– Creo que me gustaría -dijo finalmente-. ¿Qué tienes en mente? No soy una persona a la que le vaya mucho la fiesta.
Él le dirigió su mueca juvenil.
– Estate tranquila. A mi tampoco me va el estilo punk. Soy demasiado delicado para que atraviesen con agujas mis mejillas. Lo que tenía en mente era un restaurante silencioso y bueno, y un buen bistec.
¿Y después un rollo en la cama? Quedaría defraudado.
– De acuerdo -dijo Rachel-. ¿A qué hora?
– ¿Te parece bien a las ocho? Ya habrá anochecido y refrescara, espero.
Ella se rió.
– Diría que te acostumbrarás, pero todo lo que haces es aprender a cubrirte de él. La humedad es la que lo consigue. Bien, las ocho entonces. Estaré lista.
Él se despidió y se sentó tras el volante. Rachel caminó hacia atrás por el patio para que cuando se marchara no la cubriera de polvo, y lo siguió con la vista hasta que el Ford azul estuvo fuera de vista.
Kell la estaba esperando dentro, sus ojos entrecerrados y fríos.
– ¿Qué quería?
– Invitarme a cenar -contestó despacio-. No supe que decir. Salir con él podría impedir que me vieran sospechosa, o podría estar invitándome para sacarme de la casa. Quizás te hayan visto. Quizá sólo quieran investigar.
– No me han visto -dijo él-. O no estaría vivo. ¿Qué excusa le has dado?
– Acepté.
Rachel sabía que a él no le gustaría, pero no había esperado la reacción que consiguió. Su cabeza se giró, y sus ojos quemaban con fuego negro, su frialdad desapareció.
– Mierda, no, no lo harás. Saca esa idea de tu cabeza, señora.
– Es demasiado tarde. Realmente podría parecerle sospechoso si yo le presento ahora alguna excusa débil.
Él metió las manos en los bolsillos del pantalón, y con fascinación Rachel le vio cerrar los puños.
– Es un asesino y un traidor. He estado pensando mucho desde que lo reconocí antes de que hicieran explotar mi barco, juntando algunos detalles sobre cosas que salieron mal cuando no deberían haberlo hecho, y Tod Ellis está conectado de alguna manera a cada uno de esos planes. No saldrás con él.
Rachel no cedió.
– Sí -dijo ella-. Lo haré. Si no consigo nada más, quizás al menos podré obtener alguna información que te ayude…
Se quedó sin aliento de golpe, él había sacado sus manos de los bolsillos y la había cogido tan rápido que no había tenido tiempo de echarse hacia atrás. Sus duros dedos se curvaron sobre sus hombros quemándola, y la sacudió ligeramente, manteniendo en su cara una expresión dura y rabiosa.
– Maldición -susurro él, las palabras apenas audibles cuando las empujó entre sus dientes cerrados-. ¿Cuándo aprenderás que esto no es algo para que jueguen aficionados? ¡Tienes una espada sobre tu cabeza, y no tienes el sentido común de entenderlo! No estas en la Universidad jugando a asesinos, dulzura. ¡Metete eso en la cabeza! Maldición -juro él de nuevo, mientras soltaba sus hombros y pasaba la mano entre su pelo-. Hasta ahora has tenido la suerte de que no te has equivocado y las cosas te han salido bien, ¿pero durante cuánto tiempo esperas que te dure la suerte? Estás jugando con un verdadero asesino de sangre fría profesional!
Rachel caminó hacia atrás, mientras con la mano se frotaba el hombro dolorido. Algo muy dentro había provocado el ataque; esa tranquilidad se reflejaba en su cara.
– ¿Quién? -preguntó al final suavemente-. ¿Tod Ellis… o tú?
Se giró y caminó alejándose de él, entrando mientras en el baño y cerrando la puerta; era el único lugar de la casa donde no la seguiría. Se senté en el borde de la bañera, temblando; se había preguntado en ocasiones que sucedería si él perdía el control en algún momento, pero no le había gustado averiguarlo. Había deseado que perdiera el control cuando la había besado, acariciado. Lo había querido agitado por la necesidad y el deseo, que enterrase su cara contra ella. No había deseado que perdiera el control por la rabia, no había querido oír lo que realmente pensaba de sus esfuerzos de ayudarlo. Desde el principio había estado aterrada de hacer algo mal que pudiera ponerle en peligro; había agonizado con cada decisión, y él la había despedido como si fuera una aficionada inepta. Sabía que no tenía su conocimiento o su esperiencia, pero lo había hecho lo mejor que había podido.
Era doblemente doloroso después de la manera en que la había besado y tocado, pero ahora recordó que incluso entonces él había mantenido el frío control. Había sido ella la que temblaba y anhelaba, no él. Ni siquiera le había mentido, le había dicho que no sería para él nada más que sexo ocasional.
Inspirando profundamente, Rachel trató de tranquilizarse. Ya que estaba en el baño podía ducharse; eso le daría tiempo para que su pelo liso, se secara al aire y no tendría que hacer nada con él salvo recogerlo y hacerse un moño. Podía estar saliendo con Tod Ellis con el mismo entusiasmo que si asistiera a una ejecución, pero no le permitiría pensar que para ella no era una cita real, y eso significaba arreglar su aspecto.
Se desnudó y entró en la ducha, lavando con viveza su pelo y bañándose, sin permitirse el lujo de pensar. Sencillamente no lograría nada salvo perder el tiempo, tiempo que gastaría pensando bien en como dirigir esa noche, en como ser amistosa sin estar animada. ¡Lo último que deseaba era que Ellis la volviese a invitar a salir! Si lo hacía, tendría que buscar alguna excusa. Le había dicho al agente Ellis que iba a hacer un viaje a las Keys; había sido una mentira, pero quizás podía usar la mentira como una excusa para irse.
Cerró el agua y cogió una toalla de encima de la puerta de la ducha, y la envolvió alrededor de su cabeza. Cuando comenzó a abrir la puerta y salir de la ducha vio una imagen borrosa de Kell a través de la mampara escarchada, y apartó la mano de la puerta como si la hubiera quemado.
– Sal de aquí -ella respiró profundamente, mientras quitaba la toalla de su cabeza y envolvía su cuerpo, en cambio. La superficie escarchada de las mamparas le daba alguna protección, pero si ella podía verlo, él también podría ver mucho de ella. Saber que él la había visto ducharse la hacía sentir vulnerable. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?
Vio como extendía la mano, y se movió hacia atrás apoyándose contra la pared de la ducha cuando el abrió la puerta.
– No contestaste cuando te llamé -dijo lacónicamente-. Quería saber si estabas bien.
Rachel alzó la barbilla.
– Esa no es una buena excusa. En cuanto viste que estaba tomando una ducha tendrías que haber salido.
Sus ojos se movieron sobre ella, por el pelo mojado, enredado sobre sus hombros brillantes y bajando por sus piernas delgadas, desnudas que eran recorridas por hilos de agua. La toalla la cubría del pecho al muslo, pero llevaría sólo un segundo desnudarla completamente, y sus ojos negros escrutadores tenían una manera de hacerla sentir aun más expuesta de lo que estaba.
– Lo siento -dijo él abruptamente, mientras finalmente alzaba su vista a su cara-. No quise sugerir que no habías sido de ayuda,
– No sugeriste nada -Rachel recuperó la voz de repente-. Lo pensabas y lo dijiste.
Se sentía como si ambas cosas la hubieran insultado y herido, y no estaba de humor para perdonarlo. ¡Después de lo que había dicho, tenía mucho valor para quedarse mirándola como lo estaba haciendo!
Repentinamente él se movió, mientras pasaba su brazo derecho por su cintura y la alzaba sacándola de la ducha. Rachel abrió la boca, cogiéndose a él para conservar el equilibrio.