– ¿No hay nada que lo vincule con drogas? -preguntó Will.
– Nada, pero recuerdo que en derecho estudiamos un caso de mensajeros en bici que distribuían cocaína a corredores de bolsa.
– No es mala idea, será nuestro asunto de drogas. -Escribió: «Buscar residuos de narcóticos en la mochila».
Caso 5: Milos Ivan Covic, un hombre de ochenta y dos años de Park Slope, Brooklyn, a media tarde se tira por la ventana de su apartamento, en una novena planta, y organiza un desastre de mil demonios en Prospect Park West, cerca de Grand Army Plaza. La ventana de su dormitorio está abierta de par en par; el apartamento, cerrado; no hay señales de allanamiento ni robo. No obstante, hechas añicos, en el suelo, junto a la ventana, hay varias fotografías enmarcadas, en blanco y negro, de un joven Covic junto a otras personas, presumiblemente familiares. No hay ninguna nota de suicidio. El hombre, un inmigrante croata que había trabajado de zapatero durante cincuenta años, no tenía parientes vivos y era tan reservado que nadie puede dar fe de su estado mental. En el apartamento solo había, sus huellas dactilares.
Will echó un vistazo al montón de fotografías antiguas.
– ¿Y no hemos identificado a ninguna de estas personas?
– A ninguna -contestó Nancy-. Hemos entrevistado a todos sus vecinos, lo hemos intentado entre la comunidad croata-americana, pero nadie lo conocía. No sé a dónde acudir. ¿Alguna idea?
Will alzó las palmas de las manos.
– Para este no se me ocurre nada.
Caso 6: Marco Antonio Napolitano, de dieciocho años, recién graduado en la escuela secundaria. Vivía con sus padres y su hermana en Little Italy. Su madre encontró la postal en su habitación y al ver el dibujo del ataúd se puso histérica. Su familia lo buscó infructuosamente durante todo el día. La policía encontró su cadáver esa misma noche en el cuarto de calderas del edificio; tenía una jeringuilla clavada en el brazo y los utensilios de la heroína y el torniquete junto a su cuerpo. La autopsia reveló sobredosis, pero la familia y sus amigos más cercanos insistieron en que no era adicto, lo cual fue corroborado por la ausencia de señales de pinchazos en su cuerpo. Lo habían pillado un par de veces en hurtos y ese tipo de cosas, pero no era un mal chico. En la jeringa había dos ADN diferentes, el suyo y el de un varón sin identificar, lo que sugería que alguien más se había chutado usando los mismos utensilios. Asimismo, en la jeringuilla y en la cuchara había dos tipos de huellas dactilares diferentes, las suyas y las de otro, las cuales, después de analizarlas, habían resultado estar limpias, con lo que los cincuenta millones de personas que había en la base de datos quedaban descartados.
– Vale -dijo Will-. En este podríamos encontrar conexiones.
Nancy también las veía.
– Sí, a ver qué te parece esto -dijo, animada-. El asesino es un adicto, mató a Elizabeth para quitarla de en medio cuando buscaba narcóticos en Duane Reade. Tuvo una riña con Marco y le inyectó una sobredosis, y tenía una cuenta que saldar con Myles, que era su proveedor.
– ¿Y qué pasa con David?
– Eso es más un atraco por dinero, lo cual también encaja con un drogadicto.
Will sacudió la cabeza con una sonrisa de impaciencia.
– Demasiado facilón -dijo mientras escribía: «¿Posible drogadicto?»-Vale, recta final. Nuestro hombre se toma dos semanas de descanso y el 11 de junio vuelve a empezar. ¿Por qué esta pausa? ¿Está cansado? ¿Ocupado con alguna otra cosa en su vida? ¿Fuera de la ciudad? ¿De vuelta en Las Vegas?
Preguntas retóricas. Nancy estudiaba el rostro de Will mientras este se estrujaba el cerebro.
– Hemos repasado todas las infracciones que se produjeron en dirección al este en las carreteras principales entre Las Vegas y Nueva York durante los intervalos entre las fechas señaladas en las postales y las fechas de los asesinatos y no hemos encontrado nada relevante. ¿Correcto?
– Correcto -contestó Nancy.
– Y hemos conseguido las listas de los pasajeros de todos los vuelos directos y con escalas entre Las Vegas y el área metropolitana de Nueva York de las fechas que nos interesan. ¿Correcto?
– Correcto.
– ¿Y qué hemos sacado en claro?
– Por ahora nada. Tenemos miles de nombres que cada pocos días cruzamos con los nombres de nuestra base de datos de víctimas. De momento no ha habido coincidencias.
– ¿Y hemos examinado el pasado criminal estatal y federal de todos los pasajeros?
– ¡Will, eso ya me lo has preguntado mil veces!
– ¡Porque es importante! -No tenía intención de disculparse-. Consígueme una lista de todos los pasajeros que tengan apellidos hispanos. -Apuntó hacia una pila de expedientes que había en el suelo, junto a la ventana-. Pásame ese. Con ese es con el que empecé.
Caso 7: Ida Gabriela Santiago, setenta y ocho años de edad, asesinada por un intruso en su propia habitación con una bala del calibre 22 que le traspasó el oído. Tal como Will sospechaba, no la habían violado, y aparte de las huellas dactilares de la víctima y de su familia no se habían encontrado más huellas por ningún sitio. Le habían robado el bolso y aún no lo habían recuperado. Una huella de pie en la tierra de debajo de la ventana de la cocina revelaba un número cuarenta y siete y el dibujo de celdas propio de unas zapatillas de baloncesto Reebok DMX 10. Teniendo en cuenta la profundidad de la huella y la humedad de la tierra, los técnicos del laboratorio calculaban que el sospechoso pesaba unos setenta y siete kilos, más o menos lo mismo que el sospechoso de Park Avenue. Habían buscado conexiones, especialmente con el caso López, pero no parecía que hubiera ninguna relación entre las vidas de las dos mujeres hispanas.
Esto les dejaba con el caso 8: Lucius Jefferson Robertson, el hombre al que habían literalmente matado de un susto. No había mucho que decir acerca de él…
– Ya está, estoy frito -anunció Will-. ¿Por qué no haces un resumen, socia?
Nancy repasó sus anotaciones recientes y echó un vistazo a sus observaciones clave.
– Supongo que habría que decir que nuestro sospechoso es un varón hispano de un metro cincuenta y cinco que pesa unos setenta y siete kilos, es drogadicto y violador, conduce un coche azul, tiene una navaja, una pistola del calibre 22 y otra del calibre 38, viene y va de Las Vegas, bien en tren bien en coche, y prefiere matar en los días laborables y volver a casa para el fin de semana.
– Magnífico perfil -dijo Will esbozando por fin una sonrisa-. Vale, vamos al grano. ¿Cómo escoge a sus víctimas y qué sentido tienen las postalitas de los cojones?
– ¡No digas tacos! -Nancy alzó la libreta en su dirección-. Puede que las víctimas tengan alguna conexión y puede que no. Cada crimen es diferente. Es casi como si fueran deliberadamente aleatorios. Tal vez también elija a sus víctimas al azar. Manda las postales para hacernos saber que los crímenes están relacionados y que es él quien decide si alguien debe morir. Lee las noticias sobre el asesino del Juicio Final que salen en los periódicos, tiene el satélite conectado las veinticuatro horas, de eso se alimenta. Es un tipo muy listo y muy retorcido. Ese es nuestro hombre.