¡Allí estaba otra vez, oscilaba de arriba abajo en el agua!. Dio un paso ansioso hacia adelante, mojando sus pies en el oleaje espumoso. Luego el objeto oscuro cambió de dirección otra vez y asumió una forma curiosa. El brillo de la luz plateada de las estrellas le hizo ver algo así como un brazo, agitándose débilmente con violencia hacia adelante, como un como un nadador cansado empeñándose en conseguir coordinación. Un brazo musculoso, y la masa oscura al lado de eso podría ser una cabeza.
El cuerpo entero de Rachel se estremeció ante la llegada de una ráfaga de comprensión. Ella estaba en el agua antes de que se diera cuenta de ello, surgiendo a través de las olas hacia el hombre que se esforzaba. El agua impidió su avance, las ondas empujándola hacia atrás con más fuerza; La marea apenas comenzaba a regresar hacia adentro. El hombre se hundió ante ella, y un grito ronco explotó en su garganta. Chapoteó salvajemente hacia él, el agua la cubría hasta el pecho ahora, las olas chocaban violentamente contra su cara. ¿Dónde estaba él? El agua negro no daba indicio de su posición. Alcanzó el lugar donde lo había visto por ultima vez, pero sus manos que buscaban frenéticamente en el agua no encontraban nada.
Las olas le llevarían hacia la playa. Ella cambió de dirección y se tambaleó mientras iba hacia orilla y le vio otra vez un momento antes de que su cabeza desapareciera bajo el agua otra vez. Ella tomó una decisión, nadando fuertemente, y dos segundos más tarde su mano se cerró en torno al pelo recio. Ferozmente ella sacó con fuerza su cabeza por encima del agua, pero él estaba laxo, sus ojos cerrados.
– ¡No te mueras sobre mi! -le ordenó entre dientes, cogiéndole bajo los hombros y remolcándole hacia la playa.
Dos veces la marea golpeó sus pies haciendo que trastabillara, y cada vez pensó que se ahogaría antes de que pudiera luchar con el peso del hombre.
Después le llegó el agua por las rodillas, y él se dobló fláccidamente. Tiró fuertemente hasta que él estuvo casi completamente fuera del agua, luego dio un paso y cayó sobre sus rodillas en la arena, tosiendo y abriendo la boca. Con cada músculo temblándole por el cansancio, gateó sobre sus rodillas hasta él.
Capítulo Dos
Estaba desnudo. Su mente apenas registró ese hecho antes de olvidarlo, empujado por asuntos más prioritarios. Todavía jadeaba en busca de aire para si misma, pero se obligó a contener el aliento mientras le ponía la mano en el pecho para intentar detectar un latido, o el movimiento arriba y abajo de su respiración. Estaba quieto, demasiado quieto. No encontraba indicio de la vida en él, y su piel estaba tan fría.
¡Por supuesto que estaba fría! Se regañó bruscamente, sacudiendo la cabeza para despejarla de las telarañas de la fatiga. Había estado en el agua durante sólo Dios sabía cuánto tiempo, pero estaba nadando, por muy débil que fuera, la primera vez que le había visto, y estaba dejando pasar unos segundos preciosos cuando debería estar actuando.
Le llevó toda la fuerza que tenía hacerle rodar hasta dejarle encima de su estómago, porque no era un hombre pequeño, y la brillante luz de las estrellas revelaba que era puro músculo sólido.
– Vamos- le dijo, sin dejar de masajearle la espalda. Él sufrió un ataque de tos, su cuerpo levantándose bajo ella. Luego gimió roncamente y se estremeció antes de quedarse quieto.
Rápidamente Rachel le tumbó de espaldas otra vez, inclinándose ansiosamente sobre él. Su respiración era audible ahora. Demasiado rápida y leve, pero definitivamente estaba respirando. Sus ojos estaban cerrados, y su cabeza rodó hacia un lado cuando ella le sacudió. Estaba inconsciente.
Volvió a apoyarse sobre sus talones, temblando mientras la brisa del océano traspasaba la camisa mojada que llevaba puesta, y clavó la mirada en la cabeza oscura que descansaba sobre la arena. Sólo después notó la torpe atadura que tenía alrededor del hombro. Intentó quitárselo de un tirón, pensando que quizá fuesen los restos de la camisa que llevaba puesta cuando sufrió el accidente que le había arrojado al océano. Pero la tela mojada bajo sus dedos era de tela vaquera, demasiado pesada para una camisa en este clima, y estaba atada con un nudo. Tiró de ello otra vez, y parte de la tela se desprendió. Había estado doblada en una almohadilla y apartado el nudo, y a gran altura en su hombro había una herida, un agujero redondo, obsceno, donde no debería haber habido uno, de color negro a la pálida luz.
Rachel clavó los ojos en la herida, sobresaltándose al comprender. ¡Había recibido un disparo! Había visto demasiadas heridas de bala para no reconocer a una, aun a la tenue luz de las estrellas que reducía todo a brillos plateados y sombras negras. Giró la cabeza de un lado a otro, y fijó la mirada mar adentro, forzando la vista para ver cualquier punto de luz reveladora, que advertiría de la presencia de un bote, pero no había nada. Todos sus sentidos estaban alertas, sus nervios hormigueando, instantáneamente vigilantes.
La gente no recibía disparos sin razón, y era lógico suponer que quienquiera que le había disparado la primera vez estaría dispuesto a hacerlo otra vez.
Él tenía que recibir ayuda, pero no había forma de que ella se le echase sobre la espalda y le subiera hasta su casa. Se levantó, escudriñando el oscuro mar otra vez para asegurarse de que no había pasado nada por alto, pero la superficie del agua estaba vacía. Tenía que dejarle allí, al menos el tiempo que tardase en llegar corriendo a la casa y volver.
Una vez tomada la decisión, Rachel no vaciló. Doblándose, asió al hombre por debajo de los hombros y clavó los talones en la arena, gruñendo por el esfuerzo a medida que tiraba de él lo suficientemente lejos del agua para que la marea no llegase hasta él antes de que pudiera regresar. Incluso en las profundidades de la inconsciencia él sintió el dolor que le causó al tirar fuertemente de su hombro herido y dio un gemido bajo, ronco. Rachel se sobresaltó y sintió sus ojos ardían momentáneamente, pero era algo que tenía que hacer. Cuando juzgó que él estaba lo suficientemente lejos de la playa, dejó sus hombros sobre la arena tan suavemente como pudo, susurrándole una disculpa jadeante aunque sabía que no la podría oír.
– Ya vuelvo- le aseguró, tocando su rostro mojado brevemente. Luego corrió.
Normalmente el camino de subida desde la playa y a través de los pinos le parecía bastante corto, pero esta noche se extendía interminablemente delante de ella. Corrió, sin preocuparse por golpearse con las raíces que sobresalían, los desnudos dedos de los pies, sin prestar atención a las pequeñas ramas que se enganchaba en su camisa. Una rama fue lo suficientemente fuerte para atrapar su camisa, deteniendo su carrera. Rachel tiró con todo su peso de la tela, demasiado frenética para detenerse a desenredarla. Con ruido la camisa se desgarró, y fue libre para reanudar su salvaje carrera cuesta arriba.
Las acogedoras luces de su pequeña casa eran un faro en la noche, la casa un oasis de seguridad y familiaridad, pero algo había ido muy mal, y no podía encerrarse dentro de su refugio. La vida del hombre en la playa dependía de ella.
Joe había oído su llegada. Estaba de pie sobre el borde del porche con sus pelos del cuello erizados y un gruñido bajo y retumbante surgiendo de su garganta. Podía distinguirle contra la luz del porche mientras corría a toda velocidad a través del patio, pero no tenía tiempo para apaciguarle. Si la mordía, la mordía. Se preocuparía por eso más tarde. Pero Joe ni siquiera la miró mientras ella saltaba subiendo las escaleras y cerraba de golpe la puerta de tela metálica. Permaneció en guardia, de cara a los pinos y la playa, con todos sus músculos estremeciéndose mientras se colocaba entre Rachel y lo que fuere que la hubiera hecho correr a través de la noche.