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– Sabes perfectamente que no puedo creer nada de esto -dijo Will con tranquilidad.

– Si me das un día, puedo demostrártelo. Puedo sacarte una lista de toda la gente que morirá mañana en Los Ángeles. O en Nueva York, o en Miami. Donde quieras.

– No tengo un día. -Will se levantó y comenzó a andar arriba y abajo enérgicamente-. Ni siquiera entiendo cómo es que te estoy dando el día de hoy. -Soltó unos cuantos tacos con rabia y le exigió-: Conéctate y mira en el News Herald de Panamá City, en Florida. Busca en las necrológicas de hoy a ver si las tienes en tu maldita lista.

– Y el periódico local que hay en la puerta ¿no sería más fácil?

– ¿Y si ya lo has mirado?

– ¿Piensas que he preparado todo esto?

– Podría ser.

Mark parecía preocupado.

– No puedo conectarme.

– ¡Vale, o sea que es una chorrada! -gritó Will-. Sabía que era una chorrada.

– Si conecto mi ordenador a la red nos localizarán en un par de minutos. No pienso hacerlo.

Will, frustrado, echó un vistazo a la habitación y vio un teclado en el mueble de la televisión.

– ¿Qué es eso? -preguntó.

Mark sonrió.

– La conexión a internet del hotel. No había caído.

– Entonces, ¿qué, puedes hacerlo?

– Soy científico informático. Supongo que encontraré la manera.

– Creía que habías dicho que eras bibliotecario.

Mark no le hizo caso. Un minuto después ya tenía la página web del periódico en la pantalla de la televisión.

– El periódico de tu pueblo, ¿verdad?

– Ya sabes que sí.

Mark sacó su portátil y lo puso en funcionamiento.

Mientras estaba metiendo la contraseña, Will cayó en la cuenta de que en todo aquello había algo contradictorio.

– ¡Un momento! Has dicho que esos libros solo contienen nombres y fechas. Pero luego dijiste que podías clasificarlos por ciudades. ¿Cómo?

– Ese es gran parte del trabajo que realizamos en Área 51. Sin su concordancia geográfica esos datos no valen nada. Tenemos acceso virtual a todas las bases analógicas y digitales del mundo: partidas de nacimiento, registros de llamadas, balances bancarios, registros civiles, de la propiedad, seguridad social, servicios públicos, impuestos, seguros, lo que quieras. Hay seis mil millones y medio de personas en el mundo. Tenemos algún tipo de identificador del domicilio, aunque tan solo sea el país o la provincia, del noventa y cuatro por ciento de ellas. Prácticamente del ciento por ciento en Norteamérica y Europa. -Alzó la vista-. Esto lo tengo encriptado. Ya sabes, hay que introducir una contraseña, que no voy a darte. Necesito tener la seguridad de que me vas a proteger.

– ¿De quién?

– De los mismos que van tras de ti. Les llamamos los vigilantes. La seguridad de Área 51. Vale, ya estoy dentro. Toma el teclado.

– Vete al dormitorio -le dijo Will-. No quiero que veas las fechas.

– No te fías de mi.

– Eso es, no me fío.

Will se tiró varios minutos gritando nombres de personas recién fallecidas en Panamá City. Mezclaba los nombres de los archivos con los de gente que había muerto el día anterior. Para su sorpresa, Mark le devolvía la fecha correcta de cada muerte. Finalmente, Will le pidió que volviera a entrar.

– ¡Vamos, hombre! Esto es como un salón de actos de Las Vegas y tú eres uno de esos mentalistas. ¿Cómo lo haces?

– Te he dicho la verdad. Si piensas que te estoy tomando el pelo, tendrás que esperar hasta mañana. Te daré los nombres de diez personas de Los Ángeles que van a morir hoy. Y tú mañana comprueba las necrológicas.

Mark procedió entonces al dictado de diez nombres, fechas y domicilios. Will los anotó en un cuadernillo del hotel y se metió de mala gana la hoja en el bolsillo. Pero inmediatamente después se la sacó y dijo:

– ¡No pienso esperar hasta mañana!

Rebuscó el teléfono en los pantalones y vio que no funcionaba… la batería se había soltado cuando el teléfono se le cayó en la acera. La recolocó y el teléfono volvió a la vida. Mark le observaba divertido mientras llamaba a información para conseguir los números de teléfono.

Will soltaba un taco en voz alta cada vez que saltaba el contestador o no le cogían la llamada. En el número siete de la lista contestó alguien.

– Hola, soy Larry Jackson. Tengo una llamada perdida de Ora LeCeille Dunn -dijo Will. Escuchaba y caminaba por la habitación-. Sí, me llamó la semana pasada. Nos conocemos de hace tiempo. -Seguía escuchando pero ahora se desplomó sobre el sofá-. Lo siento. ¿Cuándo dice que ocurrió? ¿Esta mañana? ¿Así, de improviso? Siento mucho escuchar esta noticia. Le acompaño en el sentimiento.

Mark, pletórico, abrió los brazos.

– ¿Me crees ahora?

En los cascos de Frazier volvía a haber ruido.

– Malcolm, el teléfono de Piper ha dado señales de vida. Está en alguna parte del 9600 de Sunset.

Frazier regresó corriendo al centro de operaciones haciendo una ascensión vertical en su montaña rusa particular.

Will se levantó y examinó el bar. Quedaba un quinto de Johnnie Walker etiqueta negra. Lo abrió y se puso lo justo en un vaso de whisky.

– ¿Quieres uno?

– Es muy temprano.

– No me digas.-Se tragó el chupito y dejó que hiciera su trabajo en su organismo-. ¿Cuánta gente sabe esto?

– No lo sé con exactitud. Supongo que unas mil personas entre Nevada y Washington.

– ¿Quién lo lleva? ¿Quién está al mando?

– Es una operación de la Marina. Supongo que el presidente y algunos miembros de su gabinete tienen que saberlo, alguna gente del Pentágono y de Defensa, pero la persona de mayor rango de la que estoy seguro que lo sabe es el secretario de la Marina porque su nombre está en los memorandos.

– ¿Por qué la Marina? -preguntó Will, perplejo.

– No lo sé. Así se estableció desde el principio.

– ¿Esto ha permanecido oculto durante sesenta años? Los del gobierno no son tan buenos.

– Asesinan a los que se van de la lengua -dijo Mark amargamente.

– ¿Con qué objetivo? ¿Qué hacen ellos con los datos?

– Investigación. Planificación. Localización de recursos. La CÍA y los militares lo han usado como herramienta desde principios de los cincuenta. Está ahí, y no pueden permitirse no sacarle provecho. Podemos predecir acontecimientos, aunque no se puedan alterar los resultados, las muertes. Si puedes predecir los grandes acontecimientos, puedes planificarlos, preparar los presupuestos, dictar la política, tal vez suavizar sus efectos. Área 51 predijo la guerra de Corea, las purgas chinas de Mao, la guerra de Vietnam, Pol Pot en Camboya, las guerras del Golfo, las hambrunas de África. Podemos localizar grandes accidentes aéreos, desastres naturales como las inundaciones y los maremotos. Sabíamos lo del 11 de septiembre.

Will estaba anonadado.

– ¿Y no podíamos hacer nada?

– Como he dicho, los resultados no se pueden cambiar. No sabíamos cómo iban a ocurrir los ataques ni quién era responsable, aunque teníamos alguna idea más o menos acertada. Creo que por eso fuimos tan rápidos en pasar al ataque contra Irak. La partida estaba decidida desde el principio.

– Dios santo.

– Tenemos superordenadores que están analizando datos las veinticuatro horas del día, buscando patrones que se repitan a escala mundial. -Se inclinó sobre él y bajó la voz-. Puedo decirte con seguridad que el 9 de febrero de 2013 morirán doscientas mil personas en China, pero no puedo decirte por qué. Ahora mismo hay gente trabajando en eso. En 2025, el 25 de marzo para ser exactos, morirán más de un millón de personas en India y Pakistán. Esto significa un cambio de paradigma, pero queda demasiado lejos para que alguien se ocupe de ello.