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He reparado en una extraña constante: todo lo que gira lo hace de forma natural hacia la izquierda. Quienes se pierden se mueven hacia la izquierda. La nieve se arremolina hacia la izquierda. Las huellas que dejan los animales en la nieve tuercen a la izquierda. Las criaturas marinas nadan en círculos hacia la izquierda. Las bandadas de pájaros se aproximan desde la izquierda. En verano el sol se mueve todo el día por el horizonte, siempre de derecha a izquierda. A los jóvenes se los anima a conocer la naturaleza que los rodea. Se los enseña a predecir una tormenta o un peligro, crecen despiertos, en paz consigo mismos, preparados para la vida. Un día me uní a una caminata. Andar goza de popularidad, si bien es una empresa peligrosa; es preciso tener un buen sentido de la orientación y unos pies ágiles. Reparé en que, incluso cuando el guía giraba deliberadamente a la derecha, la suma de todos los giros siempre era hacia la izquierda, de forma que, sin puntos de referencia, que es algo de lo que esta tierra carece por completo, resulta casi imposible no regresar al punto de partida desde un lugar que no sea la izquierda. Hombres, aves y animales marinos se hallan integrados. Este mecanismo de giro a la izquierda parece estar en el subconsciente de todos ellos. Ninguno de los habitantes de esta tierra gris es consciente de este hábito, y cuando hago esta observación ellos se limitan a encogerse de hombros y sonreír.

Hoy Baco y yo fuimos a ver a Adonai, a quien habían referido mi interés por las matemáticas y la arquitectura. Es un profesor competente y me enseñó unas varas de medición que se utilizan tanto en el diseño como en la construcción. Ser coherente es sinónimo de ser preciso, según me han dicho. Le cuento que el diseño de la capilla real de Aquisgrán se ha visto muy influido por sus alumnos y él se muestra encantado. En lugar de ser temerosos, desconfiados o desconocedores del mundo, Adonai insiste en que deberíamos aprender de la naturaleza. Los contornos de la tierra, la ubicación del calor subterráneo, el ángulo del sol y el mar son factores que se tienen en cuenta a la hora de decidir la ubicación de una ciudad y un edificio. La sabiduría de Adonai es sólida, y le agradezco la lección. También me muestran un jardín. Muchas plantas se han conservado, pero muchas más han perecido. Las plantas crecen en el interior, en una tierra rica en ceniza, pumita, arena y minerales. También cultivan plantas en el agua, tanto de mar como dulce. Rara vez se come carne. Me dicen que merma la energía del cuerpo y lo hace a uno más propenso a la enfermedad. Tras llevar una alimentación a base principalmente de plantas, con algún plato de pescado de vez en cuando, me siento mejor que nunca.

Cuán placentero es volver a ver el sol. La larga oscuridad invernal ha finalizado. Las paredes de cristal cobran vida con destellos de luz de colores. Un coro entona un canto grave, dulce, rítmico. El nivel va en aumento a medida que el sol asciende por un cielo nuevo. Las trompetas dan la nota final y todos inclinan la cabeza en agradecimiento por el poder de la vida y la fuerza. La ciudad da la bienvenida a la estación estival. La gente practica juegos, asiste a charlas, se visita y disfruta del Festival del Año. Cada vez que el péndulo central de la plaza se detiene, todo el mundo mira hacia el templo para ver cómo un cristal baña en color la ciudad. Después del largo invierno, se trata de un espectáculo muy valorado. Es la época de los enlaces, y son muchos los que juran amor y lealtad. Cada cual acepta un brazalete promisorio y expresa su lealtad al otro. Esta época es de gran dicha. Según me han contado, el objetivo es vivir en armonía, pero esta vez tres enlaces se han tenido que disolver. De dos de ellos nacieron niños y los padres accedieron a compartir la responsabilidad, aunque ya hacía tiempo que no estaban juntos. El tercer enlace se negó: ninguno quería a los hijos, de modo que éstos les fueron entregados a otros que deseaban ser padres desde hacía tiempo, y de nuevo reinó una gran alegría.

Vivo en una casa en la que cuatro habitaciones rodean un patio. No hay ventanas en ninguna de las paredes, pero las estancias están magníficamente iluminadas desde arriba gracias a un techo de cristal y siempre están bien caldeadas y son luminosas. Unas tuberías recorren la ciudad y pasan por todas las casas, como raíces que treparan por el suelo, proporcionando un calor que nunca remite. Sólo hay dos reglas que rigen la casa: no comer y no asearse. Las habitaciones no se pueden profanar comiendo, según me han dicho. Las comidas se toman conjuntamente en los comedores. Lavar, bañarse y demás aspectos relacionados con la higiene se lleva a cabo en otras estancias. Cuando me intereso por dichas reglas, me dicen que toda materia impura es enviada en el acto de los comedores y las salas de higiene a un fuego que nunca se apaga, donde es consumida. Eso es lo que mantiene el Tártaro limpio y sano. Esas dos reglas constituyen los sacrificios que hace cada uno en pro de la pureza de la ciudad.

Esta tierra gris se divide en nueve cuarteles, cada uno de los cuales cuenta con una ciudad que se extiende en torno a una plaza central que parece un lugar de reunión. Cada uno de estos cuarteles es administrado por un consejero que es elegido por los habitantes del cuartel mediante una votación en la que participan tanto hombres como mujeres. Las leyes son promulgadas por los nueve consejeros y grabadas en las Columnas de los Justos de la plaza central de cada ciudad para que todo el mundo tenga conocimiento de ellas. Los acuerdos solemnes han de cumplir la ley. Los consejeros se reúnen una vez, durante el Festival del Año, en la plaza central del Tártaro, para escoger entre ellos al gran consejero. Sus leyes están regidas por una única norma: tratar la tierra y al prójimo como le gustaría ser tratado a uno. Los consejeros reflexionan sobre el bien global bajo el símbolo de la justicia. En la parte superior se encuentra el sol, un semicírculo resplandeciente y esplendoroso. Luego viene la tierra, un simple círculo, y los planetas, representados mediante un punto dentro del círculo. La cruz les recuerda a la Tierra, mientras que debajo ondea el mar. Perdona este pobre dibujo, pero éste es el aspecto que tiene.

SETENTA Y TRES

Asheville

A Stephanie la despertó el teléfono que había junto a la cama. Echó un vistazo al reloj digitaclass="underline" las cinco y diez de la mañana. Davis dormía a su lado, también completamente vestido. Ninguno de los dos se había molestado tan siquiera en abrir la cama antes de tumbarse.

Levantó el auricular, escuchó un instante y se incorporó.

– Repite eso.

– El detenido se llama Chuck Walters, lo hemos comprobado cotejando las huellas dactilares, llene antecedentes, asuntos de poca monta en su mayor parte, nada que guarde relación con esto. Vive y trabaja en Atlanta. Hemos verificado su coartada: hay testigos que afirman haberlo visto en Georgia hace dos noches. No hay dudas. Hemos hablado con todos ellos y cuadra.

Stephanie trató de despejar la mente.

– ¿Por qué echó a correr?

– Dijo que un hombre se abalanzó hacia él. Estos últimos meses se ha estado acostando con una mujer casada y pensó que era el marido. Hablamos con la mujer y confirmó la aventura. Cuando Davis se le acercó, se asustó y salió corriendo. Cuando tú le disparaste le entró el pánico y te arrojó el bolo. No sabía lo que estaba pasando. Luego Davis se lió a golpes con él. Dice que va a demandarlo.

– ¿Cabe la posibilidad de que esté mintiendo?

– No, que nosotros creamos. Ese tipo no es un asesino profesional.

– ¿Qué estaba haciendo en Asheville?

– Su mujer lo echó de casa hace dos días, así que decidió venir aquí. Eso es todo, no hay nada siniestro.