Él guardó silencio por un momento, y ella supo que no iba a gustarle la respuesta, aunque la esperase.
– Mañana por la mañana.
De modo que tenía una noche más, a menos que él y Sullivan pasaran más tiempo resolviendo los detalles de su plan.
– Nos acostaremos temprano -dijo él, tocando su pelo, y ella se retorció entre sus brazos para encontrar sus ojos de medianoche. Su cara era distante, pero él la quería; lo podía distinguir en sus caricias, por algo fugaz en su expresión. Oh, Dios mío, ¿Cómo iba quedarse quieta viéndole marchar y sabiendo nunca volvería a verle?
Jane y Grant entraron, y la cara de Jane estaba radiante. Sus ojos se abrieron con deleite cuándo vio a Rachel en los brazos de Kell, pero algo en sus expresiones evitó que dijese algo. Jane era muy intuitiva.
– Grant no me dirá qué pasa -anuncio ella, y se cruzó de brazos tercamente-. Voy a seguirle hasta que me entere.
Las cejas negras de Kell se alzaron.
– ¿Y si te lo digo yo?
Jane consideró eso, mirando de Kell a Grant, luego de regreso a Kell.
– ¿Quieres negociar? Quieres que regrese a casa.
– Regresas a casa -dijo quedamente Grant, su voz acerada-. Si Sabin quiere informarte, depende de él, pero este nuevo bebé me da doblemente la razón para asegurarme de que estas a salvo en la granja, en lugar de jugarte el pellejo saliendo en mi búsqueda.
Un destello en los ojos de Jane le dio lugar a Rachel para pensar que Sullivan tenía una pelea entre manos, pero se Kell anticipó diciendo:
– Bien, creo que mereces saber que ocurrió, puesto que Grant está involucrado en esto. Sentémonos, y te lo contaré.
– Sólo lo que necesite saber -adivinó exactamente Jane, y Kell le dirigió una sonrisa sin humor.
– Sí. Sabéis que siempre hay detalles que no pueden ser revelados, pero puedo contarte la mayor parte.
Se sentaron alrededor de la mesa, y Kell esbozó los puntos principales de lo qué había ocurrido, las implicaciones y por qué necesitaba a Grant. Cuando termino Jane miró a ambos hombres durante mucho tiempo, luego lentamente inclinó la cabeza.
– Tienes que hacerlo -después se echó hacia delante, plantando ambas manos sobre el mantel y dando una imagen inflexible a Sabin, quien la miró de lleno-. Pero déjame decirte, Kell Sabin, que si algo le ocurre a Gran, iré detrás de ti. No te imaginas la de problemas que te causaré si eso ocurre.
Kell no respondió, pero Rachel sabía lo que pensaba. Si ocuría algo no era probable que tampoco él sobreviviese. No sabía como podía saber lo que pensaba, pero lo hacía. Sus sentidos estaban concentrados en Kell, y un cambio o un gesto mínimo en su tono era registrado por sus nervios como un terremoto en el sismógrafo más fino.
Grant se puso de pie, levantando a Jane y poniéndola a su lado.
– Es hora de que durmamos un poco, ya que nos marcharemos temprano. Y tú te irás a casa -le dijo a su esposa-. Dame tu palabra.
Jane no discutió ahora, cuando sabía en qué estaba metido.
– Bien. Iré a casa después de recoger a los gemelos. Lo que quiero saber es cuando te puedo esperar de vuelta.
Grant recorrió con la mirada a Kell.
– ¿Tres días?
Kell inclinó la cabeza.
Rachel se puso de pie. En tres días habría terminado, de una forma u otra, pero para ella terminaba mañana. Mientras tanto tenía que buscar un lugar para que durmieran los Sullivan, y casi agradeció tener algo con lo que ocupar su tiempo, aunque no su mente.
Le pidió perdón a Jane por no tener una cama más, pero no pareció que le molestase en lo más mínimo.
– No te preocupes -dijo aliviada Jane-. Me he acostado con Grant en tiendas de campaña, cavernas y cobertizos, de modo que el bonito suelo de la sala de estar no es más incomodo para nosotros.
Rachel ayudada por Jane reunió edredones y almohadas de más para formar una cama, cogiéndolos de la parte alta del armario y apilándolos sobre los brazos de Jane. Jane la miró astutamente.
– ¿Estás enamorada de Kell?
– Sí -Rachel dijo esa única palabra firmemente, sin pensar en negarlo. Era un hecho, tan parte de ella como sus ojos grises.
– Es una clase de hombre duro, raro, pero para que el acero sea de excelente calidad, tiene que ser difícil de manejar. No será fácil. Lo sé. Mira el hombre que yo escogí.
Se miraron la una a la otra, dos mujeres con un mundo de conocimientos en los ojos. Para bien o para mal, los hombres que amaban eran diferentes a otros hombres, y nunca tendrían la seguridad que la mayoría de las mujeres esperaban.
– Cuando se marche mañana, se acabará-dijo Rachel con la garganta cerrada-. No volverá.
– Él quiere que esto termine -aclaró Jane, sus ojos de color café extraordinariamente sombríos-. Pero no digas que no volverá. Grant no quería casarse conmigo. Dijo que no saldría bien, que nuestras vidas eran demasiado diferentes y que nunca tendría cabida en su mundo. ¿Te suena familiar?
– Oh, sí -Sus ojos y voz estaban desolados.
– Tuve que dejarle marchar, pero finalmente me siguió.
– Grant ya estaba jubilado, y el trabajo es el problema.
– Es un problemón, pero no es infranqueable. Es duro para los hombres como Grant y Kell aceptar amar a alguien. Siempre han estado solos.
Sí, Kell siempre había estado solo, y decidió seguir así. Saber y entender sus razones no hacía que vivir con ellas fuera mas fácil. Dejó a Jane y Grant hacerse una cama en la sala de estar, y Kell la siguió a la habitación, cerrando detrás de si la puerta. Ella estaba en la mitad de la habitación con las manos agarradas con fuerza, sus ojos ensombreciéndose a medida que lo observaba.
– Deberíamos habernos marchado esta noche -dijo quedamente él-. Pero quería una noche más contigo.
Ella no se permitiría llorar, no esa noche. No importaba lo que ocurriera esperaría hasta mañana, cuando se marchase. Él apagó la luz y fue a ella por el cuarto oscurecido, sus manos ásperas cerrándose sobre sus hombros y tirando de ella contra él. Su boca era dura, hambrienta, casi hiriéndola cuando la besó con una necesidad salvaje. Su lengua investigó la suya, exigiendo una respuesta que tardó en llegar, porque el dolor era grande dentro de ella. Él siguió besándola, deslizando las manos por su espalda y caderas, acunándola contra el calor de su cuerpo, hasta que finalmente ella comenzó a relajarse y se dejó vencer por él.
– Rachel -le susurró, desabrochando su camina para encontrar sus pechos desnudos y ahuecándolos en las palmas calientes de sus manos. Despacio rodeó con los pulgares sus pezones y los sedujo con su dureza; el calor, el sentido punzante de la excitación y la anticipación comenzaron a aumentar en el interior de ella. Su cuerpo lo conocía y respondió, volviéndose pesado y húmedo, preparándose para él porque sabía que no la dejaría insatisfecha. Él deslizó la camisa por sus hombros, inmovilizándole los brazos con la tela mientras la levantaba, arqueándola sobre su brazo y empujando sus pechos hasta él. Intencionadamente puso la boca sobre su pezón y lo chupó, el fuerte movimiento hizo que el ardiente hormigueo se extendiera por su carne sensible. Ella hizo un ruido apenas perceptible, jadeando por el placer a medida que las sensaciones se extendían desde sus pechos hasta su bajo vientre, donde el deseo tiraba.
Su cabeza se echó para atrás y ella tuvo la repentina sensación de caer, lo que hizo que se agarrara a su cintura. Hasta que no sintió el frescor de las sábanas bajo ella, no se dio cuenta de que él la había estado bajando hasta la superficie de la cama. Su camisa estaba atrapada bajo ella, con las mangas bajada atrapando desde sus codos hasta sus muñecas, inmovilizando eficazmente sus brazos mientras que su torso estaba desnudo para que sus labios y lengua investigaran saboreando. La miró con una expresión torturada, luego inclinó la cabeza y la enterró entre sus pechos, sus manos cerrándose alrededor de su cara como si desease absorber su perfume y sentir su piel satinada.