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– Operación «Salto de altura» -dijo Davis-. ¿Qué sabe al respecto?

– Muy bien, me has pillado -admitió el presidente-. Primer asalto para ti.

Davis guardaba silencio.

– Estoy esperando -añadió Daniels.

1946 fue un año de victoria y recuperación. La segunda guerra mundial había terminado y el mundo no volvería a ser el mismo. Los que antes eran enemigos pasaron a ser amigos; los que eran amigos, rivales.

Norteamérica cargó con una nueva responsabilidad, tras tornarse líder mundial de la noche a la mañana. La ofensiva soviética dominaba el panorama político y había comenzado la guerra fría. Sin embargo, desde el punto de vista militar, la Marina norteamericana estaba siendo desmantelada, pieza a pieza. En las grandes bases de Norfolk, San Diego, Pearl Harbor, Yokosuka y Quonset Point todo era pesimismo; destructores, acorazados y portaaviones iban a parar a aguas mansas de puertos remotos. La Armada americana se estaba convirtiendo de prisa en la sombra de lo que había sido tan sólo un año antes.

En medio de semejante caos, el jefe de operaciones navales firmó una increíble serie de órdenes destinadas a forjar el Proyecto de Expansión en la Antártida, que se desarrollaría durante el verano antártico de diciembre de 1946 a marzo de 1947. El nombre en clave era «Salto de altura» y la operación requería que doce barcos y varios miles de hombres se dirigieran al círculo polar antártico para entrenar personal y probar materiales en zonas frías; consolidar y extender la soberanía norteamericana sobre la mayor zona aprovechable del continente antartico; determinar si era factible establecer y mantener bases en el Antártico e investigar posibles emplazamientos; desarrollar técnicas para establecer y mantener bases aéreas en el hielo, prestando especial atención a la aplicabilidad de dichas técnicas a operaciones en Groenlandia, donde, según decían, las condiciones físicas y climatológicas se parecían a las de la Antártida, y ampliar los conocimientos existentes sobre aspectos hidrográficos, geográficos, geológicos, meteorológicos y electromagnéticos.

Los contralmirantes Richard H. Cruzen y Richard Byrd, este último el afamado explorador al que se conocía como el almirante del Antártico, fueron nombrados comandantes de la misión. La expedición se dividiría en tres secciones. El grupo central incluía tres cargueros, un submarino, un rompehielos, el buque insignia de la expedición y un portaaviones, la embarcación a bordo de la cual iba Byrd, y establecería la Pequeña América TV en la plataforma de hielo de la bahía de las Ballenas. A ambos lados se hallaban los grupos este y oeste. El grupo este, constituido en torno a un petrolero, un destructor y un buque nodriza de hidroaviones, avanzaría hacia la longitud cero. El grupo oeste contaría con una composición similar y se dirigiría hacia las islas Balleny para después continuar hacia el oeste rodeando la Antártida hasta unirse con el grupo este. Si todo salía según lo previsto, rodearían la Antártida y al cabo de unas pocas semanas se sabría más de ese gran continente desconocido de lo que había aportado un siglo de exploración previa anterior.

En agosto de 1946 se hicieron a la mar 4.700 hombres, y la expedición logró cartografiar más de ocho mil kilómetros de litoral, de los cuales más de dos mil no se conocían, y descubrir 22 cordilleras desconocidas, 26 islas, 9 bahías, 20 glaciares y 5 cabos. Se sacaron 70.000 fotografías aéreas.

Se pusieron a prueba aparatos. Cuatro hombres murieron.

– Todo ello volvió a insuflar vida a la Marina -comentó Davis-. Fue todo un éxito.

– ¿A quién le importa?

– ¿Sabía que regresamos a la Antártida en 1948? Operación «Molino de viento». Supuestamente las setenta mil fotos que se tomaron durante la «Salto de altura» no servían para nada, porque a nadie se le ocurrió poner cotas en tierra para interpretar las imágenes. Eran como hojas en blanco, así que volvieron para poner las cotas.

– Edwin -intervino Diane McCoy-, ¿adonde quieres ir a parar? Nada de esto tiene sentido.

– ¿Gastamos millones de dólares enviando barcos y hombres a la Antártida para sacar fotografías, a un lugar que sabemos que está cubierto de hielo y, sin embargo, no determinamos las cotas de las fotografías una vez allí? ¿Ni siquiera previmos que ello podría ser un problema?

– ¿Estás diciendo que «Molino de viento» tenía otro objetivo? -inquirió Daniels.

– Ambas operaciones lo tenían. Una parte de cada una de las expediciones era un pequeño grupo: tan sólo seis hombres, con adiestramiento e instrucciones especiales. Se adentraron en tierra firme varias veces. Lo que hicieron es la razón de que en 1971 enviaran a la Antártida el barco del capitán Zachary Alexander.

– En su expediente personal no figura nada relacionado con esa misión -apuntó Daniels-. Tan sólo que estuvo al mando del Holden durante dos años.

– Alexander fue a la Antártida en busca de un submarino que había desaparecido.

Más silencio al otro lado de la línea.

– ¿El submarino de hace treinta y ocho años? -preguntó Daniels-. El informe de la comisión de investigación al que accedió Stephanie.

– Sí, señor. A finales de la década de los sesenta construimos dos submarinos secretos, el NR-1 y el NR-1A. El NR-1 continúa en funcionamiento, pero el NR-1 A desapareció en la Antártida en 1971. De su fracaso no se supo nada, se ocultó. El Holden es el único barco que fue en su busca. Señor presidente, al mando del NR-1 A iba el comandante Forrest Malone.

– ¿El padre de Cotton?

– Y ¿a qué viene tu interés? -preguntó Diane sin ninguna emoción.

– Uno de los miembros de la dotación del submarino era un hombre llamado William Davis, mi hermano mayor. Me dije que si alguna vez me hallaba en situación de averiguar qué le sucedió, lo haría. -Davis hizo una pausa-. Por fin estoy en esa situación.

– ¿Por qué están tan interesados los servicios de inteligencia de la Marina? -quiso saber Diane.

– ¿Acaso no es evidente? Ocultaron el hundimiento facilitando información falsa, dejaron que se perdiera. Tan sólo el Holden fue en su busca. Imagina lo que el programa de la CBS «60 minutos» haría con eso.

– Muy bien, Edwin -dijo Daniels-. Has unido los puntos perfectamente. Segundo asalto para ti. Puedes continuar, pero no te metas en líos. Y te quiero de vuelta dentro de dos días.

– Gracias, señor. Le agradezco la libertad.

– Un consejo -añadió el presidente-. Es verdad que a quien madruga Dios le ayuda, pero no por mucho madrugar amanece más temprano.

Colgaron.

– Supongo que Diane estará furiosa -dijo Stephanie-. Es evidente que no tenía ni idea de esto.

– No me gustan los burócratas ambiciosos -musitó Davis.

– Hay quien diría que tú entras en esa categoría.

– Y se equivocaría.

– Parece que estás solo en esto. Yo diría que el almirante Ramsey, de inteligencia de la Marina, ha entrado en modo de control de daños, para proteger a la Marina y demás. Hablando de burócratas ambiciosos, él es el paradigma.

Davis se puso en pie.

– Tienes razón en lo de Diane. No tardará mucho en enterarse, y los servicios de inteligencia de la Marina no le irán a la zaga. -Señaló las copias impresas de lo que habían descargado-. Por eso hemos de ir a Jacksonville, Florida.

Ella había leído el archivo, así que sabía que allí era donde vivía Zachary Alexander, pero había algo que quería saber:

– ¿Por qué yo?

– Porque Scot Harvath me dijo que no.