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– Los vendo -dijo ella, y era la verdad-. Tengo dos tiendas de souvenirs.

– Ya veo -le sonrió-. Pues bien, buena suerte en su búsqueda de conchas.

Volvían a marcharse.

– ¿Necesita una lancha? -preguntó alzando la voz-. Se ve que tiene calor ahora y todavía va a hacer más calor.

Los dos contemplaron el sol abrasador en el despejado cielo azul; sus caras brillaban por el sudor.

– Tenemos un bote -dijo el agente Ellis-. Vamos a seguir investigando a la largo de la playa un poco más. Gracias de todas maneras.

– Cuando quiera. Oh, cuidado si usted va hacia el norte. Se pone pantanoso.

– Gracias de nuevo.

Los observó desaparecer entre los pinos y bajar la cuesta, y a pesar del calor un escalofrío hizo que se le erizara el vello. Lentamente regresó al porche y se sentó en el columpio, regresando automáticamente a la tarea de pelar los guisantes. Todo lo que habían dicho se arremolinaba en su mente, e intentó ordenar sus pensamientos. ¿El F.B.I.? era posible, pero sus distintivos habían sido enseñados y guardados tan rápidamente que no había podido examinarlos. Sabían que podía estar por esa área, pero no tenían ninguna foto de él; lógicamente el F.B.I. tendría algo, aunque fuera solamente un retrato robot de alguien a quien estaban buscando. Y se habían apartado de la pregunta de qué había hecho él, como ni no la hubieran esperado y no supieran que responder. Habían dicho que debía ser considerado armado y peligroso, pero en vez de eso él estaba desnudo e indefenso. ¿No sabían que tenía heridas de bala? ¿Por qué no habían dicho nada sobre eso?

¿Entonces que ocurriría si estaba protegiendo a un criminal? Ésa había sido siempre una posibilidad, aunque la había descartado. Ahora daba vueltas en su mente y se encontraba mareada.

Había terminado de pelar los guisantes. Llevó la cacerola al fregadero, luego volvió a recoger las cuerdas y las vainas vacías. Mientras los llevaba a la cocina para tirarlos dirigió una mirada aprensiva a la puerta abierta de su habitación. justamente en ese momento podía ver el cabezal de la cama y la cabeza de él sobre la almohada… su almohada. ¿Acaso cuando él volviese a despertarse, y mirara esos ojos negros estaría mirando los ojos de un criminal? ¿Un asesino?

Velozmente se lavó sus manos y hojeó la guía telefónica, luego tecleó el número. Dio un solo timbrazo antes de que una voz masculina dijese:

– Departamento del sheriff.

– Con Andy Phelps, por favor.

– Solamente por un minuto.

Hubo otro timbrazo, pero esta vez la respuesta era distraída, como si la persona estuviese preocupada por otras cosas.

– Phelps.

– Andy, soy Rachel.

Inmediatamente su voz se hizo más cálida.

– Hola, cariño. ¿Está todo bien?

– Estupendamente. Con calor, pero muy bien. ¿Cómo están Trish y los niños?

– Los niños están bien, pero Trish reza para que comienza la escuela.

Ella se rió, compadeciéndose de la esposa de Andy. Sus niños elevaban el carácter pendenciero a nuevas alturas.

– Oye, hoy han venido dos hombres a la casa. Subieron andando desde la playa.

Su voz se aguzó.

– ¿Te han dado cualquier clase de problema?

– No, ni de lejos es eso. Dijeron que eran del F.B.I., pero no pude ver bien sus distintivos. Están buscando a un hombre. ¿Es verdad? ¿Su departamento os ha notificado algo? Puede que sea paranoica, pero estoy aquí fuera al final de la carretera, y a una distancia de muchas millas de Rafferty. Después de lo de B.B… -en su voz se notó el dolor por los recuerdos. Habían pasado cinco años, pero había veces cuando la pena y el arrepentimiento la quemaban.

Nadie la entendería mejor que Andy. Él había trabajado con B.B. en la D.E.A. los recuerdos hicieron que su voz se volviese áspera.

– Lo sé. Puedo decir que no eres demasiado cuidadosa. Mira, hemos recibido órdenes de cooperar con algunos hombres que están buscando a un tipo. Es todo muy secreto. No son personas locales del F.B.I. dudo que sean realmente del F.B.I., pero las órdenes son órdenes.

La mano de Rachel se apretó en el auricular.

– ¿Y una agencia es una agencia?

– Bravo, por ahí va la cosa. Estate tranquila acerca de esto, pero ten los ojos bien abiertos. No estoy realmente cómodo con esto.

Él no era el único.

– Lo haré. Gracias.

– No hacen falta. Oye, ¿por qué no vienes pronto a cenar alguna noche? Ha pasado un tiempo desde que nos hemos visto.

– Gracias, me gustaría. Llamaré a Trish.

Colgó el teléfono, y Rachel inspiró profundamente. Si Andy no creía que los hombres fueran del F.B.I., era suficiente para ella. Entró en el dormitorio, se sentó a un lado de la cama y vigiló el sueño del hombre, su pecho levantándose y bajando con cada respiración profunda. Tenía las ventanas cerradas desde la noche en la que lo había metido en su casa, de modo que el cuarto estaba oscuro y fresco, pero un diminuto rayo de luz del sol entraba entre las contraventanas y avanzaba sobre su estómago, haciendo que resplandeciera raramente, alrededor de la cicatriz. Quienquiera que fuese, estuviese metido en lo que estuviese metido, no era un criminal común y corriente.

Los hombres y las mujeres que poblaban el oscuro mundo de la inteligencia y el espionaje jugaban a juegos letales. Vivían sus vidas al borde de la muerte; eran duros y fríos, intensos pero informales. No eran como otras personas que trabajaban en el mismo lugar todos los días y después volvían a su hogar con sus familias. ¿Era uno de esos hombres para los que una vida normal era un imposible? Estaba casi segura de eso ahora. ¿Pero qué era lo que estaba pasando y en quién podía confiar? Alguien le había disparado. O bien él había escapado, o había sido arrojado al mar para que se ahogara. ¿Esos dos hombres que le estaban dando caza era para ayudarlo, o para acabar el trabajo? ¿Tenía alguna información importante, algo critico relacionado con la defensa?

Deslizó los dedos sobre la mano de él, la cual estaba relajada sobre la sábana. Tenía la piel seca y caliente; la fiebre continuaba mientras su organismo trataba de sanarse. Había sido capaz de hacerle beber té dulce y lo había bañado para intentar evitar que se deshidratara, pero debía comenzar a comer pronto, o se vería forzada a llevarle a un hospital. Éste era el tercer día; tenía que comer.

Frunció el entrecejo. Si él podía beberse el te, podía beber sopa. ¡Tendría que haber pensado eso antes!

Entro enérgicamente en la cocina y abrió una lata de sopa de pollo con fideos, la trituró hasta que fue completamente liquida, después la calentó a fuego lento.

– Lo siento, no es casera – masculló al hombre que estaba en el dormitorio-. Pero no tengo ningún pollo en el congelador. Además, esto es más fácil.

Le observaba atentamente, viendo como estaba cada dos por tres; cuando él comenzó a moverse con nerviosismo, moviendo la cabeza de un lado a otro sobre la almohada y le dio una patada a la sábana, preparó una bandeja con su primera “comida”. No le llevó mucho, menos de cinco minutos. Llevó la bandeja al dormitorio y casi la dejó caer cuando él repentinamente se levantó con gran esfuerzo en su codo derecho, mirándola fijamente con esos ojos negros y penetrantes, brillantes a causa de la fiebre.

Todo el cuerpo de Rachel se tensó por la desesperación que la inundó. Si él se cayese de la cama no podría volver a ponerlo sobre ella sin ayuda. Él estaba oscilando de un lado a otro en su sostén precario, con los ojos aún clavados en ella con una intensidad ardiente. Tiró violentamente la bandeja al suelo cerca de donde él se levantaba, derramando parte de la sopa, después lanzándose hasta la cama para atraparle. Amablemente, sujó su cabeza e intentando no golpearlo en el hombro, rodeó su espalda con el brazo y apoyándolo contra su hombro, preparándose psicológicamente para soportar su peso.