Noah Gordon
La Bodega
Traducción de Enrique de Hériz
Título originaclass="underline" The Bodega
© 2007 by Noah Gordon
Para Lorraine, siempre
Ya en Babilonia impía, ya en Naishapur, mi curia,
ya la copa os ofrezca dulce o amargo vino,
el de la vida filtra con tarde importuna,
y las hojas sin savia van cayendo una a una.
Rubaiyat,
Omar Khayyam
La tierra es casi lo único
que no se puede escapar volando.
Última crónica de Barset,
Anthony Trollope
Bendito aquel que encontró su trabajo;
no pida más bendición.
Pasado y presente,
Thomas Carlyle
¿Dónde están los jóvenes?
Se han hecho todos soldados.
¿Cuándo van a aprender?
¿Cuándo van a aprender?
Where Have All the Flowers Gone?,
Pete Seeger
PRIMERA PARTE
El regreso
En las afueras del pueblo de Roquebrun,
provincia de Languedoc, sur de Francia
22 de febrero de 1874
1
De vuelta a casa
El día en que todo empezó, Josep estaba trabajando en el viñedo de los Mendes y a media mañana había entrado ya en una especie de trance que lo llevaba de una vid a la siguiente para podar las ramas secas y agotadas que habían soportado la fruta cosechada en octubre, cuando cada grano de uva parecía jugoso como una mujer carnosa. Podaba con mano implacable, dejando las reducidas vides que producirían la siguiente generación de uvas. Era un raro día encantador en un febrero áspero y, pese al frío, el sol parecía imponerse en el vasto cielo francés. A veces, cuando daba con un grano arrugado que había pasado inadvertido a los recolectores, rescataba la uva Fer Servadou y se deleitaba con su sabrosa dulzura. Al llegar al final de cada hilera, armaba una pira con los sarmientos podados y tomaba una rama encendida de la hoguera anterior para prender una nueva. El acre olor del humo se sumaba al placer del trabajo.
Acababa de encender una pira cuando, al alzar la mirada, vio que Léon Mendes se abría paso entre las viñas, sin detenerse a hablar con ninguno de los otros cuatro trabajadores.
– Monsieur -saludó con respeto cuando Mendes llegó a su altura.
– Señor. -Era una broma entre ellos, según la cual el propietario se dirigía a Josep como si éste lo fuera también, y no fuese sólo un simple peón. Sin embargo, Mendes no sonreía. Fue amable, pero directo como siempre-: Esta mañana he hablado con Henri Fontaine, que ha regresado hace poco de Cataluña. Josep, tengo muy malas noticias. Tu padre ha muerto.
Josep se sintió como si lo hubieran golpeado, incapaz de articular palabra. «¿Mi padre? ¿Cómo puede haber muerto mi padre?»
– ¿Qué causó su muerte? -preguntó al fin, como un estúpido.
Mendes meneó la cabeza.
– Henri sólo oyó que había muerto a finales de agosto. No sabía nada más.
– …Volveré a España, monsieur.
– ¿Estás seguro? -preguntó Mendes-. Al fin y al cabo, él ya no está…
– No, tengo que volver.
– ¿Y podrás regresar… a salvo? -preguntó con amabilidad.
– Creo que sí, señor. Llevo mucho tiempo pensando en volver. Le agradezco su amabilidad, monsieur Mendes. Por acogerme. Y por enseñarme.
Mendes se encogió de hombros.
– No ha sido nada. Nunca se termina de aprender sobre vinos. Lamento profundamente la pérdida de tu padre, Josep. Creo recordar que tienes un hermano mayor, ¿no?
– Sí. Donat.
– En la zona de donde tú eres, ¿el primogénito es el heredero? ¿Heredará Donat la viña de tu padre?
– En nuestra zona, es costumbre que el primogénito herede dos tercios y que los siguientes se repartan lo que quede y obtengan un trabajo del que vivir. Pero en mi familia, dada la escasez de nuestras tierras, la costumbre es que el mayor se lo quede todo. Mi padre siempre dejó claro que mi futuro estaba en el Ejército o en la Iglesia. Por desgracia, no valgo para ninguno de ambos.
Mendes sonrió, aunque con tristeza.
– No puedo decir que me parezca mal. En Francia, el reparto de propiedades entre los hijos ha provocado la existencia de explotaciones ridículamente pequeñas.
– Nuestra viña se compone sólo de cuatro hectáreas. Apenas daría para mantener a una familia, teniendo en cuenta que se cultiva en ella una clase de uva que sólo sirve para hacer vinagre.
– Tu uva no está mal del todo. Tiene sabores agradables y prometedores. De hecho, es demasiado buena para hacer vinagre barato. Cuatro hectáreas, manejadas adecuadamente, pueden proporcionar una cosecha digna de un buen vino. Sin embargo, tenéis que cavar bodegas para que el caldo no se amargue con el calor del verano -explicó Mendes gentilmente.
Josep sentía un gran respeto por Mendes. Sin embargo, ¿qué sabía el vinatero francés de Cataluña, o del cultivo de uvas destinadas al vinagre?
– Monsieur, usted ha visto nuestras casitas, con sus suelos de tierra -dijo en un tono demasiado impaciente, alelado como estaba de pensar en su padre-. No tenemos grandes castillos. No hay dinero para construir grandes bodegas con sótanos para conservar el vino.
Era obvio que monsieur Mendes no quería discutir.
– Ya que no vas a heredar el viñedo, ¿a qué te dedicarás en España?
Josep se encogió de hombros.
– Buscaré trabajo.
«Casi seguro que no será con mi hermano Donat», pensó.
– ¿Tal vez en otra zona? La región de La Rioja tiene unos pocos viñedos en los que deberían considerarse afortunados de poder contratarte, porque tienes un talento natural para la uva. Eres capaz de percibir sus necesidades, y tus manos son felices con el contacto de la tierra. Por supuesto, La Rioja no es Burdeos, pero allí se hacen algunos vinos aceptables -añadió en tono altivo-. Aunque si alguna vez quieres volver a trabajar aquí, enseguida encontrarás empleo conmigo.
Josep le dio de nuevo las gracias.
– No creo que vaya a La Rioja ni que vuelva a trabajar en Languedoc, monsieur. Cataluña es mi lugar.
Mendes asintió con la cabeza, demostrando que lo comprendía.
– La llamada del hogar siempre es poderosa. Ve con Dios, Josep -dijo con una sonrisa-. Y dile a tu hermano Donat que cave una bodega en el sótano.
Josep sonrió también, y meneó la cabeza. Se dijo a sí mismo que Donat no sería capaz de cavar ni un agujero para cagar.
– ¿Te vas? Ah…, pues buena suerte.
Margit Fontaine, la casera de Josep, recibió la noticia de la marcha de éste con su sonrisilla íntima, casi pícara, e incluso, según sospechaba él, con cierto placer. Para ser una viuda de mediana edad, tenía aún un rostro hermoso y un cuerpo que había provocado un acelerón en el corazón de Josep al verla por primera vez, aunque estaba tan poseída de sí misma que al cabo de un tiempo había perdido todo su atractivo. Ella le había proporcionado comidas descuidadas y un lecho blando que en alguna ocasión se había dignado a compartir con desdén, tratándolo como si fuera un torpe alumno de su estricta academia sexual. «Despacio, con determinación. ¡Con suavidad! ¡Jesús, muchacho, que no estás en una carrera!» Era cierto que le había enseñado meticulosamente lo que un hombre podía hacer. A él le habían intrigado las lecciones y su belleza, pero no habían intercambiado ninguna ternura y, como ella terminó desagradándole, el placer era limitado. Sabía que ella lo veía como un huesudo joven campestre al que debía enseñar todo acerca de cómo satisfacer a una mujer, un español sin el menor interés, que hablaba mal el occitano, idioma de la región, y no conocía el francés.