Pero no se repetiría ahora. Echó un vistazo a la casa de baños mientras decidía cuál sería su siguiente movimiento. Estaban pasando muchas cosas de prisa. Tenía que…
Algo lo golpeó en la cabeza.
Una oleada de dolor le recorrió el cuerpo. Los baños aparecieron y desaparecieron de su vista.
Otro golpe. Más fuerte.
Los brazos le temblaron, apretó los puños.
Y su mente se sumió en la inconsciencia.
Stephanie analizó la situación: Daniels los había enviado allí con muy poca información, pero trabajando en inteligencia todo se basaba en la improvisación. Había llegado la hora de predicar con el ejemplo.
– Ramsey tuvo suerte de contar con usted -comentó-. La muerte del almirante Sylvian fue una obra de arte.
– Eso mismo pensé yo -respondió Smith.
– Provocarle una bajada de tensión. Ingenioso…
– ¿Así es como mató a Millicent Senn? -interrumpió Davis-. Negra, teniente de navío en Bruselas. Hace quince años.
Smith pareció rebuscar en su memoria.
– Sí, igual. Pero corrían otros tiempos, era otro continente.
– Yo soy el mismo -respondió Davis.
– ¿Estaba allí?
El aludido asintió.
– ¿Qué significaba ella para usted?
– Más importante aún, ¿qué significaba ella para Ramsey?
– Ahí me ha pillado. Nunca se lo pregunté. Me limité a hacer aquello por lo que me pagó.
– ¿Y Ramsey le pagó para que lo matara a él? -inquirió Stephanie.
Smith soltó una risita.
– Si no lo hubiera hecho, no habría tardado en morir yo. Fueran cuales fuesen sus planes, no me quería en medio, así que lo eliminé. -Señaló con el fusil-. Está ahí, en el dormitorio, con un agujero limpio atravesándole ese cerebro podrido.
– Tengo una sorpresita para usted, Charlie -dijo ella.
El matón le dirigió una mirada burlona.
– Ahí no hay ningún cadáver.
Dorothea golpeó por última vez a Malone con la pesada linterna de acero.
Él se desplomó y ella le quitó la pistola.
Aquello sería entre ella y Christl.
Ya mismo.
Stephanie vio que Smith estaba perplejo.
– ¿Qué ha hecho? ¿Salir por su propio pie?
– Compruébelo usted mismo.
El matón le puso el fusil de asalto en la cara.
– Usted primero.
Ella respiró profundamente y se armó de valor.
– Que uno de ustedes coja esas pistolas y las tire por la ventana -ordenó Smith sin apartar la vista de ella.
Davis obedeció.
Smith bajó el fusil.
– Muy bien, echemos un vistazo. Ustedes tres primero.
Enfilaron el corredor y entraron en el dormitorio. Allí no había más que la desnuda ventana, el vano en la pared y una mano ensangrentada.
– Se la está jugando -afirmó Stephanie-. Ella.
McCoy retrocedió al oír la acusación.
– Te he pagado diez millones de dólares.
A Smith no parecía importarle.
– ¿Dónde está el maldito cuerpo?
Dorothea siguió adelante. Sabía que Christl la esperaba. Se habían pasado la vida compitiendo, la una intentando superar a la otra. Georg había sido el único logro que Christl no había conseguido igualar.
Y ella siempre se había preguntado por qué.
Ahora lo sabía.
Se sacudió de la cabeza cualquier pensamiento perturbador y se concentró en el tenebroso escenario que tenía delante. Había cazado de noche, acechado presas en los bosques bávaros bajo una luna plateada, aguardando el momento preciso para matar. En el mejor de los casos, su hermana era una doble asesina. Todo lo que siempre había pensado de ella se había visto confirmado. Nadie la culparía por pegarle un tiro a esa zorra.
Faltaban tres metros para el final del pasillo.
Había dos puertas: una a la izquierda y otra a la derecha.
Reprimió un acceso de pánico.
¿Cuál elegir?
NOVENTA
Malone abrió los ojos y supo lo que había pasado. Se tocó un bulto que le causaba un dolor punzante en un lado de la cabeza. Lo que faltaba. Dorothea no sabía lo que hacía. Se levantó como pudo y sintió náuseas. Mierda, tal vez le hubiera fracturado el cráneo. Vaciló y dejó que el aire glacial le aclarara las ideas. Pensar. Centrarse. Había sido él quien había montado aquel tinglado, pero las cosas no estaban saliendo según lo previsto, así que se dejó de especulaciones que no venían a cuento y sacó la pistola de Dorothea, que llevaba en el bolsillo.
Había confiscado la de Christl, de marca y modelo idénticos, pero al devolvérsela había aprovechado para introducir en ella el cargador vacío del arma de Dorothea. Colocó un cargador completamente lleno en la otra Heckler & Koch USP y obligó a su ofuscado cerebro a concentrarse, a sus dedos a moverse.
A continuación se dirigió a la puerta con paso tambaleante.
Stephanie estaba improvisando, utilizando lo que se le ocurría para desconcertar a Charlie Smith. Diane McCoy había desempeñado su papel a la perfección. Daniels les había informado de que había enviado a McCoy a ver a Ramsey, primero en calidad de conspiradora, luego de rival, todo ello para mantener a Ramsey en movimiento. «Una abeja no pica si está volando», había dicho el presidente. Daniels también les explicó que cuando le hablaron de Millicent Senn y le contaron lo que ocurrió en Bruselas años antes, McCoy se ofreció voluntaria en el acto. Para que el engaño surtiera efecto era preciso contar con alguien de su nivel, dado que Ramsey jamás habría tratado con subordinados ni los habría creído. Cuando el presidente supo de la existencia de Charlie Smith, a McCoy no le resultó difícil manipularlo. Smith era vanidoso y avaricioso, estaba demasiado acostumbrado a salirse con la suya. Daniels les comunicó que Ramsey había muerto -Smith le había pegado un tiro- y que Smith aparecería, pero por desgracia eso era todo lo que inteligencia había averiguado. Que McCoy se enfrentara a ellos también formaba parte del guión. Lo que pudiese suceder después era pura conjetura.
– Vayamos afuera -ordenó Smith gesticulando con el arma.
Todos se dirigieron al recibidor, entre los dos salones de la parte delantera.
– Tiene usted un buen problema -observó Stephanie.
– Yo diría que la que lo tiene es usted.
– ¿De veras? ¿Va a matar a dos viceconsejeros de Seguridad Nacional y a un alto cargo del Departamento de Justicia? No creo que le hiciera ninguna gracia el revuelo que se armaría. ¿Cargarse a Ramsey? ¿A quién le importa? Desde luego, a nosotros no, bendito sea Dios. Nadie le va a incordiar por eso, pero con nosotros la cosa cambia. -Vio que el razonamiento hacía mella en él-. Siempre ha sido tan cuidadoso -continuó-. Es su sello personaclass="underline" ni huellas ni pruebas. Pegarnos un tiro no sería nada propio de usted. Y, además, quizá queramos contratarlo. Después de todo, hace usted un buen trabajo.
El matón se rió.
– Ya. Dudo que fueran a utilizar mis servicios. Dejemos las cosas claras: vine a echarle una mano a ella -señaló a McCoy-, a resolver un problema. Ella me pagó diez millones de dólares y me dejó liquidar a Ramsey, de manera que le debo un favor. Ella quería librarse de ustedes dos, pero comprendo que fue una mala idea. Creo que lo mejor será que me marche.
– Cuénteme lo de Millicent -pidió Davis.
Stephanie se preguntaba por qué habría estado tan callado.