– ¿Cómo?
Ella bajó la mirada hasta sus pies desnudos, duros y oscuros.
– Los callos en los bordes de tus pies, y en tus manos. No son muchas las personas que los tienen. Has trabajado descalzo, ¿o no?
Cuando él habló su voz era tranquila y suave, y un escalofrío recorrió la columna vertebral de ella.
– Notas muchos detalles, dulzura.
Ella asintió.
– Sí.
– La mayoría de la gente no pensaría nada acerca de los callos.
Solamente durante un momento Rachel vaciló, su mirada se apartó, antes volver a la mesa y comprobar la comida.
– Mi esposo hizo entrenamiento extra. Él también tenía callos en las manos.
Algo se cerró de forma hermética dentro de él, torciéndose, y sus dedos se cerraron. Lanzo una rápida mirada a las manos sin anillos de ella, bronceadas.
– ¿Estás divorciada?
– No. Soy una viuda.
– Lo siento.
Ella inclinó la cabeza otra vez y empezó a servir los huevos y el beicon, luego comprobó los panecillos en el horno. Estaban en su punto, dorados por arriba, y rápidamente los puso en la cesta para el pan.
– Fue hace mucho tiempo -dijo ella finalmente-. Cinco años -después su voz cambió y volvió a ser enérgica-. Lávate antes de que los panecillos se enfríen.
Era, pensó él unos minutos más tarde, una cocinera malditamente buena. Los huevos eran esponjoso, el beicon crujiente, los panecillos ligeros, el café simplemente lo suficiente fuerte. Las conservas caseras de peras chorreaban un jugo dorado sobre los panecillos, y el melón amarillo estaba maduro y dulce. No había nada de excepcional en ello, salvo por el conjunto, e incluso los colores eran armónicos. Era sencillamente otra faceta de su naturaleza competente. Cuando él saboreaba su tercer panecillo ella dijo con serenidad:
– No esperes esto todos los días. Algunas mañanas sólo tengo cereales y fruta para desayunar. Tan solo intento aumentar tu fuerza.
Ella sintió una satisfacción en su interior al observar a ese hombre que tan fríamente se controlaba comer con un disfrute tan evidente.
Él se reclinó en su silla, tomándose su tiempo mientras examinaba el destello en los ojos de ella y la sonrisa apenas oculta por la taza de café que ella sujetaba con sus manos elegantes. Estaba bromeando con él, y no podía recordar la última vez que alguien se había atrevido a hacerlo. Probablemente fue cuando estaba en secundaria, cuando una chica reía nerviosamente mientras probaba sus poderes de seducción y siendo capaz de usarlos en el niño que hasta los maestros consideraban “peligroso”. Nunca había hecho nada para que pensaran eso; solamente era la forma en la que lo veían, con su fría mirada, sus ojos negros como una noche en el infierno. Rachel era capaz de bromear con él debido a su seguridad en si misma, y por la certeza que tenía de que eran iguales. No lo temía, a pesar de lo que sabía, o había adivinado.
Con el tiempo. Él la tendría, tarde o temprano.
– Pues vas por buen camino, estás consiguiendo ponerme bien recto-dijo él, respondiendo finalmente a su declaración provocadora. Rachel se preguntó si él lo hacía deliberadamente, haciendo una pausa grande antes de responder. O bien podía estar pensando en lo que iba a decir, o esas largas pausas eran creadas para descolocar a una persona. Todo en él era tan controlado que no creyó que fuese un hábito; era un método deliberado.
Sus palabras podían tener doble sentido, pero Rachel prefirió tomarlas de forma literal.
– Si eso es un soborno para que siga cocinando así, no surtirá efecto. Hace demasiado calor para comer tanto tres veces al día. ¿Más café?
– Por favor.
Cuando vertió el café pregunto:
– ¿Durante cuánto tiempo piensas quedarte?
Él esperó hasta que dejó el cazo en el fogón y se volvió a sentar antes de contestar.
– Hasta que pase esto, y pueda caminar y usar el hombro de nuevo. A menos que quieras que me vaya, y después depende de cuándo decidas echarme.
Pues bien, eso era muy sencillo, pensó Rachel. Se quedaría mientras se recuperaba, pero eso sería todo.
– ¿Tienes alguna idea de lo que vas a hacer?
Él puso los brazos sobre el mantel.
– Sanar. Eso es lo primero de la lista. Tengo que enterarme de cuán profundamente se han infiltrado. Allí hay alguien oculto al que puedo llamar cuando lo necesite, pero esperaré hasta recuperarme antes de hacer nada. Un hombre solo no tiene muchas posibilidades. Tengo tres semanas de vacaciones. Así que tendrán que esperar tres semanas, a menos que mi cuerpo sea encontrado sin vida. Sin mi cuerpo están atados de manos. No pueden hacer nada para reemplazarme hasta que esté oficialmente muerto, desaparecido.
– ¿Qué sucederá si no apareces en tu trabajo dentro de tres semanas?
– Mi archivo será borrado de todos los registros. Los códigos cambiaran, los agentes serán reasignados, y oficialmente dejaré de existir.
– ¿Presuntamente muerto?
– Totalmente, capturado, o pasado al otro bando.
Tres semanas. A lo sumo tendría tres semanas con él. Parecía un tiempo tristemente corto, pero no iba a arruinarlo gimiendo y quejándose porque las cosas no salieran como quería. Había aprendido de la forma más difícil que ese “para siempre” podía ser descorazonadoramente breve. Si estas tres semanas eran todo lo que iba a tener, entonces sonreiría y se ocuparía de él, incluso se pelearía con él cuando le apeteciese, lo ayudaría en todo lo que pudiese… podría apreciarlo mucho… después podría despedirse agitando la mano de ese guerrero oscuro y guardaría las lágrimas para si misma, después de que él se hubiera ido. No le gustaba mucho la idea de que eso era lo que las mujeres habían estado haciendo durante siglos.
Él estaba pensando, sus pestañas ocultando sus ojos mientras miraba sin ver su taza de café.
– Quiero que salgas a hacer otras compras.
– Claro -dijo Rachel con facilidad-. Tenía pensado preguntarte si los pantalones eran de la talla adecuada.
– Todo es de la talla adecuada. Tienes buen ojo. No, quiero que consigas munición para ese 357, una buena cantidad. Lo mismo para el rifle. Serás recompensada.
Ser recompensado era la última de las preocupaciones de Rachel, y consideró con resentimiento el que él lo hubiera mencionado.
– ¿Estás seguro de que no quieres que compre un par de rifles para cazar venado mientras estoy en eso? ¿O una mágnum 44?
Para su sorpresa él tomó en serio su comentario sarcástico.
– No. No deseo que en los archivos salga que has comprado un arma después de la fecha de mi desaparición.
Ella se alarmó, y se reclinó.
– ¿Quieres decir que pueden comprobar los registros de cualquiera?
– Para cualquiera de esta área.
Rachel lo miró durante mucho, mucho tiempo, sus ojos grises recorriendo los planos duros de su cara y sus ojos inexpresivos, eso es lo que miró durante más tiempo. Finalmente susurró:
– ¿Quién debes ser, para que se tomen tantas molestias para matarte?
– Preferirían cogerme vivo -contesto secamente-. Mi trabajo es asegurarme de que eso nunca ocurra.
– ¿Por qué tú?
Una esquina de su boca se curvó hacia arriba en lo que podría tomarse por una sonrisa, aunque carecía de humor.
– Porque soy el mejor en lo que hago.
No era una gran respuesta, pero él era muy hábil en responder preguntas sin dar ninguna información. Los detalles que él le había dado habían sido escogidos con cuidado, escogidos para dar las respuestas que ella exigía. No era necesario; Rachel sabía que haría cualquier cosa para ayudarlo.
Se terminó el café y se puso de pie.
– Tengo cosas que hacer antes de que haga más calor; los platos pueden esperar hasta más tarde. ¿Quieres salir afuera conmigo, o quedarte aquí dentro y descansar?
– Necesito andar -dijo él, levantándose y siguiéndola fuera. Fue cojeando lentamente alrededor del patio, tomando nota de cada detalle, mientras Rachel alimentaba a Joe y a los gansos, después se dispuso a mirar como trabajaba ella recogiendo las verduras que estaban maduras del huerto. Cuando se cansó, Kell se sentó y observó su trabajo, entrecerrando los ojos a causa del sol.