Ella gimió cuando su cuerpo latió por la necesidad, y probó a intentar liberar sus brazos.
– Kell -su voz era alta, forzada.-. déjame sacar los brazos.
Él levantó la cabeza y evaluó la situación.
– Aún no -gimió-. Simplemente acuéstate ahí y déjame amarte hasta que estés lista para mi.
Ella emitió un sonido rudo de frustración, tratando de rodar hacia un lado de modo que pudiera liberarse, pero Kell la sometió, sus manos duras sujetándola.
– Estoy lista -insistió ella antes de que su boca bajase hasta la suya y acallara más protestas.
Cuando él levantó la cabeza otra vez la satisfacción llenaba sus rasgos tensos.
– No tanto como estarás -luego se inclinó sobre sus senos otra vez, sin detenerse hasta que estuvieron mojados y brillantes por su boca y sus pezones estuvieron rojos y fueron apretados nudos. Delicadamente mordió la curva de su pecho, usando lo justo sus dientes para dejar que ella los sintiera pero no lo suficiente para causar dolor.
– Librémoste de estos -la tensión también era evidente en su voz, cuando tiró de los botones de los pantalones cortos de ella. La soltó y la cremallera chirrió suavemente cuando la bajó. Su mano entró en sus pantalones cortos abiertos, excavando bajo sus bragas hasta encontrar la carne caliente, húmeda y dolorida que buscaba.
– Ah -dijo él con satisfacción serena cuando sus dedos la recorrieron y la encontraron lista, de verdad-. ¿Te gusta esto?
– Sí -todo lo que ella pudo hacer fue gimotear la palabra.
– Te gustará más cuando esté dentro de ti -prometió con voz ronca, y deslizó sus bragas y pantalones cortos por sus caderas y muslos, pero no los quitó. Los dejó por encima de sus rodillas, y sus piernas quedaron atrapadas tan eficazmente como sus brazos. Lentamente pasó su mano sobre ella, de sus pechos hasta su vientre, demorándose en su vientre desnudo.
Ella se retorció bajo sus dedos minuciosos, su corazón tronando en su pecho e interfiriendo con el ritmo de su respiración.
– No te haces una idea -sollozó ella, sus manos agarrándose a la sábana bajo ella. Él la estaba mirando de una manera que la informó de que le gustaría sujetarla indefensa mientras él jugaba y disfrutaba con su cuerpo. Era poco civilizado, sus instintos rápidos y primitivos.
Él soltó una risa baja, áspera.
– Bien, amor. No tienes que seguir esperando. Te daré lo que quieres -velozmente la desnudó, hasta le sacó los brazos de la camisa que los había sujetado, y se quitó sus propias ropas, después dejó caer su peso sobre ella. Rachel lo aceptó con un suspiro de alivio doloroso, sus brazos envolviéndose alrededor de él cuando él le abrió las piernas y entró en ella. Ella alcanzó la cima rápidamente, convulsionándose entre sus brazos, y lentamente el volvió a darle placer. Esa noche no podía tener bastante de ella, volviendo a ella varias veces, como si el tiempo se ralentizara cuando ambos se encerraban en el amor.
Fue poco antes del amanecer cuando ella volvió a despertarse, descansando sobre su pecho sobre él, acurrucada en la curva caliente de su pecho y sus muslos, tal y como habían dormido todas las noches desde que había recobrado el conocimiento. Ésa sería la ultima vez que la sujetaría así, y ella yació muy quieta, no deseando despertarle.
Pero él ya estaba despierto. Su mano avanzando despacio sobre sus pechos, luego hasta sus muslos. Levantó la pierna, dejándola sobre su muslo y deslizando su mano por su espalda. Su mano se aplastó contra su estomago para sujetarla mientras empezaba a moverse.
– Una última vez -gimió él contra su pelo. Dios querido, ésa era su última vez, y él no creía que pudiera soportarlo. Si alguna vez había sido feliz, había sido durante esos cortísimos días con Rachel. Ésta sería la última vez que su cuerpo suave enfundaría su dureza, la última vez que sus pechos llenarían sus manos, la última vez que vería la mirada brumosa por la pasión en sus ojos grises como lagunas. Ella tembló bajo sus manos, mordiéndose los labios para evitar gritar cuando el placer creció dentro de ella. Cuando llegó el momento la estrechó contra él, sujetándose profundamente dentro de ella mientras ésta apoyaba la cara en la almohada para reprimir los sonidos que hacía, después empujó profunda y duramente y se estremeció con su liberación.
Ahora el cuarto estaba iluminándose, el cielo resplandeciente con el color rosa perlado de la salida del sol. Él se enderezo en la cama y miró hacia abajo a ella, a cuerpo húmedo y enrojecido como el cielo. Quizás la última vez había sido un error, ya que no había tomado las precauciones habituales, pero no podía lamentarlo. No podría haber soportado ninguna separación entre sus cuerpos.
Rachel yació exhausta en las almohadas, observándole con el corazón en los ojos. Su cuerpo aún latía por el amor, y su pulso sólo estaba un poco menos acelerado.
– Podrás no regresar nunca-susurró ella-. Pero te esperare aquí, de todas formas.
Sólo el tirón fuerte de un músculo al lado de su boca reveló su reacción. El negó con la cabeza.
– No, no desaproveches tu vida. Encuentra a alguien, cásate y ten una casa llena de niños.
De algún modo ella formó una sonrisa.
– No seas tonto -dijo con dolorosa ternura-. Como si pudiera haber otro después de ti.
Estaban listos para marcharse, y Rachel estaba tan rígida en su interior que pensó que podía romperse en pedazos si alguien la tocaba. Sabía que no habría besos de despedida, ninguna palabra final que ardiera en su memoria. Simplemente se marcharía, y habría terminado. Él ni siquiera se llevaba su pistola, lo cual le daría una excusa para ponerse en contacto con ella para devolvérsela. La pistola estaba registrada a su nombre; él no quería nada que pudirera servir para localizarla en caso de que las cosas salieran mal.
Sullivan había escondido su coche de alquiler en alguna parte de la carretera; Jane iba a llevarlos allí, luego regresaría a su granja. Rachel se quedaba sola en una casa con un eco insustancial, y ya estaba tratando de pensar en formas de ocupar su tiempo. Trabajaría en el huerto, segaría el césped, lavaría el coche, tal vez fuese a nadar. Más tarde saldría a comer, ver una película, cualquier cosa para posponer el regreso. Quizás para entonces estuviera tan cansada que podría dormir, aunque no tenía muchas esperanzas en ello. Con calma, porque tendría que lograr sobreponerse, porque no tenía alternativa.
– Te informaré-susurró Jane, abrazando a Rachel.
Los ojos de Rachel brillaron.
– Gracias.
Grant abrió la puerta y salió andando sobre el porche, lo cual puso de pie a Joe, y los gruñidos llenaron el aire. Serenamente Grant examinó al perro.
– Pues bien, caramba -dijo él suavemente.
Jane bufó.
– ¿Tienes miedo a ese perro? Es tan dulce como puede serlo.
Kell los siguió hasta el porche.
– Joe, siéntate -ordeno él.
Se oyó el peculiar sonido, agudo de un rifle siendo disparado y la madera se astilló en el poste y a cuatro centímetros de la cabeza de Kell. Kell cambió de dirección y se tiró de cabeza por la puerta abierta al mismo tiempo que Rachel saltaba hacia él, y la golpeó echándola al suelo. Casi simultáneamente Grant lanzó literalmente a Jane por la puerta cuando otro disparo estalló, luego la cubrió con su cuerpo.
– ¿Estáis todos bien? -pregunto Kell a través de los dientes apretados, mirando ansiosamente a Rachel cuando movió un pie y pateó la puerta cerrándola.
Ella se había golpeado la cabeza contra el suelo, pero no era nada serio. Su cara estaba blanca, se agarró a él.
– Sí, estoy b-b-bien -tartamudeó ella.
Él comenzó a ponerse de pie, poniéndose en cuclillas bajo la ventana.
– Tú y Jane tumbaos en el vestíbulo -ordenó él con brusquedad, cogiendo la pistola del dormitorio donde la había dejado.