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A lo mejor habría que mudarse por ley en octubre, pensó. Nuevo lema nacionaclass="underline" EN OCTUBRE, TODOS DE MUDANZA. Te tomas un permiso en agosto para recoger los bártulos, en septiembre avisas con la debida semana de antelación, y luego…

Se detuvo. No muy lejos, al otro lado de la carretera, había una marmota. Una marmota gorda de cojones. Y lustrosa y atrevida, además. En lugar de escabullirse entre la hierba alta, seguía avanzando. La copa de un abedul caído ocupaba la mitad del arcén, y Barbie apostó a que la marmota correría a esconderse allí y aguardaría a que el malvado Dos Piernas pasara de largo. Si no, se cruzarían cual dos trotamundos: el de cuatro patas rumbo al norte, y el de dos, rumbo al sur. Barbie deseó que fuera eso lo que pasase. Sería chulo.

Esos pensamientos pasaron por su mente en cuestión de segundos; la sombra de la avioneta seguía estando entre la marmota y él, una cruz negra que recorría la carretera. Entonces sucedieron dos cosas de forma casi simultánea.

La primera fue la marmota. Estaba entera y de pronto quedó partida en dos. Las dos partes se sacudían y sangraban. Barbie se detuvo, boquiabierto, la mandíbula inferior colgaba inerte de su articulación. Era como si hubiera caído la hoja de una guillotina invisible. Y entonces fue cuando, justo encima de la marmota cercenada, la avioneta explotó.

3

Barbie miró hacia arriba. Del cielo caía una versión aplastada al estilo Mundo Bizarro de la bonita avioneta que lo había sobrevolado unos segundos antes. Retorcidos pétalos de fuego color naranja y rojo pendían en el aire por encima del aparato, una flor que todavía se estaba abriendo, una rosa Tragedia Americana. El humo salía en torbellinos de la avioneta mientras se desplomaba.

Algo se estrelló en la carretera, hizo saltar por los aires trozos de asfalto y giró sin control hacia la hierba alta que crecía a la izquierda. Una hélice.

Si hubiese rebotado hacia mí…

Por un momento, Barbie se vio seccionado por la mitad -igual que la desafortunada marmota- y se volvió para echar a correr.

Algo cayó con un ruido sordo delante de él. Gritó. Pero no era la otra hélice; era una pierna de hombre enfundada en un pantalón vaquero. No se veía sangre, pero la costura lateral se había abierto y dejaba al descubierto carne blanca y pelo negro e hirsuto.

No había ningún pie.

A Barbie le parecía que corría a cámara lenta. Vio uno de sus propios pies, calzado en una vieja bota de trabajo llena de rozaduras, dar un paso y caer en el suelo. Después desapareció tras él mientras su otro pie avanzaba. Todo despacio, muy despacio. Como si viera la repetición de una jugada de béisbol en la que un tipo intenta robar la segunda base.

Detrás de él sonó un tremendo ruido hueco, seguido por el estallido de una explosión secundaria, seguido por una embestida de calor que lo alcanzó de pies a cabeza y lo empujó como una mano abrasadora. Después, todos sus pensamientos se esfumaron y en su lugar no quedó más que la cruda necesidad corporal de sobrevivir.

Dale Barbara corrió para salvar la vida.

4

Unos cien metros más adelante, la gran mano abrasadora se convirtió en una mano fantasma, aunque el olor a gas ardiendo -además de un hedor más dulce que debía de ser una mezcla de plástico fundido y carne chamuscada- era intenso y le llegaba en una brisa ligera. Barbie corrió otros sesenta metros, después se detuvo y dio media vuelta. Estaba sin aliento. No creía que fuera por haber corrido; no fumaba, estaba en forma (bueno… más o menos, las costillas del lado derecho todavía le dolían a causa de la paliza en el aparcamiento del Dipper's). Pensó que debía de ser por el terror y la confusión. Podrían haberlo matado los restos de la avioneta que caían del cielo -no solo la hélice fuera de control-, o podría haber muerto quemado. Que no sucediera había sido pura suerte.

Entonces vio algo que lo dejó sin respiración. Se enderezó y miró otra vez hacia el lugar del accidente. La carretera estaba cubierta de escombros; realmente era un milagro que nada le hubiera golpeado y, como poco, herido. A la derecha se veía un ala retorcida, la otra sobresalía entre las altas hierbas de la izquierda, no muy lejos de donde había ido a parar la hélice descontrolada. Además de la pierna enfundada en un pantalón vaquero azul, vio una mano y un brazo seccionados. La mano parecía estar señalando una cabeza, como diciendo «Eso es mío». Una cabeza de mujer, a juzgar por la melena. Los cables eléctricos que había junto a la carretera estaban cortados. Yacían chispeando y retorciéndose sobre el arcén.

Más allá de la cabeza y del brazo se veía el cilindro retorcido del fuselaje de la avioneta. Barbie leyó NJ3. Si antes llevaba algo más escrito, había quedado arrancado.

Sin embargo, nada de eso era lo que lo había dejado anonadado y sin respiración. La rosa Tragedia ya había desaparecido, pero el fuego seguía ardiendo en el cielo. Combustible en llamas, sin duda. Pero…

Pero caía por el aire en una capa delgada. Al otro lado y a través de ella, Barbie podía ver el paisaje de Maine: todavía apacible, sin reaccionar aún, pero con cierto movimiento a pesar de todo. Temblaba como tiembla el aire sobre un incinerador o sobre un bidón con fuego. Era como si alguien hubiese derramado gasolina en un panel de cristal y luego la hubiera prendido.

Casi hipnotizado -al menos así era como se sentía-, Barbie empezó a caminar de regreso hacia el lugar del accidente.

5

Su primer impulso fue cubrir los restos de los cadáveres, pero había demasiados. Entonces vio otra pierna (esta con pantalones verdes de sport) y un torso femenino enredado en una mata de enebro. Podía quitarse la camisa y echarla por encima de la cabeza de la mujer, pero ¿y después de eso? Bueno, llevaba otras dos camisas en la mochila…

Entonces llegó un coche procedente de Motton, la primera ciudad en dirección hacia el sur. Uno de esos pequeños todoterreno ligeros, y venía deprisa. Alguien que había oído el impacto o visto la explosión. Ayuda. Gracias a Dios, ayuda. Caminando con un pie a cada lado de la línea blanca y a bastante distancia del fuego que seguía cayendo del cielo de aquella forma tan extraña, como agua deslizándose por el cristal de una ventana, Barbie alzó los brazos por encima de la cabeza y los cruzó formando grandes X.

El conductor tocó el claxon una vez para indicarle que lo había visto y después pisó el freno y dejó unos doce metros de goma en el asfalto. El hombre casi había salido del coche antes de que el pequeño Toyota verde se detuviera; un tipo alto y larguirucho, con una melena canosa que asomaba por debajo de una gorra de béisbol de los Sea Dogs. Corrió hacia un lado de la carretera para esquivar la cascada de fuego.

– ¿Qué ha pasado? -gritó-. ¿Qué coño es…?

Se golpeó contra algo. Fuerte. No había nada, pero Barbie vio que la nariz de aquel tipo se aplastaba hacia un lado y se rompía. Cayó de espaldas y luego logró sentarse con cierto esfuerzo. Miró a Barbie con ojos aturdidos e interrogantes mientras la sangre manaba de su nariz y su boca y se derramaba sobre la pechera de su camisa de trabajo. Barbie le correspondió con esa misma mirada.