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Ahora sabía lo que era el infierno. El infiero era ver el cielo, luminoso y tierno, pero desde detrás de las vallas, sin poder entrar en él sin arriesgarse a la destrucción de lo que más quería.

Capítulo Nueve

– ¿Quién es esa mujer por la que Ellis se ha vuelto loco? -preguntó Charles serenamente, sus pálidos ojos azules no vacilaron en ningún momento cuando miró a Lowell. Como siempre, Charles actuaba aislado, pero Lowell sabia que a él no le extrañaba nada.

– Vive a poca distancia de la playa. Un área abandonada, no hay nadie cerca durante millas. La interrogamos cuando empezamos a buscar a Sabin.

– ¿Y? -la voz era casi sumisa.

Lowell se encogió de hombros.

– Y nada. Ella no había visto nada. -debe ser excepcional para haber captado la atención de Ellis.

Después de considerarlo Lowel agitó levemente la cabeza.

– Es guapa, pero eso es todo. Nada espectacular. Sin clase. Pero Ellis no ha parado de hablar sobre ella.

– Parece que nuestro amigo Ellis no tiene puesta la mente en el trabajo -el comentario era ilusoriamente casual.

Nuevamente Lowell se encogió de hombros.

– Él cree que Sabin murió al explotar el barco, por lo que no se está esforzando mucho para cazarlo.

– ¿Qué piensas tu?

– Es una posibilidad. No hemos encontrado ningún rastro de él. Estaba herido. Aunque por milagro hubiera sobrevivido, hubiera necesitado ayuda.

Charles asintió, sus ojos eran pensativos cuando miró a Lowell. Había trabajado con Lowell durante muchos años y sabía que era firme y competente, sin inspiración, un agente. Tenía que ser competente para haber sobrevivido. Lowell no estaba más convencido que Ellis de la supervivencia de Sabin, y Charles se preguntó si él había permitido que la reputación de Sabin estropeara su sentido común. El sentido común indicaba que Sabin ciertamente había muerto en la explosión o inmediatamente después de ella, ahogándose en las calurosas aguas turquesa para convertirse en comida para peces. Nadie hubiera sobrevivido, pero Sabin… Sabin era único, salvo por ese diablo rubio de ojos dorados que había desaparecido y se había rumoreado su muerte, a pesar de la charla inquietante que había flotado sobre Costa Rica el año anterior. Sabin era más bien una sombra, hábil por instinto y condenablemente afortunado. No, afortunado no, se corrigió Charles. Experimentado. Llamar a Sabin “afortunado” era infravalorarlo, un error fatal que sus colegas habían cometido en demasía.

– Noelle, ven aquí -llamo él, apenas levantando la voz, pero no lo necesitaba. Noelle nunca estaba lejos de él. Le daba placer mirarla, no porque fuera extremadamente bonita, aunque lo era, sino porque disfrutaba de la incongruencia de tal habilidad letal en una mujer tan encantadora. Su trabajo era doble: proteger a Charles y matar a Sabin.

Noelle entró en la habitación, caminando con la gracia de una modelo, sus ojos soñolientos y suaves.

– ¿Sí?

Él ondeo su mano delgada, elegante para indicar una silla.

– Siéntate, por favor. He estado discutiendo sobre Sabin con Lowell.

Ella se sentó, cruzando laspiernas. Los gestos que atraían a los varones confiados eran naturales en ella; los había estudiado y practicado durante demasiado tiempo para dejar de realizarlos. Ella sonrió.

– Ah, agente Lowell. Fuerte, honrado, quizá un poco corto de vista.

– Como dice Ellis, él parece pensar que estamos perdiendo el tiempo buscando a Sabin.

Ella encendió un cigarrillo e inhaló profundamente, luego soltó el humo a traves de sus labios bien formados.

– No le importa lo que ellos piensen, ¿verdad? Sólo lo que tú piensas.

– Me pregunto si estoy atribuyendo poderes sobrehumanos a Sabin, si soy tan cauto sobre él que no puedo aceptar su muerte -meditó Charles.

Los ojos soñolientos parpadearon.

– Hasta que tengamos pruebas de su muerte no podemos permitirnos el lujo de asumirla. Hace ocho días. Si hubiera sobrevivido de alguna manera, estaría lo bastante recuperado para comenzar a moverse aumentando nuestras posibilidades de encontrarlo. Lo más lógico sería intensificar la búsqueda, en vez de reducirla.

Sí, eso era lo lógico; por otro lado, si Sabin había sobrevivido a la explosión y de algún modo lo había encontrado, algo que parecía imposible, ¿Por qué no había avisado a su oficina principal para pedir ayuda? Las fuentes de Ellis en Washington decían de modo indudable que Sabin no había intentado ponerse en contacto con nadie. Ese simple hecho había convencido a todos de que Sabin estaba muerto… pero Charles todavía no podía convencerse. Era el instinto puro lo que le incitaba a hacer a sus hombres seguir investigando, esperando con aplomo a golpear. No podía creer que hubiera sido tan fácil matar a Sabin, no después de todos los años en los que los esfuerzos habían fallado. Era imposible tener demasiado respeto a sus capacidades. Sabin estaba allí fuera, en alguna parte. Charles podía sentirlo.

Se sintió repentinamente animado.

– Tienes razón, claro -le dijo a Noelle-. Intensificaremos la búsqueda, volviendo a mirar en cada centímetro de tierra. De alguna manera, en algún lugar, lo hemos pasado por alto.

Sabin andaba por la casa, su humor salvaje se reflejaba en su cara. Había hecho algunas cosas duras en su vida, pero ninguna tan difícil como tener que ver a Rachel lista para salir con Tod Ellis. Iba en contra de todos sus instintos, pero nada de lo que había dicho le había hecho cambiar de opinión, y él estaba en desventaja, maniatado por las circunstancias. No podía permitirse el lujo de hacer algo que atrajera la atención sobre ella; aumentaría el peligro en el que ella se encontraba. Si hubiera estado listo para moverse hubiera ido él esa noche en vez de exponerla a Ellis, pero de nuevo estaba bloqueado. No estaba listo para moverse, y moverse antes de estar preparado podía significar la diferencia entre el éxito y el fracaso, sumando a la apuesta la seguridad de su país. Se había especializado durante la mitad de su vida en poner primero a su país, incluso a costa de su propia vida. Sabin podía sacrificarse sin vacilar e incluso sin pesar si hubiera sido necesario, pero la simple y terrible verdad era que no podía sacrificar a Rachel.

Tenía que hacer todo lo que pudiera para mantenerla a salvo, aunque significara tragarse su orgullo y sus instintos posesivos. Ella estaría bien con Ellis mientras él no tuviera ninguna razón para sospechar algo. Sacarla de la casa de un tirón y llevársela antes de que Ellis llegara para recogerla, como Kell había querido hacer, hubiera despertado las sospechas del hombre. Kell conocía al agente, sabia que era condenadamente bueno en su trabajo… demasiado bueno, o él nunca hubiera podido esconder sus otras actividades durante tanto tiempo. También tenía un ego comparable con su tamaño; si Rachel lo hubiera rechazado se habría puesto furioso, y no se lo permitiría pasar. Volvería.

La paciencia, la habilidad de esperar incluso ante una gran urgencia, era uno de los mayores dones de Sabin. Sabía esperar, cómo escoger el momento para un mayor éxito, cómo ignorar los peligros y concentrarse sólo en el tiempo. Podía desaparecer literalmente en su entorno, esperando, tanto que cuando estuvo en Vietnam, parte de las criaturas salvajes lo habían ignorado y el Vietcong había pasado a veces a poca distancia de él sin verlo en realidad. Su habilidad de esperar era realzada por su conocimiento instintivo de cuándo la paciencia era inútil; entonces explotaba la acción. Se lo explicaba a si mismo como un sentido bien desarrollado del tiempo. Sí, sabía esperar… pero esperar la llegada de Rachel a casa estaba volviéndolo loco. La quería a salvo entre sus brazos, en su cama. ¡Maldición, cuanto la deseaba en su cama!