– Pareces enferma -admitió finalmente.
– Creo que anoche bebí demasiado vino -giró sobre sus talones y echó a andar por el pasillo, alejándose de Kell. ¡Condenado hombre! ¡Si quería saltar sobre Ellis, primero tendría que atraparlo! No se detuvo hasta que consiguió la loción repelente de insectos; agarró una botella y frunció el ceño cuando leyó las indicaciones en la parte trasera.
Ellis aún estaba detrás de ella.
– ¿Crees que esta noche te sentirás lo bastante bien para poder salir?
Rachel apretó los dientes por la frustración. No podía creer que fuera tan lento de entendederas. Fue un esfuerzo respirar profundamente y contestar serenamente.
– Yo creo que no, Tod, pero gracias por preguntar. Realmente me siento mal.
– No te preocupes, lo entiendo. Te llamaré dentro de un día o dos.
De alguna forma consiguió controlarse lo suficiente como para dirigirle una pálida sonrisa.
– Sí, hazlo. Quizás me sienta bien para entonces, a menos que esto sea algún tipo de virus.
Como la mayoría de las personas, se apartó un poco con la mención de algo contagioso.
– Te dejo que vuelvas a tus compras, pero realmente tendrías que irte a casa y tomártelo con calma.
– Es un buen consejo. Lo haré.
¿No se iba a ir nunca?
Pero todavía se demoraba, hablando, siendo tan obviamente encantador que ella quiso amordazarlo. Entonces volvió a ver a Kell, moviéndose silenciosamente a espaldas de Ellis, sus ojos nunca se apartaban de su presa. Desesperadamente se sujetó el estómago y dijo con claridad:
– Creo que voy a vomitar.
Fue realmente asombroso lo rápido que se apartó Ellis, mientras la miraba con cautela.
– Deberías irte a casa -dijo él-. Te llamaré después -las últimas palabras las dijo mientras salía por la puerta. Ella esperó hasta que él se montó en el Ford y se marchó, antes de girarse para ver a Kell mientras caminaba hacia ella.
– Quédate ahí -le dijo lacónicamente ella-. Voy a dar una vuelta alrededor de la manzana para ver si realmente se ha ido.
Salió antes de que él pudiera decir algo. Estaba que echaba chispas, y conducir alrededor de la manzana le daría tiempo para enfriarse. La había puesto furiosa que él corriese ese riesgo en ese momento, cuando no estaba al cien por cien preparado para un ataque cuerpo a cuerpo. Cuando estuvo en el coche apoyó la cabeza en el volante por un momento, agitada. ¿Y si Ellis había visto a Kell entrar en la farmacia y había estado hablando con ella simplemente para asegurarse de que fuera Kell antes de informar a sus superiores? Creía que no, pero incluso la posibilidad la horrorizaba.
Nerviosa, puso el coche en marcha y rodeó la manzana, mirando mientras tanto todas las calles buscando un Ford azul estacionado en cualquier parte. No tenía que buscar solamente a Ellis; también tenía que buscar a Lowell, y no tenía ni idea de qué coche podía estar conduciendo él. ¿Y cuántos otros hombres estarían ahora en este área?
Volviendo a la farmacia, aparcó cerca de la puerta y Kell salió, entrando en le coche a su lado.
– ¿Viste a alguien?
– No, pero no sé que tipo de coche podrían tener los demás -se metió en el trafico, siguiendo la dirección opuesta a la que Ellis había tomado. Esa no era la que quería seguir, pero siempre podría girar después.
– Él no me vio -dijo suavemente, esperando poder aliviar parte de la evidente tensión de ella.
– ¿Cómo lo sabes? Podría haber ido a informar y esperar los refuerzos, sorprendiéndote en un lugar mejor que en medio de una farmacia llena.
– Relájate, dulzura. No es tan inteligente. Intentaría atraparme.
– Si es tan tonto, ¿por qué lo contrataste? -disparó ella.
Pareció quedarse pensativo.
– No lo hice. Alguien más lo “adquirió”.
Rachel le echó una ojeada.
– ¿Uno de los dos hombres que conocían tu paradero?
– Cierto -dijo severamente.
– Eso lo hace más fácil para ti, ¿no?
– Desearía que lo hiciera, pero no puedo permitirme el lujo de tomar algo por seguro. Hasta que lo sepa con toda seguridad, ambos son sospechosos.
Tenía sentido; si él tenía que equivocarse, estaría siendo cauteloso. No podía permitirse el lujo ni de un solo error.
– ¿Por qué lo estabas siguiendo así? ¿Por qué no te quedaste sencillamente fuera de la vista hasta que yo me hubiera librado de él? -exigió ella, con los nudillos blancos nuevamente.
– Si él me hubiera visto, su plan hubiera podía ser agarrarte como cebo para atraerme. No iba a permitir que eso pasara -la manera suave, tranquila en que él lo dijo hizo que Rachel se estremeciera, como si el aire se hubiera helado de repente.
– ¡Pero no hubieras podido manejar la situación!. La pierna podía haberte fallado y tienes el hombro tan rígido que apenas puedes moverlo. ¿Qué hubiera pasado si se te hubiera abierto la herida otra vez?
– No sucedió. Sin embargo, no buscaba pelea, sólo estaba preparado para ella.
Su arrogancia masculina hizo que sintiera la necesidad de gritar; en cambio apretó los dientes.
– ¿No se te ocurrió que algo podría haber salido mal?
– Ciertamente, pero si te hubiera cogido, no hubiera tenido elección, por lo que quise estar en posición.
Y estaba deseoso de hacer cualquier cosa que fuera necesaria, a pesar de la rigidez de su hombro y su pierna coja. Pertenecía a esa casta, capaz de ver el coste y aun así estar deseoso de pagarlo, aunque haría todo lo que pudiera por inclinar la balanza de su lado.
Aún estaba pálida, sus ojos oscurecidos, y él extendió una mano para deslizarla por su muslo.
– Todo está bien-dijo suavemente él-. No ha pasado nada.
– Pero podría haber pasado. Tu hombro…
– Olvídate de mi maldito hombro, y de mi pierna. Sé perfectamente hasta dónde puedo llegar, y no me meto en nada a menos que crea que puedo ganar.
Estuvo callada durante el resto del viaje, hasta que aparcó debajo de un árbol.
– Creo que iré a nadar -dijo ella apretando los dientes-. ¿Quieres venir?
– Sí.
Joe como siempre, fue a su puerta del coche, con sus ojos oscuros concentrados en ella aunque permanecía a distancia, y anduvo a su lado cuando subió al porche. Aceptaba a Kell, pero si ambos estaban fuera nunca se alejaba de Rachel. Era un guerrero que estaba satisfecho de quedarse, pensó ella con anhelo, luego resueltamente dejó de lado el ramalazo de autoconmiseración. La vida seguiría, aun cuando no estuviera Kell. La hería pensarlo, y no quería hacerlo, pero sabía que sobreviviría de algún modo, aunque su vida hubiese cambiado de forma irrevocable cuando había pasado esos días con él, días tranquilos salpicados por momentos de terror.
Ella se puso su bañador negro y Kell se puso unos pantalones cortos de denim, y después de coger un par de toallas, atravesaron los pinos bajando a la playa. Joe los siguió y se tumbó bajo la poca sombra que daban un grupo de matorrales. Rachel dejó caer las toallas en la arena y señaló las puntiagudas rocas casi ocultas por el agua, que se veían cuando las olas subían y se estrellaban contra ellas.
– ¿Ves la línea donde rompen las olas?? Hay están las piedras. Estoy bastante segura de que te golpeaste la cabeza esa noche. La marea había comenzado a subir, por lo que el nivel de agua era bajo -señaló de nuevo-. Te saqué de ahí.
Kell miró la playa y luego se volvió y miró fijamente la cuesta donde los pinos se erguían altos y restos, un pequeño bosque de centinelas de madera. De algún modo lo había arrastrado por esa cuesta y lo había metido en su casa, un hecho que no podía imaginar cuando miraba su cuerpo delgado.