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La muchedumbre soltó un «Ahhh».

Duke intentó pronunciar el nombre de su mujer y no lo consiguió, pero mentalmente vio su rostro con claridad. Sonrió.

Después, oscuridad.

4

El chaval era Benny Drake, catorce años, y un Razor. Los Razors eran un club de skate pequeño pero entregado al que las fuerzas del orden locales miraban con reprobación pero sin llegar a proscribirlos, y eso a pesar de los llamamientos de los concejales Rennie y Sanders pidiendo tal medida (en la asamblea municipal del marzo anterior, ese mismo dúo dinámico había conseguido desestimar un punto del presupuesto que habría sufragado una zona segura para practicar skate en la plaza del pueblo, detrás del quiosco de música).

El adulto era Eric «Rusty» Everett, treinta y siete años, auxiliar médico que trabajaba con el doctor Ron Haskell, en quien Rusty a menudo pensaba como en el Mago de Oz. Porque, habría explicado Rusty (si hubiese tenido a alguien más, aparte de a su mujer, a quien poder confesarle semejante deslealtad), muchas veces se queda detrás de la cortina mientras yo hago todo el trabajo.

En esos momentos estaba comprobando cuándo se había puesto la última vacuna del tétanos el joven señorito Drake. Otoño de 2009, muy bien. Sobre todo teniendo en cuenta que el joven señorito Drake se había dado un batacazo mientras rodaba sobre el cemento y se había hecho una buena raja en la pantorrilla. No era un desastre total, pero sí mucho peor que una simple quemadura por el restregón con el asfalto.

– Ha vuelto la luz, tío -informó el joven señorito Drake.

– Es el generador, tío -dijo Rusty-. Suministra al hospital y también al centro de salud. Brutal, ¿eh?

– Un clásico -convino el joven señorito Drake.

Por un momento, adulto y adolescente miraron sin decir nada el tajo de quince centímetros de la pantorrilla de Benny Drake. Limpio de suciedad y sangre, el corte tenía un aspecto desgarrado pero ya no era lo que se dice horrible. La alarma de la ciudad había dejado de sonar, pero a lo lejos aún se oían sirenas. Entonces oyeron la de los bomberos y los dos pegaron un bote.

La ambulancia va a echar humo, pensó Rusty. Como que sí. Twitch y Everett vuelven al ataque. Será mejor que me dé prisa con esto.

Solo que la cara del chico estaba bastante blanca, y a Rusty le pareció verle lágrimas en los ojos.

– ¿Tienes miedo? -preguntó.

– Un poco -dijo Benny Drake-. Mi madre me va a castigar.

– ¿Eso es lo que te da miedo? -Porque él creía que a Benny Drake ya lo habían castigado unas cuantas veces. Como que a menudo, tío.

– Bueno… ¿cuánto va a dolerme?

Rusty había estado escondiendo la jeringuilla. En ese momento le inyectó tres centímetros cúbicos de xilocaína y epinefrina (un compuesto insensibilizador al que él llamaba novocaína). Se tomó su tiempo para anestesiar la herida y no hacerle al chico más daño del estrictamente necesario.

– Así, más o menos.

– Uau -dijo Benny-. Dese prisa, doctor. Código azul.

Rusty se rió.

– ¿Has conseguido hacer un full pipe antes del batacazo? -como skater retirado hacía tiempo, sentía sincera curiosidad.

– Solo un half pipe, ¡pero ha sido la bomba! -dijo Benny, y se le iluminó la cara-. ¿Tú cuántos puntos crees? A Norrie Calvert le pusieron doce cuando se la pegó en Oxford el verano pasado.

– No tantos -dijo Rusty. Conocía a Norrie, una minigótica cuya mayor aspiración parecía ser matarse con un skate antes de dar a luz a su primer ilegítimo. Presionó cerca de la herida con la aguja de la jeringuilla-. ¿Notas esto?

– Sí, tío, del todo. ¿No has oído algo así como un tiro ahí fuera? -Benny señaló vagamente hacia el sur mientras se sentaba en la camilla, en calzoncillos y sangrando sobre el papel que la cubría.

– Pues no -dijo Rusty.

En realidad había oído dos: no tiros sino, mucho se temía, explosiones. Tenía que acabar enseguida con aquello, y ¿dónde estaba el Mago? Según Ginny, haciendo la ronda. Lo cual seguramente significaba que se estaba echando una siesta en la sala de médicos del Cathy Russell. Allí era donde el Mago de Oz hacía casi todas sus rondas últimamente.

– ¿Lo sientes ahora? -Rusty volvió a apretar con la aguja-. No mires, mirar es trampa.

– No, tío, nada. La estás cagando conmigo.

– Que no. Estás dormido. -En más de un sentido, pensó Rusty-. Vale, allá vamos. Túmbate, relájate y disfruta del vuelo con Aerolíneas Cathy Russell. -Frotó la herida con solución salina aséptica, desbridó y luego cortó con su fiel escalpelo n.° 10-. Seis puntos con mi mejor nailon cuatro-cero.

– Genial -dijo el chico. Después-: Creo que a lo mejor devuelvo.

Rusty le pasó una palangana para vómitos, conocida en esas circunstancias como el plato de la pota.

– Vomita aquí. Si te desmayas, te quedas solo.

Benny no se desmayó. Tampoco devolvió. Rusty estaba aplicando unas gasas estériles sobre la herida cuando se oyeron unos golpes suaves en la puerta, a los que siguió la cabeza de Ginny Tomlinson.

– ¿Puedo hablar contigo un momento?

– Por mí no os preocupéis -dijo Benny-. Yo aquí estoy súper bien.

Menudo sinvergüenza.

– ¿En el pasillo, Rusty? -dijo Ginny. Ni siquiera miró al chico.

– Ahora mismo vuelvo, Benny. Quédate ahí sentado y tómatelo con calma.

– Rollo chill-out. No hay problema.

Rusty siguió a Ginny al pasillo.

– ¿Toca ambulancia? -preguntó.

Detrás de Ginny, en la soleada sala de espera, la madre de Benny leía muy seria un libro de bolsillo con portada romántico-salvaje.

Ginny asintió.

– En la 119, en el límite municipal de Tarker´s. Hay otro accidente en el otro límite municipal, el de Motton, pero me han dicho que en ese todos los implicados son MA. -Muertos en el Acto-. Choque camión-avioneta. La avioneta intentaba aterrizar.

– ¿Me tomas el pelo?

Alva Drake miró en derredor, frunció el ceño y regresó a su libro de bolsillo. Al menos a mirarlo mientras se preguntaba si su marido la apoyaría en su decisión de castigar a Benny hasta que cumpliera los dieciocho.

– No es ninguna tomadura de pelo, es lo que ha pasado -dijo Ginny-. También me están llegando avisos de otras colisiones…

– Qué raro.

– … pero el tío del límite municipal de Tarker's sigue vivo. Un camión de reparto que ha volcado, creo. Andando, que es gerundio. Twitch te espera.

– ¿Acabas tú con el crío?

– Sí. Anda vete.

– ¿Y el doctor Rayburn?

– Tenía pacientes en el Stephens Memorial. -Ese era el hospital de Norway-South Paris-. Va de camino, Rusty. Ve para allá.

Antes de salir se detuvo para decirle a la señora Drake que Benny estaba bien. Alva no pareció alegrarse demasiado de la noticia, pero le dio las gracias. Dougie Twitchell -Twitch- estaba sentado en el parachoques de la anticuada ambulancia que Jim Rennie y demás concejales seguían sin reemplazar; fumaba un cigarrillo y tomaba un poco el sol. Llevaba un walkie-talkie de radioaficionado que no dejaba de parlotear: voces que saltaban como palomitas de maíz y chocando unas contra otras.

– Tira esa papeleta para el sorteo de un cáncer de pulmón y pongámonos en marcha -dijo Rusty-. Sabes a dónde hay que ir, ¿verdad?

Twitch tiró la colilla. A pesar de su apodo -Twitch, «tic nervioso»-, era el enfermero más calmado que Rusty había conocido, y eso era mucho decir.

– Sé lo mismo que te ha dicho Gin-Gin: límite municipal Tarker's-Chester's, ¿no?

– Sí. Un camión volcado.