Выбрать главу

– Venga, vamos a casa -dijo ella, mientras se ponía de pie.

Cogió los pimientos de donde los había soltado y Joe rondó alrededor de la casa. Se lavó las manos y empezó a preparar la salsa, escuchando el retumbar suave de las voces de los hombres en la sala. Ahora que había conocido a Sullivan entendía la confianza de Kell en el. Era… increíble. Y Kell incluso lo era más. Verlos juntos la hacía comprender el tipo de hombre del que había vuelto a enamorarse, y ese hecho la asustaba.

Casi había pasado una hora antes de que ella los llamara a la mesa, y el sol era una bola roja y ardiente bajando por el horizonte, un recordatorio de que su tiempo con Kell estaba agotándose. ¿O ya se había ido? ¿Se marcharían pronto?

A propósito, para conseguir alejar su mente de sus miedos, mantuvo la conversación. Era notablemente difícil, con dos hombres como ellos, hasta que finalmente dio con el tema adecuado.

– Kell me dijo que estaba casado, sr. Sullivan.

Él asintió, suavizando la expresión un poco haciendo que pareciera menos formidable.

– Jane es mi esposa -dijo como si todos conocieran a Jane.

– ¿Tiene niños?

No hubo nada que confundiera esa mirada de intenso orgullo que se apoderó de su cara, con cicatrices.

– Gemelos. Tienen seis meses.

Por alguna razón Kell parecía estarse divirtiendo de nuevo.

– No sabía que los gemelos fueran normales en tu familia, Grant.

– No lo son -gruñó Sullivan-. Ni en la de Jane. Ni siquiera el condenado doctor lo entendió. Nos tomo a todos por sorpresa.

– Eso no es raro -dijo Kell, y ambos se miraron, sonriendo abiertamente.

– Fue un infierno, se puso de parto dos semanas antes, en medio de una tormenta de nieve. Todos los caminos estaban cortados, y no podía llevarla a un hospital. Tuve que traerlo al mundo -por un momento hubo una mirada desesperada en sus ojos, y un débil brillo de sudor apareció en su frente-. Gemelos -dijo débilmente-. Maldición. Le dije que no me volviese a hacer eso en la vida, pero ya conoces a Jane.

Kell se rió con fuerza, su risa profunda y rara haciendo que temblores de placer atravesaran a Rachel.

– Probablemente la próxima vez tendrá trillizos.

Sullivan le lanzó una mirada.

– Ni siquiera lo pienses -murmuró.

Rachel se llevó una cucharada de fideos a la boca.

– No creo que sea culpa de Jane que tuviese gemelos, o que nevase.

– Lógicamente, no -admitió Sullivan-. Pero la lógica desaparece cuando Jane pasa por la puerta.

– ¿Cómo la conoció?

– La secuestré -dijo desenvueltamente, dejando a Rachel boquiabierta, ya que él no ofreció ninguna otra explicación.

– ¿Cómo has conseguido escapar de ella? -pregunto Kell, provocando otro intenso brillo.

– No fue fácil, pero no podía dejar a los niños -Sullivan se apoyó en la silla, una luz escéptica apareció en sus ojos-. Vas a tener que venir conmigo para explicárselo.

Kell pareció alarmado, después resignado; finalmente sonrió abiertamente.

– Bien. Quiero verte con esos bebés.

– Ellos ya gatean. Tendrás que mirar por donde andas -dijo un orgulloso padre, sonriendo abiertamente-. Sus nombres son Dane y Daniel, pero que el infierno me golpee si sé cuál es cuál. Jane dijo que podemos permitirnos decidir cuando crezcan.

Así era. Los tres se miraron entre ellos, y Rachel trató de tragar compulsivamente. Kell hizo un sonido áspero y ahogado. En un movimiento perfectamente sincronizado los tres dejaron las cucharas sobre la mesa, y se echaron a reír hasta que les dolió.

Charles leyó el informe de inteligencia recogido rápidamente sobre Rachel, frunciendo el entrecejo cuando se tocó la frente con un dedo delgado. Según los agentes Lowell y Ellis, Rachel Jones era guapa pero por otra parte era una mujer normal, aunque Ellis estaba enamorado de ella. Ellis estaba enamorado de las mujeres en general, por lo que no era extraño. El problema era que el informe la pintaba como algo no ordinario. Estaba bien educada, viajera, mujer de múltiples talentos, pero nuevamente el problema era más profundo que eso. Había sido reportera gráfica con un talento extraordinario, nervio y perseverancia que significaban que sabía más que una persona normal sobre cosas que normalmente se mantenían apartadas del conocimiento público. Según su registro, había tenido mucho éxito en su campo. Su marido había sido asesinado por una bomba en el coche de ella cuando comenzó a investigar la conexión entre un poderoso político y drogas ilegales; en lugar de ceder, como tantas personas habrían hecho, esta Rachel Jones había seguido investigando al político y no sólo había demostrado que estaba envuelto en el contrabando y distribución de drogas, además había demostrado que era el culpable de la muerte de su marido. El político estaba cumpliendo en la cárcel cadena perpetua.

Esta no era la mujer inocente que Lowell y Ellis habían descrito. Lo que preocupaba a Charles en particular era por qué había proyectado esa imagen; tenía alguna razón, ¿pero cuál era? ¿Por qué había querido engañarlos? ¿Para divertirse, o había un motivo más serio?

Charles no estaba sorprendido de que ella hubiera mentido; según su experiencia la mayoría de las personas mentían. En su profesión era necesario. Lo que no le gustaba era el no saber el por qué; ya que el por qué era el corazón de todas las cosas.

Sabin había desaparecido, posiblemente estaba muerto, aunque Charles no pudiera convencerse de eso. No se había encontrado ningún rastro de él, ni los hombres de Charles, ni un barco de pesca, ni un velero ni ninguna de las agencia en activo. Aunque el barco de Sabin había explotado, debería haber quedado algún rastro identificativo humano si él hubiera estado en el barco. La única explicación era que estaba en el mar y había nadado hasta la orilla. Casi desafiaba la lógica el pensar que realmente pudiera haberlo hecho estando herido, pero éste era Sabin, no un hombre normal. Lo había hecho, ¿pero dónde? ¿Por qué no había aparecido todavía? Nadie había encontrado a un hombre herido; ni se había informado de alguien con heridas de bala a la policía; no había sido admitido por ninguno de los hospitales de la zona. Simplemente se había desvanecido en el aire.

Así que, por un lado tenía a Sabin desaparecido. La única posibilidad era que alguien estuviera escondiéndolo, pero no había ninguna pista. Estaba ésta Rachel Jones por otro lado, que, como Sabin, no era normal. Su casa estaba en el primer área de la búsqueda, el área dónde era más probable que se hubiera dirigido Sabin. Ni Lowell ni Ellis creían que ella tuviera algo que esconder, pero no lo sabían todo sobre ella. Había dado una falsa imagen; estaba más familiarizada con agentes secretos y tácticas de lo que habían sospechado. Pero qué razón tendría para haber actuado como menos de lo que era… a menos que tuviera algo que esconder. Más aún, ¿tenía algo que esconder?

– Noelle -dijo él suavemente-. Quiero hablar con Lowell y Ellis. Inmediatamente. Encuéntrelas.

Una hora después ambos hombres estaban sentandos enfrente de él. Charles dobló sus manos y les sonrió ausentemente.

– Señores, quiero discutir sobre esta Rachel Jones. Quiero saber todo lo que pueden recordar sobre ella.

Ellis y Lowell intercambiaron una mirada; entonces Ellis se encogió de hombros.

– Es una mujer guapa…

– No, no estoy interesado en lo que vieron. Quiero saber lo que ha dicho y hecho. Cuando investigaste la playa de su área y subiste a su casa, ¿entraste?

– No -contesto Lowell.

– ¿Por qué no?

– Tiene ese condenado perro guardián que odia a los hombres. No permitiría que un hombre entrara en el patio -explicó Ellis.