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Se dio cuenta de que la replantación sería una buena oportunidad para colocar las cepas en grandes grupos de la misma variedad, pues hasta entonces tenía que sufrir por el descuido de sus antepasados e ir de aquí para allá entre las hileras mezcladas para vendimiar según la variedad de cada parra.

Josep quería que toda la cosecha alcanzara la mayor madurez posible, pero no deseaba que se pasaran las uvas en la parra, de manera que planificó el orden de vendimia como si fuera un general a punto de entrar en la batalla.

Las plantas más antiguas, con las uvas más pequeñas, parecían madurar más tarde, acaso por el terreno en que estaban plantadas. Eran las mismas cepas de las que había hecho su vino mezclado y sentía un cariño especial por aquellas vides arrugadas y muy viejas, que no pensaba replantar mientras no dieran muestras de estar condenadas. De momento, les concedió unos días más de maduración.

Así fue que una mañana, a primera hora, empezó a cosechar recogiendo la fruta de las vides normales, las mismas que, hasta aquel año, habían ofrecido su uva cada año sólo para que se convirtiera en vinagre.

Tenía mucha ayuda. Donat había hecho saber a todo el pueblo que durante la semana de la vendimia la tienda de comestibles sólo estaría abierta desde el mediodía hasta las cuatro, y él y Rosa se habían sumado a los vendimiadores y pensaban pasar las noches pisando uva. Briel Taulé estaba allí, como siempre, y Marimar también había contratado a Ignasi Febrer y a Adrià Taulé, primo de Briel, para vendimiar y pisar.

A última hora de la tarde, Josep llegó al abrevadero lleno de uvas y se lavó los pies y las piernas.

Pronto se le sumarían otros y establecerían turnos de trabajos, unos para cosechar y seleccionar la uva, mientras los otros la pisaban. Pero de momento estaba solo y se regocijó en la escena. El depósito estaba abarrotado de uvas de un negro amoratado, brillantes. Cerca había una mesa llena de tortillas y pastas de Rosa, cubiertas con trapos, y vasos y cántaros de agua. Había leña en una ordinaria chimenea de piedra, esperando que alguien la encendiera, y lámparas y antorchas colocadas en torno a la cisterna de piedra para aportar su calor y su luz contra el oscuro frescor cuando llegara la noche.

Apareció Francesc, con su correr disparejo, y contempló cómo Josep metía un pie primero, y luego el otro, entre las uvas.

– Yo también quiero -le dijo.

Josep sabía que el montón de uvas era tan alto que Francesc no podría ni moverse entre ellas.

– El año que viene ya habrás crecido lo suficiente -le contestó.

Lo invadió un lamento repentino por el hecho de que su padre no hubiera vivido lo suficiente para conocer a aquel muchacho y a su madre. Que su padre no hubiera sido testigo de todo lo que había pasado en la viña de los Álvarez.

Que Marcel Álvarez no fuera a probar su vino jamás.

Sabía que se sostenía sobre los hombros de su padre, así como sobre los de quienes le habían precedido. Durante tal vez mil generaciones, su gente había trabajado la tierra de España, como peones en los campos de Galicia, y antes de eso como siervos.

Tuvo una visión repentina y mareante de todos sus antepasados en un castillo humano en el que cada generación lo alzaba a él más y más arriba sobre sus hombros hasta un punto en que ya no le alcanzaba el sonido de las grallas y de los tambores. Un castillo de mil pisos.

– Y Francesc es nuestro enxaneta, la cumbre -dijo.

Agarró al chiquillo y se lo subió a los hombros. Francesc se quedó sentado, con los pies colgados a ambos lados de la cabeza de Josep. Le agarró el pelo con las dos manos y gritó:

– ¿Y ahora qué hacemos, padre?

– ¿Ahora?

Josep dio los primeros pasos. Pensó en las esperanzas, en los sueños y en el duro trabajo dedicados a la uva, el esfuerzo constante para convertirla en vino. Aspiró su aroma y notó cómo se quebraban los granos bajo su peso, sintió que el jugo vital corría en libertad y lo llamaba, que apenas una capa de piel separaba la sangre de la uva de su propia sangre.

– Ahora, caminar y cantar, Francesc. ¡Caminar y cantar!

Agradecimientos

Este libro es mi carta de amor a un país. No descubrí las glorias del buen vino hasta que, siendo ya un hombre de mediana edad, empecé a viajar a España, donde pronto desarrollé un profundo afecto por la gente, su cultura y sus vinos.

Cuando decidí escribir una historia sobre ellos, escogí centrarme en la mitad del siglo xix porque fue el período de la plaga de la filoxera y de las Guerras Carlistas. Ubiqué mi viña ficticia en el Penedés porque, viviendo allí, mi protagonista tenía acceso al mismo tiempo a Barcelona y a las regiones vinícolas del sur de Francia.

¿Historia o imaginación?

Es importante señalar qué elementos de esta novela se basan en hechos históricos y cuáles derivan de la invención del autor. Por desgracia las guerras carlistas corresponden a la realidad, así como el desastre de la filoxera, mientras que el pueblo de Santa Eulalia y el río Pedregós sólo existen en La bodega.

Los miembros de la realeza proceden de la historia y el general Juan Prim pasó la mayor parte de su vida como militar, convertido en político y hombre de Estado cuando lo mataron. Para aprender sobre su asesinato acudí al profesor Pere Anguera, autor de la biografía definitiva del general Prim. Intenté plasmar la escena del asesinato tal como me la recreó el profesor Anguera. Los detalles -la sustitución de un carro de caballos por otro, las cerillas encendidas cada vez que el coche tomaba una nueva calle, la manera en que el paso quedó bloqueado por dos carricoches y una banda desde la que los pistoleros dispararon al presidente del Gobierno español- se presentan con la mayor cercanía posible a los hechos que tan generosamente Pere Anguera compartió conmigo. Le agradezco el haberme facilitado dicha información, así como por su posterior revisión de los pasajes dedicados al tiroteo.

Dado que el drama del asesinato en la vida real nunca concluyó con la condena y castigo de los asesinos, me sentí libre para, en la novela, añadir mis propios personajes ficticios a la escena. Es pura ficción, sin otro origen que mi imaginación, que unos jóvenes de un pueblo llamado Santa Eulalia se contaran entre la banda de asesinos.

Otros que me ayudaron

Doy las gracias a Maria Josep Estanyol, profesora de Historia de la Universidad de Barcelona, por sus respuestas a muchas preguntas.

Para documentarme sobre la fe católica me dirigí a nuestra amiga Denise Jane Buckloh, antigua hermana Miriam de la Eucaristía, OCD, a quien estoy agradecido por ello.

Asimismo, agradezco al catedrático Pheme Perkins del Boston College por responder a mis preguntas acerca de la concepción católica de temas como el entierro, el pecado y la penitencia.

La primera visita a una bodega española para la investigación -en compañía de Lorraine, mi esposa, y de mi hijo Michael Seay Gordon- tuvo lugar en el viñedo de los Torres en el Penedés, región en que se encuentra la viña de la novela. Fue un inicio prometedor: Albert Fornos, que ha pasado allí su carrera como viticultor, nos preparó una espléndida gira y Miguel Torres Maczassek presidió una cena en la que, para acompañar cada uno de los cinco platos, se sirvieron deliciosos vinos Torres y Jean Léon.

Michael y yo hicimos varios viajes al Priorat y al Montsant, tierras de vino. He descubierto que, de modo casi infalible, las viñas suelen encontrarse en lugares hermosos a los que, a su vez, vuelven aun más impresionantes. Encajado en un pequeño y adorable valle, encontramos Mas Martinet Viticultors, la bodega de la familia Pérez. Sara Pérez Ovejero y su marido, René Barbier, cuyos padres respectivos obtuvieron premios como pioneros del vino, mantienen con esfuerzo la tradición familiar y hacen vinos deliciosos con éxito. Sara Pérez ha preparado diversos volúmenes en los que incluye y describe las hojas de las distintas variedades de uva, de modo que sus hijos puedan empezar a educarse en el cultivo de la uva desde muy pronto. Sin dejar de masticar un queso español y beber tragos de su buen vino, me convertí en un muy atento alumno mientras repasaba con ella esos libros.