas gratuitamente a una fundación que financia una ONG con sede en un banco de Singapur. Por descontado, los beneficios de esta sencilla transacción están en una cuenta a mi nombre. También me place informarles que, al día de la fecha, el capital de los restantes socios asciende a pesetas cero coma cero. Y el que proteste se va de cabeza a Can Brians.
– Horacio -dijo el señor alcalde-, me parece que entre todos nos han levantado la camisa. En fin, hágase como dice Ivet Pardalot y entreguemos al culpable a la justicia. Pero exijo que el arresto se lleve a cabo en mi circunscripción.
– El arresto -dijo una voz siniestra- no se hará en ninguna parte.
Nos volvimos al unísono hacia la puerta del salón, de donde procedía la voz, y vimos allí a Agustín Taberner, alias el Gaucho, firme sobre sus dos piernas, como yo había diagnosticado, y con una metralleta de marca desconocida en las manos, lo que no entraba en el diagnóstico ni en las previsiones de nadie.
Dando una vez más ejemplo de intrepidez, el señor alcalde se adelantó al resto diciendo:
– ¡Hombre, Agustín, me alegro de verte tan mejorado de tu dolencia!
Se levantó del sofá y fue hacia el recién llegado con los brazos abiertos, como si se dispusiera a estrecharlo en un abrazo fraternal, pero la actitud del Gaucho y un leve movimiento de la metralleta le hicieron reconsiderar su efusivo arranque. Aun así, siguió diciendo en tono de alegre camaradería:
– Pasa y siéntate, hombre, estás entre amigos. Y no hagas caso de lo que acabas de oír. Era un debate escolástico. Romanos contra cartagineses, como en el cole. Por lo demás, todo este asunto del asesinato a mí, en mi condición de alcalde, ni me va ni me viene. Ich bin ein Berliner. Si acaso, entiéndete con este pájaro, que lleva rato tratando de crearte mala fama.