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Josep se quedó pensando.

– Me sorprende que no haya vuelto a casarse.

Nivaldo meneó la cabeza.

– No creo que quiera nada de ningún hombre, no sé si me entiendes. Ferran ya era viejo cuando se casaron. Estoy seguro de que lo que quería era sobre todo una trabajadora fuerte y dispuesta a no cobrar. Cuando murió, ella se juntó con Tonio Casals y él se quedó a vivir la mayor parte del año pasado en casa de Maria del Mar. Tonio es de esos que hacen cosas terribles a sus mulas y a las mujeres. Ella debió de ver bien pronto que sería un terrible ejemplo para el crío y al final se libró de él.

»Así que, piénsalo bien. Primero Jordi la dejó preñada y la abandonó. Luego Ferran la aceptó sólo porque es capaz de trabajar sin descanso. Y después Tonio Casals… Seguro que la maltrataba. Con un pasado así, supongo que considera una bendición no tener ningún hombre a su lado, ¿no te parece?

Josep se lo pensó y no tuvo más remedio que asentir.

El verano, como suele suceder, se deshizo de la primavera con un estallido de calor. La ola duró cinco semanas, forzó la apertura de las yemas y luego chamuscó las flores, lo que hizo presagiar otra sesión de sequía y escasa cosecha. Josep vagaba por la viña y contemplaba de cerca sus plantas. Sabía que, en su búsqueda constante de humedad, las viejas vides habían hundido sus raíces serpenteantes. Gracias a ellas lograban sobrevivir, pero al cabo del tiempo algunas empezaban a desarrollar flacidez en las puntas de los sarmientos y las hojas basales se amarilleaban, dando muestras de un intenso agotamiento.

Y entonces, una mañana lo despertó un trueno en medio de una inundación. La lluvia fustigó sin pausa durante tres días, seguida por el regreso de un calor pesado. Las parras más duras sobrevivieron y el calor y la lluvia se combinaron para producir yemas nuevas y más adelante una profusión de flores que terminarían por dar una cosecha abundante de frutos de tamaño extraordinario. Josep sabía que, si el tiempo se había comportado igual en Languedoc, Léon Mendes estaría bien triste, pues aquellas uvas grandes de crecimiento vigoroso tenían una personalidad y un sabor inferiores y eran un pobre material para elaborar vino. Pero lo que en Languedoc era una mala noticia se volvía bueno en Santa Eulalia, donde el aumento de tamaño y peso de las uvas implicaba mayor cantidad de vino para vender a las compañías productoras de vinagre y coñac. Josep sabía que aquellas condiciones climáticas le permitirían ganar dinero en su primera temporada como propietario de la viña, y estaba agradecido. Aun así, se percató de que, en la hilera de Tempranillo en la que había enterrado la lana para airear el duro suelo, las vides estaban densamente cargadas de racimos. No pudo resistirse a tratar aquella hilera tal como sabía que lo hubiera hecho Mendes, recortándola y arrancando algunas hojas para que la esencia de cada planta se concentrara en las uvas que quedaban.

El clima lozano y la humedad habían provocado que las malas hierbas también florecieran, de modo que pronto quedó cubierto de ellas todo el espacio entre hileras. Cultivar el viñedo a mano parecía una tarea infinita. La feria de caballos de Castelldefels había pasado ya y Josep se había resistido al impulso de comprar una mula. De manera lenta pero segura, su pequeña provisión de dinero se iba reduciendo y sabía que debía conservar los ahorros.

Sin embargo, Maria del Mar Orriols tenía una mula. Se obligó a ir hasta su viñedo y abordarla.

– Buenos días, Marimar.

– Buenos días.

– Qué fuertes están las malas hierbas, ¿no? -Ella lo miró fijamente-. Si me dejas usar tu mula para arar, arrancaré las tuyas también.

Ella se lo pensó un momento y luego asintió.

– Bien -dijo Josep.

Se lo quedó mirando mientras él iba en busca del animal. Cuando se disponía a llevarse la mula, Marimar alzó una mano.

– Haz primero las mías -dijo con frialdad.

8

Una organización social

En otro tiempo, Josep y Teresa Gallego habían sido inseparables, lo habían tenido todo claro, el mundo y el futuro eran fáciles de contemplar, como las carreteras de un mapa sencillo. Marcel Álvarez parecía fuerte como un roble; Josep creía que su padre iba a vivir largo tiempo. Sabía vagamente que, cuando al fin muriera, Donat se quedaría con el viñedo y era más o menos consciente de que tendría que buscar una manera de ganarse la vida. Él y Teresa encontrarían la manera de casarse, tener hijos, trabajar mucho para ganarse el pan y luego morir, como todo el mundo, Dios nos proteja. En eso no había complicación alguna. Ambos entendían muy bien qué era posible en la vida y qué era necesario.

La gente del pueblo estaba acostumbrada a verlos juntos siempre que no estaban trabajando en las viñas de sus respectivos padres. Era más fácil mantener el comportamiento apropiado durante el día, cuando todos los ojos del pueblo hacían de testigos. Por la noche, bajo el manto de la oscuridad, era más difícil porque la llamada de la carne se volvía más fuerte. Empezaron a tomarse de la mano mientras caminaban, un primer contacto erótico que les hizo querer más. La oscuridad era el cuarto privado que permitía a Josep abrazarla y darle torpes besos. Se apretujaban de tal manera que cada uno aprendía del otro por el rastro táctil del muslo, el pecho, la entrepierna, y se besaban largamente mientras pasaba el tiempo, hasta tal punto que se familiarizaron el uno con el otro.

Una noche de agosto, mientras el pueblo boqueaba bajo el aire caliente y pesado, fueron al río, se quitaron la ropa, se sentaron uniendo las cinturas en el fluir amable del agua y se exploraron mutuamente con un asombro excitado, tocándose por todas partes el vello, la desnudez, músculos y curvas, suaves pliegues de la piel, duras uñas de los pies, duricias y callos, fruto del penoso trabajo. Ella lo acunó como a un niño. Él descubrió y tocó suavemente el dique, que probaba su inocencia, como si una araña hubiera entrado allí para tejer una tela virginal de fina y cálida carne. Amantes nada mundanos, disfrutaron de aquella novedad prohibida, pero no sabían muy bien qué hacer con ella. Habían visto acoplarse a los animales, pero cuando intentaron emularlo Teresa se volvió categóricamente irritada y asustada.

– ¡No! No, no sería capaz de mirar a Santa Eulalia -dijo en tono violento.

Josep movió la mano de ella hasta que brotaron de él suficientes semillas para repoblar una aldea entera y luego flotaron corriente abajo en el río Pedregós. No era el gran destino sensual que, según sabían por instinto, los esperaba en el horizonte. Pero reconocieron haber pasado un mojón en el camino y de momento les satisfizo aquella insatisfacción.

La quemazón disolvió bien pronto su complacencia en el futuro. Él sabía que la respuesta a su dilema era una boda urgente, pero para conseguirlo necesitaba encontrar trabajo. En una aldea rural de minúsculos terrenos agrícolas era imposible, pues prácticamente todos los campesinos tenían su propia mano de obra y los hijos jóvenes competirían salvajemente con Josep en el improbable caso de que apareciera alguna posibilidad de trabajar.

Anhelaba huir de aquel pueblo que lo mantenía prisionero sin esperanzas y soñaba encontrar algún lugar en el que se le permitiera trabajar con entusiasmo y aplicar todas sus fuerzas a ganarse la vida.

Mientras tanto, a Josep y a Teresa les costaba quitarse las manos de encima.

Josep se volvió irritable y tenía los ojos rojos. Tal vez su padre lo notó, porque habló con Nivaldo.

– Josep, quiero que vengas conmigo mañana por la noche -dijo Nivaldo a Josep.

Éste asintió.

– ¿Adónde?