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Mis dos primeros lectores fueron mi mujer Tabitha y Leanora Legrand, mi nuera. Ambas fueron severas, humanas y me ayudaron mucho.

Nan Graham editó el libro y convirtió el dinosaurio original en una bestia de tamaño algo más manejable; todas las páginas del manuscrito quedaron marcadas con sus cambios. Estoy muy en deuda con ella y muy agradecido por todas esas mañanas en que se levantó a las seis, lápiz en mano. Intenté escribir un libro sin dejar de pisar el acelerador, rápido y vibrante. Nan lo entendió, y cuando yo levantaba el pie, ella lo pisaba a fondo y gritaba (en los márgenes, como acostumbran a hacer los editores): «¡Más rápido, Steve! ¡Más rápido!».

Surendra Patel, a quien está dedicado el libro, fue un amigo y una fuente inagotable de consuelo durante treinta años. En junio de 2008 me comunicaron que había muerto de un infarto. Me senté en los escalones de mi oficina y lloré. Cuando acabé, me puse a trabajar de nuevo. Era lo que él habría esperado.

Y a ti, Lector Constante, gracias por leer esta historia. Si has disfrutado tanto como yo, podemos considerarnos afortunados.

Stephen King

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