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En unos minutos el asistente le informó de que tenía a Washington al otro lado de la línea.

– ¿Secretario Patterson? -preguntó.

– No, señor -le respondieron-. Aquí el secretario de Marina, el señor Forrestal.

«¿La marina? Pero ¿qué diantres está pasando aquí?», se preguntó.

El domingo por la mañana el calor ya estaba horneando el barro rojo cuando Mack Brazel se encontró con los dos oficiales de inteligencia, junto a una patrulla de soldados, a la entrada del rancho. El convoy siguió la camioneta de Brazel por los caminos polvorientos hasta la frondosa ladera de la colina en la que estaban la mayoría de los residuos. Las tropas, arrastrando los pies con dificultad bajo el sol abrasador, marcaron el perímetro, en tanto que el comandante Marcel, un joven pensativo, fumaba un cigarrillo detrás de otro mientras hurgaba entre los restos. Cuando Brazel señaló hacia las huellas de las ruedas y le preguntó si el ejército había pasado por allí con anterioridad, el comandante dio una calada especialmente larga y respondió: «Le aseguro que no tengo conocimiento de eso, señor».

En unas horas las tropas habían recogido cosas del lugar, habían cargado un montón de residuos en sus camionetas cubiertas con lonas y se habían marchado. Brazel observó cómo el convoy desaparecía en el horizonte y sacó un trozo de metal de su bolsillo. Era tan fino y tan ligero como el papel de aluminio que hay dentro de los paquetes de tabaco. Pero había algo extraño en él. Brazel era un tipo fuerte con manos como palas, pero por más que lo intentaba no podía doblarlo ni un poquito.

Durante los dos días siguientes Brazel observó el ir y venir del ejército del lugar del impacto. Le dijeron que se mantuviera a distancia. El martes por la mañana estuvo seguro de haber visto la estrella de un general de brigada en un todo terreno que pasó a toda velocidad. Era inevitable que toda la ciudad supiera que algo estaba pasando en el rancho de Foster, y el martes por la tarde el ejército ya no podía encubrir más la historia. El coronel Blanchard envió a la prensa un comunicado oficial de las Fuerzas Aéreas en el que se admitía que un granjero local había encontrado un platillo volante. El artefacto había sido recuperado por la Oficina de Inteligencia base y había sido transferido a unas dependencias de mayor capacidad. Esa misma tarde el Roswell Daily Record dio el campanazo con una edición especial y comenzó el frenesí en todos los medios de comunicación.

Curiosamente, una hora después del anuncio oficial de Blanchard, el general Ramey estaba al teléfono con la agencia internacional de prensa cambiando la versión de la historia. No era un platillo volante ni nada por el estilo. Se trataba de un globo sonda ordinario con un radar reflector, nada como para llevarse las manos a la cabeza. ¿Podría la prensa tomar fotos de los restos? El general contestó que bueno, que Washington había levantado un cerco de seguridad en toda la zona pero que vería qué podía hacer para ayudarles. Poco después había invitado a los fotógrafos a su oficina de Texas para que tomaran fotos de un globo sonda laminado en aluminio que yacía sobre su moqueta. «Aquí lo tienen, caballeros. Este es el culpable de tanto alboroto.»

En una semana la historia perdería fuelle a nivel nacional. Aunque en Roswell había rumores sobre extraños acontecimientos que habían tenido lugar desde las primeras horas y hasta días después del impacto. Se decía que el ejército había estado en el lugar antes de que llegara Brazel, que había un platillo prácticamente intacto, y que por la mañana temprano se recogieron cinco pequeños cuerpos que no eran de seres humanos y a los que se les realizó la autopsia en la base militar.

Más tarde, una enfermera del ejército que había estado presente durante las autopsias hablaría en Roswell con un agente funerario amigo suyo y le dibujaría en una servilleta bocetos en los que aparecían unos seres enclenques de cabezas alargadas y ojos inmensos. El ejército retuvo en su custodia a Mack Brazel por un tiempo y después de esto sus ganas de hablar disminuyeron ostensiblemente. En los días siguientes al suceso, todos aquellos que habían sido testigos del impacto y de la recuperación de los restos, o cambiaron sus historias, o se les sellaron los labios o les enviaron lejos de Roswell; de algunos de ellos nunca más se supo.

Truman respondió a la línea que le conectaba con su secretaria. -Señor presidente, el secretario de Marina ha llegado.

– Está bien. Hágale pasar.

Forrestal, un hombre pulcro cuyo rasgo más significativo eran sus prominentes orejas, tomó asiento ante Truman con la espalda como un cirio y con el mismo aspecto que cuando era un banquero con traje de raya diplomática.

– Jim, me gustaría que me pusieras al día del Vectis -comenzó Truman, saltándose los saludos. Eso a Forrestal le iba perfecto, pues era un hombre que usaba las mínimas palabras posibles para dejar las cosas claras.

– Yo diría que todo va como habíamos previsto, señor presidente.

– La situación en Roswell… ¿cómo va eso?

– Estamos revolviendo el caldo en su justa medida, según mi opinión.

Truman asintió enérgicamente.

– Esa es la impresión que tengo por los recortes de la prensa. ¿Y cómo se están tomando los chicos del ejército eso de recibir órdenes directas del secretario de Marina? -dijo Truman entre risas.

– No les complace demasiado, señor presidente.

– ¡No, estoy seguro de que no! No me equivoqué al elegirte. Ahora se trata de una operación de la marina, así que los chicos tendrán que empezar a acostumbrarse a ello. Ahora cuéntame sobre ese sitio de Nevada. ¿Cómo están las cosas por allí?

– Groom Lake. La semana pasada visité el escenario. No es muy acogedor. Yo diría que eso que llaman lago lleva seco unos cuantos siglos. Es un lugar remoto, limita con nuestra zona de pruebas deYucca Fíats. No habrá problema con los visitantes, pero incluso en caso de que alguien intentara encontrarlo, geográficamente, con toda esa multitud de colinas y montañas en los alrededores, resulta bastante defendible. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército está haciendo excelentes progresos. Van adelantados respecto al plan previsto. Han construido una pista, hangares y barracones rudimentarios.

Truman se puso las manos detrás del cuello y se relajó ante las buenas noticias.

– Eso está bien. Sigue.

– Las excavaciones de las dependencias subterráneas ya han terminado. Están poniendo cemento y en breve comenzarán los trabajos de ventilación y electricidad. Confío en que las dependencias estarán a pleno nivel de operatividad en el tiempo previsto.

Truman parecía satisfecho. Su hombre estaba haciendo bien su trabajo.

– ¿Qué se siente al ser contratista general del proyecto de edificación más secreto del mundo? -preguntó.

Forrestal reflexionó.

– Una vez construí una casa en el condado de Westchester. En cierto modo este proyecto es menos exigente.

El rostro de Truman se contrajo.

– Porque tu mujer no está mirando por encima de tu hombro, ¿me equivoco?

– No se equivoca, señor -contestó Forrestal sin frivolidad ninguna.

Truman se inclinó hacia delante y bajó el tono de voz.

– ¿El material británico sigue arriado en Maryland?

– Sería más fácil si lo tuviéramos en Fort Knox.

– ¿Cómo vas a hacer para cruzar el país hasta Nevada?