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Nancy, avergonzada, bajó los ojos.

– Gracias.

Will cambió de tema rápidamente.

– Bueno, demos un paso atrás e intentemos ver el resumen de la película -dijo-.Tantos detalles van a acabar con nosotros. Hagamos un repaso una vez más y centrémonos en las conexiones.

Fue con ella hasta la mesa de conferencias y puso los archivos sobre otro montón de archivos para trabajar sobre una superficie ordenada. Cogió una hoja en blanco, escribió en ella «Observaciones clave» y subrayó las palabras un par de veces. Le pidió a su cerebro que trabajara y se aflojó el nudo de la corbata para dejar que la sangre fluyera.

Había habido tres muertes el día 22 de mayo, otras tres el día 25, dos más el 11 de junio, y desde entonces ninguna más.

– ¿Qué nos dice esto? -preguntó. Nancy negó con la cabeza, así que se respondió él mismo-.Todos son días laborables.

– Tal vez ese tipo tenga un trabajo de fin de semana -apuntó Nancy.

– Vale. Tal vez. -Will introdujo su primera observación clave: «Días laborables»-. Busca los archivos de Swisher. Creo que están en la estantería.

Caso 1: David Paul Swisher, treinta y seis años, banquero especialista en inversiones en el HSBC. Park Avenue, acomodado, educación elitista. Casado, ningún lío a la vista. No parecía tener ningún negocio sucio guardado en el armario. Sacó a pasear al chucho de la familia de madrugada. Un hombre que había salido a correr lo encontró a las cinco de la mañana en un charco de sangre: reloj, anillos y cartera, desaparecidos; la carótida izquierda, seccionada limpiamente. El cuerpo aún estaba caliente; se encontraba a unos seis metros fuera del radio de la cámara del circuito cerrado de seguridad más próximo, situada en el tejado de una residencia en el lado sur de la calle Ochenta y dos. Por seis malditos metros no tenían el asesinato grabado en una cinta.

Sin embargo, sí tenían grabada a una persona: una secuencia de nueve segundos, desde las 5.02.23 hasta las 5.02.32, que había sido grabada con una cámara de seguridad situada en el tejado de un edificio de diez plantas del lado oeste de Park Avenue, entre la Ochenta y uno y la Ochenta y dos. Mostraba a un varón que caminaba hacia el interior del plano desde la calle Ochenta y dos, giraba en dirección sur en Park Avenue, para después girar sobre sus propios talones, volver por donde había venido y desaparecer una vez más por la calle Ochenta y dos. La imagen tenía poca calidad, pero los técnicos del FBI la habían mejorado. Por la coloración de las manos del sospechoso dedujeron que era negro o hispano, y tomando ciertas referencias calcularon que medía uno cincuenta y cinco y que pesaba entre setenta y ochenta kilos. Tenía la cara bañada en sombras por la capucha de una sudadera gris. Los tiempos coincidían, ya que la llamada al 911 entró a las 5.07, pero ante la ausencia de testigos no contaban con pistas acerca de su identidad.

Si no fuera por la postal, lo considerarían un asalto callejero más, pero David Swisher tenía una postal. David Swisher era la víctima número uno del caso Juicio Final.

Will sostuvo en alto una foto del hombre encapuchado y la agitó ante Nancy.

– Entonces, ¿este es nuestro hombre?

– Puede que sea el asesino de David, pero eso no le convierte en el asesino del Juicio Final -dijo ella.

– ¿Un asesino en serie que delega? Sería el primero.

Nancy lo intentó de otra manera.

– Bueno, tal vez fue un asesinato por encargo.

– Es posible. Un inversor está llamado a tener enemigos -dijo Will-. En cada trato hay un ganador y un perdedor. Pero David era diferente de las otras víctimas. Era el único que iba al trabajo vestido de etiqueta. ¿Quién iba a pagar para que se cargaran a cualquiera de los otros? -Will hojeó uno de los archivos de Swisher-. ¿Tenemos alguna lista de los clientes de David?

– El banco no está cooperando mucho -dijo Nancy-. Cada petición de información tiene que pasar por el departamento jurídico y ser firmada por el consejero general. Aún no hemos conseguido nada, pero les estoy presionando.

– Tengo el presentimiento de que él es la clave. -Will cerró el archivo de Swisher y lo apartó-. El primer asesinato de una serie tiene un significado especial para el asesino, algo simbólico. ¿Has dicho que hoy iremos a ver a su esposa?

Nancy asintió.

– Ya es hora.

Caso 2: Elizabeth Marie Kohler, treinta y siete años, encargada del drugstore Duane Reade de Queens. Muerta de un disparo en la cabeza, aparentemente para robarle. La encontraron los empleados cuando llegaron a trabajar a las 8.30. En un principio la policía pensó que la había asesinado alguien que esperaba su llegada para robar narcóticos. Algo le salió mal, disparó, la mujer cayó al suelo y él se fue corriendo. La bala era del calibre 38, un tiro en la sien a corta distancia. No había vídeo ni datos forenses de utilidad. La policía tardó un par de días en encontrar la postal y relacionarla con las otras muertes.

Will alzó la vista del expediente.

– Muy bien, ¿qué conexión existe entre un banquero de Wall Street y la encargada de un drugstore?

– No lo sé -dijo Nancy-. Más o menos tenían la misma edad, pero sus vidas no tenían ningún punto de interconexión obvio. Él jamás compró en su tienda. No tenemos nada.

– ¿Qué sabemos de su ex marido, antiguos novios, compañeros de trabajo?

– Casi todos están identificados y han testificado -contestó Nancy-. Hay un novio de la época del instituto que no hemos conseguido localizar. Su familia se trasladó a otro estado hace años. Sus ex que no tienen una coartada para su asesinato la tienen para los otros. Lleva divorciada cinco años. Su ex marido estaba conduciendo un autobús de línea regular la mañana en que le dispararon. Era una persona normal y corriente. No había complicaciones en su vida. No tenía enemigos.

– Así que si no tuviéramos esa postal, esto habría sido un caso abierto y cerrado de robo a mano armada que se tuerce.

– Eso es lo que parece a simple vista -convino Nancy.

– De acuerdo, puntos de actuación -dijo Will-. Busca si tenía algún anuario del instituto o la universidad y haz que introduzcan todos los nombres en la base de datos. Además, ponte en contacto con el dueño de la casa y consigue un listado de todos sus vecinos, los de ahora y los de antes, hasta cinco años atrás. Añádelos a la batidora.

– Hecho. ¿Quieres otro café?

– Lo estaba deseando.

Caso 3: Consuela Pilar López, treinta y dos años, inmigrante ilegal de República Dominicana, vivía en Staten Island y trabajaba en Manhattan limpiando oficinas. La encontró, pasadas las tres de la mañana, un grupo de adolescentes en un área boscosa cerca de la costa en el parque Arthur von Briesen, a menos de un par de kilómetros de su casa en Fingerboard Road. La habían violado y acuchillado repetidas veces en el pecho, la cabeza y el cuello. Esa noche había tomado el ferry de las diez en Manhattan, la cámara de videovigilancia así lo confirmaba. Después siempre tomaba el autobús del sur hacia Ford Wadsworth, pero nadie recordaba haberla visto en la estación de autobuses de la terminal St. George del ferry ni en el autobús número 51 que recorría Bay Street hacia Fingerboard.

La hipótesis que se manejaba era que alguien la había interceptado en la terminal, le había ofrecido acompañarla a casa y se la había llevado a alguna esquina oscura de la isla, donde encontraría su final bajo la imponente superestructura del puente Verrazano-Narrows. No había semen ni sobre su cuerpo ni en su interior. Al parecer el asesino había usado un condón. En la camisa de la mujer se encontraron fibras de color gris que podrían proceder de la tela de algodón de una sudadera. Según el examen de las heridas en la autopsia, la hoja del cuchillo que se utilizó tenía diez centímetros de largo, compatible con la que acabó con la vida de David. López residía en una vivienda adosada con primos y hermanos, algunos con papeles y otros sin ellos. Era una mujer religiosa, asistía a misa en la iglesia de San Silvestre, adonde acudieron en masa los sorprendidos parroquianos para rendirle honores. Según su familia y sus amigos, no tenía novio, y la autopsia señalaba que a pesar de tener treinta y dos años todavía era virgen. Todos los intentos de relacionarla con las otras víctimas habían resultado infructuosos.