Ambos conocían y aceptaban los riesgos de sus respectivos trabajos. Incluso habían hablado de ellos, cogiéndose de las manos por la noche y discutiendo el peligro que corrían, como si al sacarlo a la luz lo pudieran mantener a raya. Su trabajo como periodista había hecho inevitable que pisase algunos pies y Rachel era buenísima en cualquier cosa que prefiriese hacer. El trabajo de B.B. en el Departamento Antivicio era inherentemente peligroso.
Quizá B.B. había tenido una premonición. Con su fuerte mano sujetando la de ella en la oscuridad, había dicho una vez:
– Cariño, si me ocurriese algo alguna vez, recuerda que conozco las probabilidades y estoy dispuesto a aceptar los riesgos. Creo que es un trabajo digno de hacer, y voy a hacerlo lo mejor que pueda, de la misma manera que tu no te echarías atrás en una historia que se caliente por comodidad. Los accidentes les ocurren incluso a quienes no se arriesgan. Jugar a lo seguro no es una garantía. ¿Quién sabe? Con las narices que tu tocas, tu trabajo puede ser más peligro que el mío.
Palabras proféticas. En el transcurso de ese año B.B. había muerto. Una investigación de Rachel sobre los fondos de un político la había hecho hacer una conexión con tráfico de drogas. No tenía pruebas, pero sus preguntas debían haber puesto nervioso al político. Una mañana ella había ido con retraso para tomar un avión a Jacksonville y su coche se había quedado sin gasolina. B.B. le había lanzado a ella las llaves de su coche.
– Conduce el mío -había dicho él. Tengo mucho tiempo para poner gasolina de camino al trabajo. Te veré esta noche, dulzura.
Excepto que él no tuvo esa oportunidad. Diez minutos después de que su vuelo despegase, B.B. había arrancado su coche y una bomba preparada para detonarse cuando arrancase el coche lo mato instantáneamente.
Obsesionada por la pena, había terminado la investigación, y ahora el político estaba condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional tanto por sus negocios con el tráfico de drogas como por la muerte de B.B. Más tarde había dejado el periodismo de investigación y había regresado a Diamond Bay para tratar de encontrar algún sentido a su vida. Paz, duramente conquistada pero finalmente suya, la había encontrado en el placer de descubrir su trabajo otra vez, y en el ritmo tranquilo de vida en la bahía. Tenía satisfacción, paz y placer, pero no se había atrevido a amar de nuevo; todavía no se había sentido tentada. No había querido tener citas, no había querido que un hombre la besara, o acariciase, o su compañía.
Hasta ahora. Su dedo índice amablemente tocó el cristal que cubría la sonrisa abierta de B.B… Era increíblemente doloroso y difícil caer enamorado. ¡Qué frase tan apropiada era!
– Enamorarse.
Ella definitivamente caía, incapaz de detenerse dando vueltas, zambulléndose de cabeza, si bien no estaba preparada. Se sentía tonta. ¿Después de todo, qué sabía acerca de Kell Sabin? ¡Era suficiente con que sus emociones escapasen de su control violentamente, con toda seguridad! En cierta forma, había comenzado a amarle desde el comienzo, su intuición tenía la sospecha de que él sería importante para ella. ¿Por qué si no había peleado tan desesperadamente por esconderle, protegerle? ¿Correría el riesgo de cuidar de cualquier otro desconocido? Sería romántico dar por supuesto que era predestinación; otra explicación era más anticuada, que una vida le pertenecía al que la salvase. ¿Era eso una predilección primitiva, una clase de unión falseada por el peligro?
En ese momento Rachel soltó una risa sardónica por sus pensamientos. ¿Qué diferencia había? Podía pasarse toda la noche allí pensando en las explicaciones lógicas e ilógicas, pero no cambiarían nada. Estaba, a pesar de su voluntad y lógica, ya medio enamorada del hombre, y empeoraba.
Él trataba de seducirla. Oh, físicamente no estaba preparado, pero de cualquier manera estaba en forma para ella, ya que su fuerza y entrenamiento superior harían que probablemente se recuperase antes que una persona normal. Una parte de ella se hacía añicos por la excitación de pensar en hacer el amor con él, pero otra parte, más cuidadosa, la advertía de que no debía meterse en una situación tan compleja con él. Hacer eso sería correr un riesgo aún mayor que esconderle y cuidarle hasta que recuperase la salud. No le daba miedo el riesgo físico, pero el precio emocional que quizás tuviera que pagar con un hombre así podía ser muy doloroso.
Aspiró profundamente. No podía limitar sus sentimientos y sus respuestas a algo cuidadosamente controlado, como si estuviera siguiendo una receta. Su naturaleza no era controlada y desapasionada. Todo lo que podía hacer era aceptar el hecho de que le amaba, o creía amarle, y ocuparse de eso allí.
Volvió a mirar fijamente la fotografía de B.B. No era una traición amar a alguien más; él hubiera querido que volviese a amar.
Intentaba aceptar esa difícil idea; Rachel no amaba a la ligera. Cuando se daba a sí misma era con toda la pasión de sus emociones, lo cual no era una forma fácil u ocasional de amar. El hombre que había en su cama no daría la bienvenida a su devoción; no le hacía falta una bola de cristal para saber que era uno de esos hombres que combinaba emociones heladas con una sensualidad ardiente. Vivía para el peligro de su trabajo, y era un trabajo que no alentaba las relaciones sentimentales. Le podía dar una pasión cruda, hambrienta, para después marcharse tranquilamente y regresar a la vida que había escogido.
Torvamente, miró alrededor del estudio; después de todo no iba a ser capaz de trabajar. Sus emociones eran demasiadas turbulentas para permitirle hundirse en planificar lo que iba a dar en sus clases o en escribir. Había metido al héroe de su libro en una situación espinosa, ¿pero era posible que en la que se encontraba ella lo fuera aún más? Realmente, le iría bien usar algunos consejos prácticos. Una repentina sonrisa iluminó su cara. Tenía a un experto en su dormitorio; ¿por qué no usar sus conocimientos mientras él estaba allí? Sin nada más, eso ayudaría a ocupar su tiempo. Para ocupar su tiempo, podía terminar de quitar las malas hierbas del huerto ahora que era más tarde y el feroz calor del sol había bajado un poco. También podía hacer algo práctico.
El atardecer se desvanecía rápidamente y ella casi había terminado su tarea, cuando oyó el chirrido de la puerta de tela metálica al fondo abrirse y el primer gruñido furioso de Joe mientras se movía desde la última fila en la que ella había estado trabajando. Rachel gritó el nombre de Joe cuando se lanzó a sus pies, con la seguridad de que nunca lograría llegar al perro a tiempo de detenerle.
Sabin no se retiró. Joe vaciló cuando Rachel gritó su nombre, quedando su atención momentáneamente dividida, y Sabin aprovechó el intervalo para ponerse en cuchillas. Esa posición le dejaba vulnerable, pero también le quitaba de una posición amenazadora. Joe se detuvo sobre las cuatro patas, su cara retorcida, el pelaje de su cuello erizado cuando se encorvó.
– Quédate atrás -dijo Sabin uniformemente cuando Rachel se acercó a él, tratando de interponerse entre Sabin y el perro. Estaba dispuesta a ponerse como escudo; él no creía que el perro la hiriera de forma intencional, pero si el perro atacaba y Rachel trataba de protegerlo… tenía que llegar a un acuerdo con Joe, y eso lo podía hacer ahora.
Rachel se detuvo como le había ordenado, pero siguió hablando en voz baja al perro, intentando calmarle. Si él atacaba, no tendría la fuerza suficiente para forcejear con él y proteger completamente a Sabin. ¿En qué estaba pensando él, saliendo afuera, cuando sabía que a Joe no le gustaban los hombres?