Выбрать главу

– Estuviste malditamente cerca de matarte al intentar sacarme de allí, ¿no? -Preguntó en voz baja.

Ella no quería pensar en esa noche, o lo que le había costado físicamente. Parte de ella estaba bloqueada en su cerebro; recordaba que había sentido dolor, pero la naturaleza exacta de ese dolor se le escapaba. Quizás la adrenalina era la responsable tanto de su fuerza de esa noche, como de la amnesia parcial que siguió. Le miró por un largo momento, luego se giró y caminó hacia el mar. Él la miro hasta que el agua llegó a sus rodillas, después sacó la pistola de su cinturón y cuidadosamente la dejó en una toalla, cubriéndola con otra para evitar que se llenara de arena. A continuación dejó caer sus calzoncillos y caminó desnudo hasta el agua detrás de ella. Rachel era una nadadora fuerte, después de haber pasado la mayor parte de su vida en el golfo, pero Kell se quedaría a su lado a pesar de la rigidez de su hombro. Al principio, cuando ella se dio cuenta de que él estaba en el agua, comenzó a protestar diciendo que iba a mojarse las heridas, pero se tragó las palabras. Después de todo, él había nadado con las heridas abiertas, y el ejercicio sería una buena terapia. Nadaron por la bahía media hora, antes de que él decidiera que había tenido suficiente, y Rachel volvió a la playa con él. Hasta que el agua no le llegó a la cintura, Rachel no comprendió que él estaba desnudo, y el familiar deseo retorció sus entrañas cuando lo miró salir del agua. Era tan delgado, duro y perfecto, músculos curtidos, entrelazados, bronceados incluso sus firmes nalgas. Ella lo miró cuando recogió la pistola y extendió las toallas, su cuerpo reluciente ofreciéndose al sol.

Ella también abandonó el agua, agachándose para retorcer su pelo y escurrir el agua. Cuando volvió a enderezarse se lo encontró mirándola.

– Quítate el bañador -dijo suavemente él.

Ella miró al mar, pero no había ningún barco a la vista. Volvió a mirarle a él como a una bronceada estatua desnuda, solo que ella jamás había visto una estatua excitada. Lentamente levantó las manos hasta los tirantes de su bañador y los bajó. Inmediatamente sintió el ardiente sol besando sus pechos mojados. Una ligera brisa sopló de repente, deslizándose sobre sus pezones y haciendo que se arrugaran. La respiración de Sabin se atascó en su pecho, y le tendió la mano.

– Ven aquí.

Ella empujó el traje de baño y se lo quitó, después caminó hasta las toallas. Él se sentó y la cogió, tendiéndola a su lado y estirándose. La diversión brillaba en sus ojos oscuros cuando bajó la mirada hasta ella.

– Adivina qué me he olvidado de traer.

Ella empezó a reírse, un sonido puro y profundo en ese mundo donde sólo existían ellos.

– Ah, de todas formas estás demasiado sensible para eso -murmuró él dejando resbalar la mano por sus pechos y haciendo que se irguieran sus pezones-. Tendré que… improvisar un poco.

Se apoyó sobre ella, ocultando el sol con sus anchísimos hombros, y su boca quemó la suya, luego bajó por su cuerpo.

Él era muy bueno improvisando. Estuvo un rato encima de ella como si fuera una ofrenda, un sacrificio al sol para que la besara a su elección, hasta que al final su cuerpo se arqueó hacia su ansiosa boca y gritó por un placer insoportable, su lamento subiendo hasta el sol.

Capítulo Once

Rachel no se permitió pensar durante mucho tiempo, aunque sabía que ambos sólo tenían como máximo unos días más, pero ése era el tiempo que tardaría ese Sullivan en hacer los arreglos y viajar para encontrarse con Kell. Vivía completamente en el presente, regocijándose con su compañía en cualquier cosa que hicieran. Él había empezado a ayudarla a recoger las verduras del huerto, y trabajaba con Joe, ganando más confianza con el perro y demostrándole a Rachel lo bien entrenado que estaba Joe. Tras el primer día en que habían nadado, también pasaron mucho tiempo en la bahía; nadaban todas las mañanas y nuevamente por la tarde, después de que lo peor del calor hubiera pasado. Era una terapia maravillosa, y cada día él estaba más fuerte, su hombro menos rígido y menos flácido. También hacia otros ejercicios, trabajando para devolver la forma a su cuerpo, y ella sólo podía mirarlo asombrada. Ella era atlética y estaba en buena forma, pero su paciencia no era nada comparada con la de él. A menudo sentía dolor; ella se dio cuenta, aunque él nunca decía nada, pues lo ignoraba como si no estuviera. Diez días después de haberlo metido tambaleante en su casa, se lo encontró trotando con el muslo herido fuertemente vendado para reforzarlo. Tras un momento de enojo Rachel se unió y corrió a su lado, preparada para cogerlo si su pierna se doblaba y caía. No habría sido bueno gritarle, ya que era importante que estuviera preparado para afrontar cualquier cosa que se encontrase cuando la dejara.

E hicieran lo que hicieran, hablaban. Él era reservado sobre si mismo, tanto de forma natural como por su entrenamiento, pero tenía muchos detalles fascinantes sobre las ideas políticas y económicas de los gobiernos de todo el mundo. Probablemente también sabía más de lo que cualquiera querría que supiera sobre la fuerza de los ejércitos y sus capacidades, pero no hablaba sobre eso. Rachel aprendió tanto de lo que omitía como de los asuntos de los que hablaba.

No importaba lo que hicieran, si quitaban las malas hierbas del huerto, corrían alrededor de la casa, cocinaban o hablaban de política, el deseo corría entre ellos como una corriente invisible, uniéndolos en un estado superior de conocimiento. Sus sentidos estaban saturados de él; conocía su sabor, su olor, su tacto, cada matiz de su voz profunda. Como normalmente era tan inexpresivo, ella observaba cada pequeño movimiento de su frente o tirón de sus labios. Aunque estaba relajado con ella y sonreía más a menudo, a veces fastidiándola, su risa era rara, y por lo tanto doblemente valorada, ocasiones que atesoró en su memoria. Su deseo no podía apagarse haciendo el amor, porque era más que una necesidad física. Se sumergía en él, sabiendo que sólo tenía el presente.

Aunque, el deseo físico no podía negarse, Rachel nunca había disfrutado tan plenamente antes, incluso en los primeros días de su matrimonio. Kell tenía un fuerte apetito sexual, y cuanto más le hacía el amor, más deseaban ambos volver a hacerlo. Tuvo un cuidado exquisito con ella hasta que se acostumbró a él, su forma de hacer el amor era sofisticada y terrenal. Había momentos en los que se demoraban, saboreando cada sensación como gourmet sexuales hasta que la tensión era tan fuerte que explotaban juntos. También había veces en que su amor era rápido y duro, cuando no había juegos porque su necesidad de estar juntos era demasiado urgente.

El tercer día después de que Kell hubiera llamado a Sullivan, Kell le hizo el amor con violencia apenas controlada, y supo que él estaba pensando que ése podía ser el último día que tuvieran juntos. Se aferró a él, sus brazos firmemente cerrados alrededor de su cuello cuando se desplomó sobre ella pesadamente agotado y sudoroso. Se le hizo un nudo en la garganta, y apretó fuertemente los ojos en un esfuerzo por negar el paso del tiempo. No podía permitirle que se fuera todavía.

– Llévame contigo -dijo densamente ella, incapaz de permitirle sencillamente irse alejándose de ella. Rachel era demasiado peleona para permitir que se fuera sin intentar que cambiara de idea.

Él se tensó y se apartó de ella para quedar tumbado a su lado, con un brazo cubriendo sus ojos. El ventilador de techo zumbaba sobre su cabeza, moviendo una brisa fresca por su piel acalorada y haciendo que percibiera un poco de frío sin el calor de su cuerpo apretado contra el de ella. Ella abrió los ojos para mirar fijamente su ardiente mirada de desesperación.

– No -dijo finalmente él sin añadir nada más, pero la simple palabra era tan definitiva que casi le rompió el corazón.

– Algo podría hacerse -presionó ella-. En el peor de los casos podríamos vernos de vez en cuando. Puedo moverme. Puedo trabajar en cualquier sitio…